Óscar Guerra Maldonado ‘Sarzosita’ nació en Quito en 1925. Su salud se deterioró y hacia finales de su vida padeció párkinson y afecciones pulmonares. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Óscar Guerra Maldonado-Sarzosita- tuvo una niñez con limitaciones, pero con muchos sueños
Nació en Quito, en 1925. Hijo del Chulla Quiteño Don Ruperto Guerra Montenegro y de la latacungueña Doña Cecilia Maldonado. De lo que se conoce Francisco y Sandra eran sus hermanos menores.
A los seis años, sin saber todavía ni leer ni escribir, entró por primera vez al Teatro Sucre, porque era “rabo” de su padre, un popular zapatero, tramoyista aficionado y generoso bebedor, que les acolitaba a los “chumaditos remones”, mientras la familia pasaba por aprietos económicos.
En la escuela demostró sus destrezas artísticas, cuando organizaba “La hora social” y era el primero en salir a cantar y bailar. Es ahí entonces, donde comienzan sus dotes de actor y buen bailarín, que los perfeccionó y conservó hasta cuando su cuerpo y salud lo permitieron.
Las limitaciones económicas y el “irreflexivo altruismo” del padre, no le permitieron terminar los estudios secundarios, llegó solo hasta tercer curso. Tuvo que hacer de todo, como cuidar carros en la Plaza del Teatro, cargar paquetes y otras actividades menores, que le permitían ganarse unos sucres para contribuir a la economía doméstica.
El Teatro Sucre, su segundo hogar
Sarzosita junto a Ernesto Albán. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Ya lo dijimos, su primer contacto con las tablas fue en el histórico Teatro Sucre, pero no como actor, sino como curioso y travieso espectador de contrabando que a los seis años ingresaba con su padre tramoyista y se escondía en los rincones del escenario para mirar los ensayos y presentaciones de reconocidos actores de la época, que personificaban a famosos personajes y ponían en escena obras nacionales e internacionales.
Seguía como anónimo espectador y de vez en cuando como comedido ayudante, más tarde subió al escenario a bailar y cantar, y llegó el día para conocer e impresionar a Ernesto Albán, en el mismísimo Teatro Sucre. Estamos hablando del sábado 26 de octubre de 1940, cuando el futuro Sarzosita tenía 15 años y participaba en un concurso organizado por Radio Nariz del Diablo, donde imitó a Chaplin, Buster Keaton y Evaristo, sin saber que este era parte del jurado con Gonzalo Proaño y Jorge “el Gato” Araujo. Ganó el concurso y sobre todo la amistad y confianza de Don Evaristo, quien luego le contrató. Como es habitual en el mundo artístico hay que comenzar con humildad, diligencia y comedimiento, así se inició Óscar Guerra, haciendo de todo: tramoyista, utilero, asistente, extra, actor secundario y todas las actividades que se conjugan para concretar un espectáculo artístico. En esas condiciones viajó por el mundo, con importantes compañías internacionales, como las de Pepe Alfayate, Anita La Salle o María Guerrero.
Podríamos decir que, Óscar Guerra entró y se hizo hombre de teatro por necesidad y por afición. Tenía el gusanito que lo picó desde niño, pero también buscaba algunas monedas para ayudar a la estrecha economía familiar.
Origen y fin de Sarzosita
Con Sarzosita, el actor Óscar Guerra recibió su bautizo artístico, definitivo y consagratorio. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Hasta que llegó 1960 y Ernesto Albán, conocido ya como Evaristo Corral y Chancleta, le dice VENÍ ACÁ y le confía el personaje Sarzosa o Sarzosita, que para entonces ya lo habían personificado, anteriormente, seis actores.
Óscar Guerra, con 35 años de edad y una madurez actoral, con este personaje recibe su bautizo artístico definitivo y consagratorio, que lo acompañó en las tablas hasta la muerte de su creador y en su cotidianidad, hasta su partida final.
Con su pinta de Chulla Quiteño y medio agringado dirían otros, recorrió el Ecuador y medio mundo, junto a su compañero de siempre, cosechando aplausos, risas, abrazos, amigos, y hasta calabozos, por las “pinceladas” políticas para los gobiernos de turno.
Un refrán dice que: “Las cosas buenas se mueren o se acaban”, en este caso se produjeron las dos circunstancias. El domingo 22 de julio de 1984 murió Ernesto Albán, y con él se acabaron “Las Estampas Quiteñas” y sus dos personajes principales, Evaristo y Sarzosa. Este fatídico día, Óscar Guerra, por poco se vuelve “loco”, al punto que durante 48 horas permaneció interno en una clínica de reposo, pues no era para menos, su padre artístico se llevó para la tumba el teatro costumbrista, humorístico, satírico, la sal quiteña y, a sus protagonistas.
