Punto de vista
Marcela Ribadeneira. Escritora, crítica de cine y artista visual
El LIT Festival, Palabra de Ciudad, es lo que fue hasta el año pasado Quito, Ciudad de Letras. Pero hay una diferencia crucial. Y no es el cambio de nombre del evento. Durante sus primeros tres años de vida fue producido por Editorial El Conejo. El Centro Cultural Benjamín Carrión funcionó solo como sede. Desde este año, el centro asumió la realización total del festival que se lleva a cabo del 19 al 22 de noviembre.
En el 2011, aún bajo la curadoría de El Conejo, el programa se cerró con una charla entre el peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961) y las escritoras Aleyda Quevedo (Quito, 1972) y Lucrecia Maldonado, también quiteña, pero del 62. En el 2012, Oscar Vela (1968), Rafael Lugo (1972) —ambos plumas nacionales— dialogaron con Claudia Piñeiro (1960), de Argentina. Y Reina María Rodríguez (1952), cubana, ofreció un taller de dos jornadas de apreciación poética en el 2013.
El festival, en la mayoría de charlas, llenó las salas, de acuerdo a Daniel Félix, productor de esa pasada edición. Y eso es un punto a favor. Pero no necesariamente para el evento, sino para los quiteños (desde estudiantes hasta jubilados) que demostraron un interés genuino en la literatura y, sobre todo, en el diálogo entre lectores y autores. Tuvo errores, absolutamente sí. Uno de ellos: los temas de las charlas eran poco específicos y propiciaban divagaciones indigeribles para muchos asistentes. Pero Quito, Ciudad de Letras hizo un maridaje entre las diversas corrientes literarias que se proponen en el país. Además, hubo un balance entre generaciones de autores y géneros literarios. Y, algo importante, hubo un balance entre otro tipo de género: autores y autoras tuvieron cabida como expositores.
El LIT Festival tiene una característica peculiar: no hay una sola escritora en el cartel oficial. Y esto no fuera ningún problema si en Hispanoamérica o si en Ecuador no hubiera mujeres con trayectorias y obras literarias influyentes, de ruptura y, sobre todo, con muchos lectores. Pero sí las hay. Y, sin embargo, ninguna consta en el programa. Bueno, hay una: Sandra Araya (Quito, 1980). Ella edita el suplemento cultural CartónPiedra, en el 2010 ganó la Bienal Nacional de cuento Pablo Palacio y en septiembre de este año publicó su primera novela, Orange, que ha recibido muy buenas críticas. Pero Araya será moderadora de uno de los encuentros, que no es un un rol menor ni mucho menos, pero tampoco es el rol de invitada expositora.
El plato fuerte del cartel iba a ser Leila Guerriero, según explican Diego Oquendo Sánchez, productor contratado para la organización del festival y Leonardo Hidalgo, director del Centro Cultural Benjamín Carrión. Oquendo e Hidalgo sostienen que Guerriero no pudo asistir al festival por un conflicto de horarios. “Se cayó [su participación] porque el día que ella podía venir, no había vuelos”, dice Oquendo. Ivonne Guzmán, editora de la sección Cultura de El Comercio sostendría el diálogo con Guerriero. Pero una vez que la participación de la escritora y periodista argentina fue imposible, Guzmán quedó afuera.
¿Pero por qué la ausencia de las escritoras ecuatorianas?
Gabriela Alemán (Río de Janeiro, 1968) tiene cerca de 10 publicaciones (novelas y cuentos) y sus textos han sido acogidos en revistas de España, Japón, Portugal y Argentina. En marzo pasado ganó el Premio Ciespal de Crónica 2014 por su trabajo sobre el nazismo y el exilio en Paraguay. Ella tampoco recibió ninguna invitación. “Decidí no invitarle por una sencilla razón —dice Hidalgo—, no era novelista”. Lo que Hidalgo quiso decir es que el último libro de la escritora es de cuentos y el eje del festival es la novela. Dato: Ignacio Gómez, Javier Vásconez y Jeremías Gamboa, parte del cartel principal, también trabajan en cuento y novela.
Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976) es una consolidada cuentista y hace pocos meses lanzó La bondad de los extraños (Antropófago y Cadáver Exquisito Ediciones). Pero el motivo por el cual no fue invitada no tuvo que ver con el género que maneja. Hidalgo explica que no fue considerada porque la autora dictó un taller de cinco días en agosto de este año en el mismo Centro que es sede del festival.
Fuera de consideración quedaron nombres como Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), que ganó el premio Alba Narrativa en la FIL de Cuba 2014 con su novela La desfiguración Silva y María Auxiliadora Balladares, que basta con surfear la web para ver que su libro de cuentos, Las vergüenzas, ha sido notado entre lectores y críticos.
La crítica literaria Mercedes Mafla (Quito, 1966) fue la única ecuatoriana que sí recibió invitación, pero declinó debido a motivos personales.
Irónicamente, el festival tendrá un coloquio sobre Cómo se construye un cuerpo femenino. Pero estará a cargo de un autor: Juan Pablo Castro.
“No hubo un carácter sexista en la selección de invitados. Fue accidental, no intencional —dice Oquendo—. Fue una omisión totalmente involuntaria (…) Si estoy el próximo año [como productor del festival] ese error no se repetirá”.
Hidalgo también reconoce la situación. “Hubo errores y muchos errores en el camino. Pero no hubo un tinte sexista. Cuando se cerró la agenda, yo sabía que había un desequilibrio en género. Esto nos va a servir para una próxima vez”.
Todo pudo haber pasado a nivel de organización, pero la cocina debe quedar puertas adentro, eso no le importa al comensal. Si el plato da motivos para sospechar sesgos, el experimento falló. Y la buena voluntad, la impecable participación de los autores invitados y los contratiempos, lamentablemente, no justifican el error. Los pecados también se cometen por omisión.