No hay duda de que el mercado de Estados Unidos es el más apetecido por los músicos. Pasó con la ‘invasión británica’, como se denominó a la oleada de grupos ingleses que dominaron el panorama de la música popular en la década de 1960. Y pasa ahora con la invasión latina, coronada con la nominación de Bad Bunny como el Mejor Artista de los premios MTV 2022, edición EE.UU.
Son paralelismos marcados por similitudes y contradicciones. La ‘invasión británica’ tuvo un elemento de suerte altísimo, mientras que la latina se ha forjado a pulso, en una sociedad que piensa que México va desde el río Grande hasta la Patagonia.
La ‘invasión británica’ se produjo en febrero de 1964. Hubo un impulso del factor suerte que no puede dejarse de contar. A mediados 1963, The Beatles habían conquistado Europa, pero sus primeros discos habían fallado en las listas estadounidenses.
Suerte y publicidad
El mánager de los ‘4 de Liverpool’, Bryan Epstein, el cerebro detrás de los ternos grises estilizados, las botas de chelsea y la venia al final de las canciones, viajó a finales de 1963 a Nueva York a negociar la entrada del grupo en ese mercado. No convencía a nadie, pero en un último intento tuvo una entrevista con Ed Sullivan, el presentador más importante de TV de ese país. En el último suspiro de su cruzada, llegó el momento decisivo.
Epstein trataba de explicarle a Sullivan el revuelo de The Beatles en Europa. El presentador estadounidense le contó que sabía del potencial, porque el 31 de octubre había estado en Londres y su avión se había retrasado por el tumulto ante el retorno de los ‘Fab4’ tras conquistar Suecia.
La duda de Sullivan era cómo trasladar ese éxito a EE.UU., que vivía el luto del magnicidio de John F. Kennedy. Epstein habló de una masiva campaña publicitaria. Sullivan aceptó hacer dos presentaciones en febrero.
En enero, el grupo tenía su primer número 1 en el país de Elvis. Así abrieron la puerta a The Rolling Stones, The Kinks, The Animals… algo que se prolongaría hasta 1980 con Queen, Led Zeppellin, Deep Purple, Black Sabbath y The Police.
Poder latino
Pero si la ‘invasión británica’ tuvo ese factor de casualidades (imagine el mundo si ese avión en el que iba a subirse Sullivan despegaba a tiempo, sería un triste planeta sin All You Need Is Love); la invasión latina fue más como la germinación lenta de un liquen, ganada a pulso con la triste caída del cielo -literal- de Ritchie Valens, o el reconocimiento del genio de Carlos Santana que hacía vibrar a su guitarra llena de ‘sustain’ mezclada con percusión latina, tomada del jazz de Nueva York que había dado paso al fascinante mundo de la salsa, otro movimiento poderoso y fresco de los latinos en los EE.UU.
Por otra parte, hay dos años importantes en este camino latino: 2004, cuando Shakira alcanza la posición 4 con ‘Fijación Oral Vol. 1’; y Maná se ubica en el casillero 4 con ‘Amar es Combatir’ en la lista Billboard 200. Sería injusto no mencionar a las baladas de Julio Iglesias o a Los del Río y su Macarena, o a los llenadores de arenas y teatros como son Caifanes, Enrique Bunbury y los artistas de música regional mexicana.
Sin embargo, lo que ha logrado Bad Bunny no tiene comparación. El fin de semana pasado fue el primer artista de habla no inglesa en convertirse en el Artista del año. Solo en 2020 había logrado el Número 2 en el Billboard 200 con su álbum ‘YHLQMDLG’ (Yo hago lo que me da la gana) poniendo al reguetón en el ojo de la pirámide del dólar.
El reguetón se ha esparcido sin misericordia en el mundo. El ritmo tumpa-tumpa, o dembow, está en todos lados. Dave Grohl recuerda que para la canción Run de Foo Fighters (‘Concrete & Gold’, de 2017), llegó al estudio con “el mejor ritmo del mundo”. Hasta que el productor Greg Kurstin le dijo que eso era un reguetón. Lo grabó, quedó bien… y ya nada.
De ahí que no sea una sorpresa que la española Rosalía esté pegando a lo grande con ‘Motomami’ en EE.UU., porque ese álbum tiene un 60% de canciones de reguetón puro. Tampoco es algo inocente que la colombiana Karol G haya triunfado en el festival más importante, Coachella.
Si The Beatles jugaron sus cartas atiborrando de publicidad a EE.UU., los reguetoneros se muestran provocadores en sus redes sociales y hacen ritmos pegadizos que funcionen, sí o sí, en los primeros 30 segundos de las canciones para ser recomendados por el algoritmo y, así, posicionarse en las mentes de los jóvenes que buscan esta música sexualmente desinhibida como escape a su farragosa y autoimpuesta corrección política.