Lo conocí cuando tenía 30 años, estaba estudiando mi maestría y llevaba solo dos meses soltera tras terminar una relación abierta e informal que duró 13 años. Esa larga relación con alguien a quien conocía desde la adolescencia, por fortuna, terminó en buenas condiciones y así se mantiene.
En ese momento de mi vida no buscaba nada serio con otra persona. Ya sabía, por la relación abierta que había tenido durante tantos años, que yo no era de ese tipo de mujeres que sueñan con casarse, tener hijos y formar un hogar. Lo que tenía antes se acabó por la monotonía y la costumbre, pero no porque quisiera algo más formal.
De vuelta a la soltería, lo que quería era conocer gente nueva y ampliar mi círculo social. Me uní a una página de citas. Sin embargo, era muy tímida y desconfiada para conocer gente por esos medios. De todos modos, decidí arriesgarme.
Mi primer ‘match’
Era el mes de octubre. Recuerdo que él dio el primer paso y me escribió por la aplicación. Lo primero que me impactó fue su edad, pues era cinco años menor que yo, él tenía 25. Yo nunca había salido con alguien menor ni lo tenía entre mis planes, pero a medida que hablábamos encontré muchas cosas en común con él
Ambos éramos personas ocupadas, él tenía sus proyectos y yo los míos. Pasaron tres meses entre mensajes esporádicos, hasta que en Año Nuevo dimos el segundo paso y nos vimos en persona. Ese día tomamos un café y la conversación fluyó muy bien. Me pareció una cita normal, como la de cualquier par de amigos.
Los encuentros continuaron. Él me proponía vernos, yo aceptaba, y así fuimos al cine, a tomar más cafés, mientras el gusto entre ambos era cada vez más evidente. Los dos dejamos claro desde un inicio que ninguno estaba interesado en una relación seria y que teníamos planes personales que iban por caminos opuestos.
Los pocos encuentros que habíamos tenido hasta el momento habían sido en lugares públicos. Sin embargo, un viernes me invitó a su casa y allí tuvimos relaciones sexuales por primera vez. Después de eso, cada uno continuó su vida como si nada y no nos vimos en meses.
El encuentro se repitió tres meses después, era la segunda que teníamos sexo, pero esa vez mi vida cambió para siempre y yo no tuve manera de verlo venir. Ese día quedé embarazada, a pesar de que tomaba anticonceptivos.
Las dudas inundaron mi cabeza. ¿Debía contarle? ¿Cómo le iba a explicar eso? Pero finalmente decidí que un embarazo era algo que no podía ocultar y se lo conté. Él lo tomó muy mal, lloró y me dijo que no estaba listo para asumir ese tipo de responsabilidad, especialmente en ese momento que tenía planes de irse del país, y me propuso abortar.
¿Abortar o tener el bebé?
Yo ya estaba segura de lo que quería hacer, así que me negué y le dije que yo asumiría las consecuencias y continuaría con el embarazo. Ese día también le dejé claro que no debía preocuparse, pues yo no lo iba a obligar a hacerse cargo. Él me agradeció por eso.
Era consciente de que mi embarazo inesperado podía generar muchas dudas e inquietudes de parte de él, así que no me sorprendió cuando me preguntó si yo había planeado todo, si en realidad lo que yo quería era tener un hijo. Todo apuntaba en mi contra.
Para ser sincera, yo tenía 30 años, estaba estudiando una maestría, acababa de salir de una relación muy larga, pero realmente nunca sentí que me faltara un hijo para ser esa mujer “completa” que demanda la sociedad.
Ante sus interrogantes le respondí que nunca soñé con ser mamá ni planeé nada de lo que estaba pasando (y menos con un hombre que conocí en Internet). Mis planes eran distintos, pero cuando tuve enfrente la posibilidad de abortar me aterrorizó. Tuve miedo de no poder manejar la culpa en el futuro.
Mi embarazo siguió adelante y nunca más le escribí al papá del bebé ni él a mí. Incluso me bloqueó y eliminó mi número. Supe y entendí desde un inicio que la etapa más retadora de mi vida la tendría que afrontar yo sola, pero todo se complicó.
A los cuatro meses de embarazo perdí mi empleo. La empresa para la que trabajaba decidió no renovar mi contrato y tuve que sobrevivir los meses siguientes con los ahorros que, por fortuna, había hecho durante años.
La duda de todos: ¿quién es el papá?
Como nunca había planeado un embarazo, la realidad es que no tenía muchas expectativas. Sin embargo, fue una etapa muy incómoda la mayor parte del tiempo. Los médicos, mis conocidos y una que otra persona del común solían preguntar por el papá del bebé, a lo que yo siempre respondía: “Solo somos mi bebé y yo”. Algunos, creo, asumían que el padre era mi expareja, con quien estuve más de una década.
Finalmente llegó el día en que nació mi bebé y tuvo algunos problemas de salud. A los tres meses de vida tuvieron que hospitalizarlo y surgieron en mi interior muchos miedos que no supe contener. Me hice mil preguntas: ¿Qué pasaría si fuera yo quien se enferma? ¿Quién lo cuidaría? ¿Con quién lo dejaría? Además, llegó la pandemia del covid-19 y mis temores por el futuro de mi hijo se agudizaron.
