Mark Zuckerberg. El titular de Facebook donó USD 2 000 millones el 2017. Foto: Archivo EL COMERCIO
El club de multimillonarios que quieren cambiar el mundo dio la bienvenida a su nuevo miembro: Jack Ma, el fundador y presidente ejecutivo de Alibaba Group, quien hace un mes dejó su cargo cuando cumplió 55 años de edad.
El nuevo objetivo del magnate chino es la filantropía educativa, para lo cual abrió en el 2014 la Fundación Jack Ma, con el fin de apoyar la educación de niños y jóvenes chinos para que puedan enfrentar los desafíos de la era digital.
La educación ha sido la prioridad de los multimillonarios, aunque sus fortunas se distribuyen en un amplio abanico de propósitos. Eso sí, ahora buscan llevar a cabo acciones de impacto inmediato, cuyos efectos sean de largo plazo.
Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo según Forbes, preguntó a finales
del 2017 a sus miles de seguidores en Twitter a qué causas benéficas debería destinar sus millones.
Y en enero del siguiente año hizo su primera donación: 1 000 becas escolares por el valor de USD 33 millones para inmigrantes que llegaron a EE.UU. cuando eran niños y que ahora se enfrentan a una potencial deportación.
Con esa acción, el dueño de Amazon se unió a lo que muchos llaman el club de los nuevos filántropos tecnológicos, que incluye al fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y al de Paypal, Tesla y SpaceX, Elon Musk, según una nota de la BBC de marzo del 2018.
Los nuevos millonarios tecnológicos también están invirtiendo grandes sumas de dinero para encontrar la fuente de la juventud. Bezos, por ejemplo, inyectó USD 116 millones en la empresa Unity, dedicada a desarrollar medicinas que potencialmente frenen, moderen o reviertan las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, según el periódico The Sun, de junio pasado.
Por su parte, Elon Musk ha venido invirtiendo en el desarrollo de chips de computadora que puedan ser implantados en el cerebro. Esta tecnología se llama Neuralink y busca una simbiosis con la inteligencia artificial para lograr la democratización de la inteligencia, “para que no sea un monopolio de los gobiernos y de las corporaciones”, dijo Musk.
Lo cierto es que las donaciones globales están creciendo, ganando visibilidad y creando cambios en todo el mundo, según el Reporte Global de Filantropía, elaborado por Harvard Kennedy School. “Las personas, familias y corporaciones adineradas buscan dar más, hacerlo estratégicamente y con mayor impacto social.
Un número creciente de filántropos está estableciendo fundaciones y otras estructuras de donación para enfocar, practicar y ampliar su inversión social”, señaló Paula D. Johnson, autora del documento, elaborado con entidades sin fines de lucro de 39 países.
En la actualidad, según este reporte presentado en abril del año pasado, existen 260 358 fundaciones en los países analizados, cuyos activos superan los USD 1 500 billones. Estados Unidos lidera el ranking.
La educación es la prioridad de estas fundaciones en cada región del planeta. A escala global, el 35% de unas 30 000 fundaciones enfoca al menos algunos de sus recursos en uno o más niveles de educación.
Otras prioridades de estas fundaciones incluyen los servicios humanos y bienestar social (21%), la salud (20%) y el arte y la cultura (18%).
Chuck Feeney creció en la pobreza y ganó miles de millones de dólares con su Duty Free Shopping Group. Aprovechó la educación gratuita para entrar a la Universidad de Cornell, la cual recibió la primera subvención para implementar la Tradición de Cornell, un programa que reconoce y recompensa a estudiantes universitarios sobresalientes. También ha trabajado con el Gobierno irlandés en programas de educación y en sistemas de Salud, en Vietnam. Desde que creó The Atlantic Philanthropies Foundation, ha otorgado USD 8 000 millones en subvenciones de diferente tipo, bajo la premisa de que hay que “dar mientras vivas”.
Pero los grandes volúmenes de recursos que mueven las fundaciones filantrópicas también generan preguntas válidas: ¿Se destinan a las causas correctas? ¿Está reemplazando la filantropía al Estado? ¿Menoscaba la democracia que los multimillonarios del planeta decidan cuáles son las prioridades sociales?
Peter Singer, profesor de Bioética de la Universidad de Princeton, señaló al diario El País que si la filantropía puede reducir el número de niños que mueren cada año a causa de la pobreza, no solo que sería necesaria, sino urgente.
David Jiménez, articulista del diario The New York Times, añade que aunque mejorar los servicios sociales o potenciar la educación son obligaciones de los gobiernos -y la filantropía no puede ser una excusa para trasladar la responsabilidad al sector privado-, quienes acumulan riquezas desproporcionadas tienen la obligación moral de colaborar, más aún cuando sus negocios se benefician de monopolios o regulaciones que limitan las oportunidades de otros.
Pero a David Callahan, autor del libro ‘Los donantes: dinero, poder y filantropía en una nueva era dorada’, le preocupa que los nuevos filántropos tecnológicos ejerzan un gran poder sobre la sociedad y que ahora estén incursionando en el terreno de la sociedad civil, con lo que sumarían más poderío.