Florencio Compte, arquitecto, urbanista y decano de la Facultad de Arquitectura de la U. de Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
En short y camiseta encontramos haciendo teletrabajo a Florencio Compte*, decano y maestro de generaciones de arquitectos en Guayaquil. El trabajo remoto ha aumentado la eficiencia y mejorado procesos -dice luego de cambiarse para la entrevista-, pero ‘el hacer presencia’ virtual y estar siempre conectado deviene también en una sobrecarga de trabajo.
Como hijo de librero, ¿suele prestar sus libros?
Sí, mi padre era descendiente de catalanes y mantuvo por 64 años en Guayaquil la librería Compte -por Florencio Compte Andrade (+)-. Hay libros que no prestaría, pero he prestado un montón que nunca me devolvieron. Y ahora tomo la precaución de que cada vez que alguien me presta uno le tomo una foto enseñándome la portada. Cuando ya quiero que me devuelvan el libro les mando la foto y el recordatorio es mucho más eficiente. Con ese mecanismo de presión me están devolviendo los libros (sonríe).
¿Cómo se descubrió arquitecto?
Fue un encuentro, al terminar el quinto curso de colegio me enviaron a Barcelona (España) a pasar tres meses de vacaciones a donde mis tías, con mi abuela. Fue una ciudad que me impactó mucho, con una arquitectura que iba de lo gótico a lo modernista, toda una expresión de creatividad, y cuando regresé dije: yo quiero ser arquitecto.
¿La arquitectura como noción superior estética está en crisis?
Creo que mantiene la estética. Yo creo que la arquitectura ha perdido un poco el sentido de trascendencia. Tendría que traducir el espíritu de la época y del lugar, pero se impuso en algún momento este estilo internacional, una arquitectura que se abstrae del lugar, de la época y que trata a toda costa de ser universal. Yo siempre le digo a mis alumnos que el gran desafío de la arquitectura contemporánea es tener un pie en la tradición y el otro en la vanguardia.
¿Qué nos dicen sobre las ciudades las grandes caravanas de autos saliendo de metrópolis europeas previo a los confinamientos?
Fueron puestas en jaque por el covid. El tema es que desde las ciudades debe haber una respuesta. La pandemia evidenció problemas serios como la conectividad, la movilidad y el abastecimiento. Las ciudades se vieron frágiles y nos dimos cuenta cómo puede una ciudad colapsar cuando fracasa el abastecimiento externo e interno. Tuvieron mucha más facilidad los barrios que tenían cercanos el mercadito o la tienda y no estos modelos de urbanización, donde estamos aislados y dependemos del transporte, el modelo anglosajón. Se habla ahora de la necesidad de la ciudad cercana, con todos los servicios a no más de 15 minutos de distancia. Tenemos que recuperar el carácter barrial de la ciudad.
¿Qué piensa de implementar estos cambios reversibles que no requieren tanto de inversión, como aumentar aceras temporales?
Son niveles de intervención factibles, a distintas escalas, que pueden ir desde lo que mencionas que es urbanismo táctico hasta ya los procesos de acupuntura urbana.
¿Una suerte de acupuntura para aliviar la urbe luego del covid?
Se trata de hacer intervenciones puntuales en un lugar, pero pueden tener unas repercusiones e impactos mucho más amplios, volviendo a las ciudades más flexibles y resilientes, y en este contexto se requiere mucho de estos recursos imaginativos. Una ciudad que se toma como ejemplo es Curitiba en Brasil, donde (el político y arquitecto) Jaime Lerner implementó como alcalde estos mecanismos de acupuntura urbana que en principio sonaba a locura, pero que terminaron dándole la razón.
¿De dónde viene su gusto por el coleccionismo?
Quizás de mi padre. Colecciono sucres, jarros de cerveza, obras de arte y artesanías. Neruda decía que más que coleccionista era cosista, de guardar cosas. Soy medio cosista también, cada objeto tiene su historia, un valor o un significado para mí. Es también una manera de ser nostálgico.
¿Y por qué los sucres?
Empecé a coleccionar monedas de sucre desde niño, con la dolarización me interesó mucho más, fui comprando un poco o recibiendo donaciones, y mi papá me heredó su propia colección de billetes de distinta denominación. El sucre es un referente de cambios para el país, pero también en muchas de nuestras historias personales.
¿Se encuentra solaz, algo de placer y alivio en la nostalgia?
Se dice que no es conveniente volver a los lugares donde uno fue feliz, porque ni los sitios son los mismos, ni uno es el mismo. Yo creo lo contrario, creo que es necesario en algún momento regresar a los lugares donde amamos la vida . También colecciono cosas sencillas como los imanes para la refrigeradora que traigo de los lugares a los que viajo.
Es también un viajero consumado ¿otro tipo de coleccionismo?
Estaba invitado a ir a Madrid dos veces en 2020, finalmente asistí, pero vía Zoom (ríe). De las cosas que más extraño es viajar, por placer, por las vivencias y curiosidades.
¿Cómo cuáles?
(Piensa ) En una playa de Filipinas, en la ciudad patrimonial de Vigan, estábamos comiendo atún a la parrilla con 25 compañeros de curso, gente de todas partes del mundo. Y veíamos que en la mesa de al lado estaban tomando una cerveza negra local y decidimos pedir cerveza, pero la pedimos en inglés, señalamos la botella y no nos hacíamos entender. Yo me levanté, pedí permiso en la otra mesa, cogí la botella y le dije al mesero: ¡esto!. El mesero me dice, ‘ah, cerveza negra’, en español. Y resultó que en tagalo cerveza negra se dice cerveza negra, como pan se dice pan, como cuchara se dice cuchara. Y las panaderías se llaman ‘pan caliente’, en español. Hay un montón de palabras que las dicen en español, porque fue colonia española. Que alguien hable castellano es súper valorado.
TRAYECTORIA
Fotógrafo aficionado, arquitecto y urbanista guayaquileño, profesor y decano de Arquitectura de la Universidad Católica de Guayaquil. Es un investigador de la arquitectura moderna local y colabora como consultor en el nuevo plan urbano de Guayaquil.
*Esta entrevista se publicó originalmente en la edición impresa de EL COMERCIO el 25 de marzo del 2021.