Aunque en América Latina esa propuesta puede parecer novedosa, el debate sobre el IBU lleva años en varios países europeos.
En varios países se promociona el denominado Ingreso Básico Universal. Unos países han abortado esta idea; otros avanzan. La automatización y la nueva generación de robots está desplazando a los humanos de sus puestos de trabajo.
Esta amenaza mantiene en alerta a los gobiernos, pero a su vez está impulsando la popularidad de quienes reclaman la aplicación del Ingreso Básico Universal (IBU), una propuesta que se resume en entregar a cada persona un sueldo fijo cada mes, a cambio de nada.
En las recientes elecciones presidenciales en México, el candidato del Frente Ciudadano por México, Ricardo Anaya, planteó un IBU de 1 500 pesos mensuales “a todos los ciudadanos, por el simple hecho de ser mexicanas o mexicanos”.
Aunque en América Latina esa propuesta puede parecer novedosa, el debate sobre el IBU lleva años en varios países europeos como Finlandia, donde el año pasado arrancó un experimento -por dos años- para evaluar su viabilidad.
En la actualidad, el IBU está en la agenda de políticos de España, Francia y Alemania, pero también hay experiencias en Canadá, Alaska y Kenia.
En Francia, 13 regiones con gobiernos socialistas planean aplicar el IBU el próximo año. El plan empezaría por hacer un referéndum antes de realizar la prueba a gran escala. Previamente se requerirá de una reforma constitucional, pero ya tiene el apoyo del Presidente.
Los defensores del IBU sostienen que la entrega de un sueldo mensual a todas las personas, sin poner condiciones, es el paliativo perfecto para enfrentar la pérdida de empleos ocasionada por la robotización. Por eso el IBU es muy popular en Silicon Valley, donde hasta multimillonarios como Elon Musk y Mark Zuckerberg creen que esta propuesta será inevitable en el futuro.
La lista de ventajas del IBU es larga: terminaría con la pobreza, incentivaría la educación, reduciría la desigualdad, eliminaría los costos burocráticos de los programas de asistencia social, así como el uso clientelar de los bonos para los más pobres; fomentaría el emprendimiento, convertiría a las personas pobres en sujetos de crédito y eso impulsaría el consumo y la actividad económica en general. Y si eso fuera poco, sería una salida para valorar los trabajos que hoy no son pagados, como ocurre con las amas de casa.
En resumen, el IBU haría a los ciudadanos más libres y menos pobres. Pero también, con un ingreso asegurado para cubrir las necesidades básicas, la decisión de trabajar o no pudiera cambiar drásticamente el mercado laboral.
Los defensores del IBU suelen apoyarse en figuras destacadas en el campo económico para dar un sustento técnico a su propuesta. Uno de los más citados es el premio Nobel de Economía, Milton Friedman, uno de los liberales más reconocidos de la historia.
La misma Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) dijo el año pasado que es positivo que los países prueben la eficacia de l Ingreso Básico Universal, pues el sistema de protección social actual se está quedando obsoleto.
Si se buscan experiencias positivas hay que ver lo que sucedió en Alaska desde 1982 o el experimento en Canadá, donde la ciudad de Dauphin logró eliminar la pobreza por cinco años con un programa similar.
Pero el IBU también tiene opositores, empezando por la mayoría de ciudadanos suizos, quienes se molestan con la sola idea de que alguien reciba dinero sin trabajar, porque sería un premio a la vagancia.
El Gobierno puso a consideración de la población una iniciativa popular para que todos los residentes en Suiza reciban 2 260 euros mensuales, de por vida. El referéndum se realizó en junio pasado y el 77% de los votantes dijo que no.
Ese resultado dejó ver varias debilidades de esta iniciativa. La principal es su alto costo, pues multiplicaría el gasto público sin que existan las fuentes de financiamiento para sostener semejante idea.
En el caso de Suiza, por ejemplo, se calculó que se necesitarían 22 000 millones de euros adicionales cada año. La OCDE estimó que la idea costaría entre el 2% y el 10% del producto interno Bruto (PIB), mientras que BBVA Research calculó que se necesitarían 187 870 millones de euros, equivalente al 17,4% del PIB.
Los detractores también aclaran que Milton Friedman en realidad defendía el Impuesto Negativo sobre la Renta, que sería un puente entre una sociedad de “tutelados por el Estado” a una de “ciudadanos que confían en sí mismos”, según el economista argentino Eduardo Levy Yeyati.
En un artículo de opinión del Financial Times, John Dizard escribió el mes pasado que en países ya tienen un IBU, aunque con otros nombres.
Se refiere a los programas de asistencia social que, pese a sus falencias y limitaciones, son los que se pueden aplicar sin desbaratar las finanzas públicas. Los más pobres, los ancianos, los jóvenes, los enfermos, etc. pueden acudir a oficinas gubernamentales y recibir atención médica gratuita.
También hay educación pública sin costo y una serie de bonos para la gente pobre. Los argumentos de los defensores y opositores al SBU tienen cada vez más oyentes alrededor del mundo. Y en ese debate también han entrado organismos internacionales como la OCDE, el Banco Mundial, el Foro Económico Mundial o universidades como Princeton o el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
La propuesta del IBU ganará adeptos si no se corrige la creciente desigualdad en el mundo, la cual corre el riesgo de profundizarse si los beneficios de la nueva era tecnológica se quedan en pocas manos.