Sarzosita después de Evaristo
Sarzosita durante una entrevista en Ecuadoradio. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Durante su apogeo artístico estuvo rodeado de hermosas actrices de varios países. Al hacer memoria confesaba picarescamente que era imposible no ser romántico y coqueto, de esas andanzas resultaron 4 hijos, en mujeres distintas, como la peruana Alicia Andrade.
Con ironía y humor recordaba sus 10 “visitas relámpagos”, con Don Evaristo, a varias cárceles del país, como el “hotel García Moreno” de Quito, ordenadas por hombres públicos “ofendidos” por la sabrosa sátira política de Las Estampas Quiteñas. Los mandatarios más sensibles resultaron ser José María Velasco Ibarra y Camilo Ponce Enríquez, este último prohibió las presentaciones y les obligó a autoexiliarse en Colombia. Mientras otros, como: Otto Arosemena, Rodríguez Lara, el triunviro Alfredo Poveda Burbano y Jaime Roldós, les ofrecieron suculentos banquetes en el mismísimo Carondelet. En cambio, Febres Cordero, antes de ser presidente, les habría pedido que supriman la frase “tres veces corduno”, constante en un sketch.
Pasaron los años y cambiaron los paradigmas, aparecieron nuevas temáticas, actores, públicos, gobiernos, calamidades, tecnologías, en fin eran otros tiempos, que relegaron el humor y la sal quiteña. Sarzosita, de alguna manera tuvo que adaptarse a esa imperante realidad y sobrevivir con esporádicas actuaciones individuales o acompañando a otros colegas, como ocurrió en su última presentación en Ambato con su apreciado Mosquito Mosquera.
Otro vicho que le picó siempre fue la política, pero no solo en las Estampas Quiteñas, sino en la vida real. Una política para el pueblo, sin corrupción, sin persecuciones y sin demagogia. Recordaba que apoyó a Lucio Gutiérrez, y se sintió defraudado porque el Coronel fue “alfombra” de los Estados Unidos, decía indignado.
Siempre lo repetía: “Yo no abandoné el teatro, él me abandonó a mi” y recreaba, entre nostalgia y alegría, para sí y sus contertulios en los cafés del Centro Histórico, en el barrio El Tejar, donde vivió 40 años de inquilino, y finalmente en el asilo de ancianos de Miraflores, donde pasó sus últimos días, rodeado de otros adultos mayores, que gustaban escuchar sus historias.
Patrimonio y legado
Sarzosita guardaba los recortes de periódicos en los que se habló de él. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
No acumuló fortuna material alguna, pero si atesoró diplomas, medallas, recortes de prensa, afiches, fotografías, carteles, audios y videos, que le permitían reconstruir su pasado. Entre sus dorados recuerdos estaban el premio a sus 15 años en el Teatro Sucre, su presentación en el Madison Square Garden, de Nueva York, junto al chileno “Lucho Navarro” y al dominicano “Pololo”. Pero en el altar de su corazón y de su memoria estaba su amigo, compañero, colega y padrino artístico, Ernesto Albán Mosquera, quien le bautizó como Sarzosa, identidad actoral que le acompañó por más de medio siglo, dentro y fuera del país, en grandes, pequeños e improvisados escenarios. También participó con Don Evaristo y otros actores internacionales, en varias películas.
Con orgullo y nostalgia reivindicaba su época, y reconocía los talentos actuales, como: Carlos Michelena, Santiago Naranjo, El Mosquito Mosquera, Las Marujitas y Las Zuquillo. Nunca olvidó y siempre admiró a Chaplin, Cantinflas, El Gordo y El Flaco, entre otros.
El intérprete fue reconocido con diversas medallas y diplomas por su trabajo artístico. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Degustador de la comida típica nacional, conversador incansable y lector permanente; aficionado al baile, a los pasillos, sanjuanitos, pasodobles, boleros y el jazz. Hincha del Deportivo Quito y suscriptor de por vida de diario El Comercio.
Se mantuvo lúcido, alegre y elegante hasta sus últimos días, a pesar del Parkinson y las afecciones pulmonares que lo aquejaban. Se fue para siempre, con la esperanza de encontrar en el más allá a su eterno amigo y compañero, Don Evaristo, para recrear espiritualmente las inolvidables “Estampas Quiteñas”.
Su fortuna fue inmaterial; las carcajadas, alegrías y reflexiones que junto a Evaristo entregó a los quiteños y ecuatorianos, es su legado, y en compensación recibió aplausos y el cariño de la gente que lo llamaba cariñosamente El Sarzosita.
El Congreso Nacional y el Municipio de Quito, reconocieron en vida, su aporte al arte y a la cultura nacional.