Todas estas ideas me llevaron un día a escribirle de nuevo. Mi intención era solo decirle que el bebé había nacido y que si algún día mi hijo necesitaba o quería saber quién era su papá, yo iba a respetar su derecho a saberlo. Él me respondió que si necesitaba algo material o económico, podía decirle, pero mi respuesta fue tajante: “No”. Por dignidad, orgullo y porque era verdad, le dije que afortunadamente a mi bebé no le hacía falta nada.
Su despreocupación inmediata no me tomó por sorpresa. Si él no estuvo antes, ¿por qué estaría ahora o en el futuro? Pasaron los meses y el papá de mi hijo me escribía esporádicamente y me decía que pensaba en el bebé todos los días, que quería estar para nuestro hijo cuando lo necesitara. La verdad, eso me molestaba, así que mi respuesta siempre era la misma: “El bebé está bien. Gracias por preguntar. No necesita nada afortunadamente, pero de ser así yo te lo haré saber”.
¿Se despertó su paternidad?
Llegó enero del año siguiente y reapareció. Me dijo que quería conocer personalmente a su hijo. El bebé físicamente no se parece a él, pero yo no tenía ninguna duda de que fuera suyo. A pesar de esto, él dudó de su paternidad y me pidió una prueba de ADN, la cual acepté sin temor y sin objeción. La prueba confirmó que era el padre y ahí empezó lo más difícil.
Su interés por el bebé duró poco. No lo reconoció legalmente y eligió sus planes: renunció a su trabajo y se fue del país. Continuó su vida como si nada. Ni siquiera desde la distancia aportó económicamente para su hijo, así que su paternidad quedó en palabras e intenciones.
Meses más tarde regresó como si nada y a exigirme que le dejara ver el bebé cada vez que él o su familia querían, pues ellos ya estaban al tanto de que tenía un hijo. No le negué ver a mi bebé, pero las visitas eran de tiempo limitado y me hacían sentir incómoda. No me gustaba verlo o tenerlo cerca de mi hijo. Creo que me daba miedo que mi bebé se encariñara con él, porque sabía que a él no le importaría y continuaría sus planes en el exterior.
A pesar de que entre nosotros no había nada y él tenía una relación informal con otra persona, me exigía cosas. Un día me dijo que esperaba que cuando yo tuviera una pareja esa persona tuviera claro que él era el papá de mi bebé. Mientras tanto, él iba y venía de la vida de mi bebé cada vez que quería. Yo, por paz mental y por el derecho que tiene como padre, se lo permití, pero empezó un círculo vicioso de nuevo.
Luego de varios meses de aparecer y desaparecer, me harté y le puse las cartas sobre la mesa. Le pedí que se decidiera a reconocer legalmente al bebé y asumiera su paternidad o que renunciara por completo a nuestro hijo.
Él, creo que impulsado más por parecer un padre responsable ante su familia que por deseo propio, me citó para una audiencia de reconocimiento voluntario de paternidad ante el ICBF. Ahora mi bebé lleva su apellido.
La indecisión no tiene límites
A finales del año pasado realizamos ese proceso legal y redactamos un acuerdo de manejo de la patria potestad antes de que él se fuera nuevamente del país. Intenté llevar todo en calma y esperaba que después de eso la vida continuara para cada uno, pero no fue así, toda esta experiencia me hizo desarrollar un trastorno de ansiedad que me obligó a buscar ayuda y acudir a terapia durante siete meses.
Él se fue y la distancia me ayudó en mi proceso de sanación y a enfocarme en mi hijo, mi carrera y en mí. Pero la tranquilidad se esfumó cuando reapareció con un mensaje. Faltaba un mes para el cumpleaños de mi bebé y él me escribió con una cordialidad que encendió todas mis alertas. Mi instinto no falló. Él estaba superando una tusa porque quien era su pareja lo había engañado con un amigo. En medio de esas crisis se acordó de que tenía un hijo y quería verlo de nuevo.
Pero su acercamiento no quedó ahí, fue mucho más lejos. Un día del pasado mes de abril me llamó y quiso averiguar cuáles eran mis planes a futuro. Después me aseguró que había emigrado para que nuestro bebé tuviera un mejor futuro y que la manera de garantizarlo era casándonos y llevando a mi hijo a ese país. Todo me sonó muy sospechoso, pues sabía que el bebé nunca había hecho parte de sus planes.
Me tomé un tiempo para pensar en la propuesta que me había hecho. Yo no le negaría a mi hijo la posibilidad de irse, si así lo decidiera en un futuro, pero entre mis planes nunca ha estado irme de Colombia, mucho menos con una persona tan inestable como su papá. Pero antes de que yo pudiera decidir, reapareció y volvió a ser el hombre inmaduro e indeciso que yo conocía. Me dijo que la propuesta ya no existía y que si quería emigrar debía hacerlo por mi cuenta.
Una vez más sentí mucha indignación de que él creyera que mi hijo era un muñeco que podía tomar y soltar cada vez que quisiera. Por eso seguí las sugerencias de mi psicólogo y establecí contacto cero con él durante varios meses. Hace poco tuve que hablar con él para varias diligencias médicas y académicas de mi hijo, pero él no ha dejado de escribirle a mi mamá para preguntar por el niño.
Por mi parte, luego de tener a mi bebé me operé para no tener más hijos, pues mi confianza en los métodos anticonceptivos desapareció para siempre. Sin embargo, mi futura pareja tendrá que cuidarse, porque la prevención es un asunto mutuo. No fue solo el embarazo lo que salió mal, también una ETS que estoy segura que fue el padre de mi bebé quien me contagió.