En 1987, un grupo de roqueros del sur de Quito hizo un concierto de fin de año. Primero pensaron en un pasaje en los Dos Puentes, pero luego armaron una minga para limpiar la Concha Acústica de la Villa Flora.
Fue el 17 de diciembre. Con autogestión y constancia, el colectivo Transilvania, hoy Al Sur del Cielo, lleva ya 23 encuentros. Christian Castro, uno de los fundadores, dice que el tradicional concierto (que luego se estableció cada 31 de diciembre) pasó de convocar a 100 personas en la primera edición a 10 000.En él han tocado bandas como Likaon (de trash, death metal y hardcore). El grupo tiene 15 años y el sábado estará en el primer Rockcotocollao, del Colectivo Cultural del Norte. “El que se cree un espacio donde las bandas puedan difundir su creación es una ayuda gigante, porque no hay muchos espacios”, dice Juan Carlos Vizuete, integrante de Likaon. La banda -en su trayectoria- ha visto cómo ahora hay más lugares para tocar, más promoción y la evolución musical de las agrupaciones, según Marco Balladares, otro miembro.
En este concierto también actuará Toxic Bit, formada hace dos años, y dedicada a un metal con toques de gótico y electrónica. Los músicos de estas y otras bandas suelen trabajar en actividades que van del Derecho a la Ingeniería Agrónoma, pasando por el Diseño Gráfico, la Biología y la Comunicación.
Así financian su música, las ganancias de las tocadas se usan para mejorar los equipos e instrumentos. Por eso, los miembros de Toxic Bit sienten la necesidad de conseguir espacio para las culturas urbanas.
Likaon también ha tocado en la Semana del Rock, que Al Sur del Cielo organiza desde el 2001. “Hemos tratado de surgir, primero autogestionando, como en la Concha Acústica”, dice Castro. Hoy, la Semana del Rock se hace también en Guayaquil. Lo que empezó como una cita de bandas del sur ahora convoca a otras de todo Quito y del país.
Pero el colectivo se apoya en la Constitución para decir que “el Estado tiene la obligación de promover los espacios de los jóvenes. La empresa privada da muy poco apoyo a este tipo de actos”, según Castro. Donde sí han visto una apertura, dice, es en la Alcaldía de Quito y el Gobierno de la provincia de Pichincha.
Juan Carlos Vizuete valora los esfuerzos de estos colectivos: “Son importantes porque van ganando el espacio público. Así, la gente que no está involucrada conoce a los músicos y adquiere conciencia. Tomarse el parque, la calle, hace que se vea que hay una cultura urbana como la roquera o la hopera y que la intolerancia se desvanezca”.
Esta es una tarea complicada. Tanto Al Sur del Cielo como Diabluma, el Colectivo Cultural del Norte y otros han peleado por el derecho a la ocupación de estos espacios. Castro explica que el objetivo es liberar de estigmas que tildan al roquero como violento o satánico. “En ciertos casos, las quejas de vecinos generan prohibiciones. Hemos incrementado la gestión para que la gente conozca la actividad roquera dentro de la sociedad”.
Por eso no solo se dedican a la música. En el caso del Colectivo Cultural del Norte, buscan “que la gente tome conciencia sobre ecología, derechos humanos, salud y conocimiento de los pueblos”, según Pablo Ortega, uno de sus miembros. Por eso, además del Rockcotocollao, este colectivo formado en enero ha organizado la Yumbada y citas culturales con el sur de la ciudad.
La idea es promover la danza, la poesía, la artesanía y la música, exponiendo en igual medida lo ancestral y lo contemporáneo.
Sucede lo mismo con Al Sur del Cielo, que realiza capacitaciones en la comunidad en distintas ramas y además participa en debates sobre los procesos culturales en marcha.
En el caso de Diabluma, además del festival Quitu Raymi cada diciembre, se abren cursos de quichua y se hacen actividades en defensa de los derechos humanos o celebraciones tradicionales como la del Inti Raymi.