Imagen religiosa que caracterizó su obra. La muestra se puede ver hasta el 2 de febrero en la Biblioteca del Ministerio de Cultura.
En bajo o alto relieve, sobre acero, marfil o madera; para hacer monogramas, tarjetas, sellos, rúbricas, retratos, estampas… Así describía, en 1893, Emilia Ribadeneira (aunque luego su apellido se haya reproducido con ‘v’, ella lo escribe con ‘b’) sus servicios de grabadora y artista. Quizá -por lo menos hasta donde la escuálida historia del arte nacional deja saber- la primera mujer en dedicarse profesionalmente al grabado en este país.
La lista arriba mencionada se publicó a finales del siglo XIX, en La Guía de Quito (1894) como parte de un anuncio en el cual Ribadeneira ofrecía cursos de grabado para niñas; y gracias al trabajo minucioso del filatelista e historiador Rodrigo Paéz Terán ha visto la luz y ha circulado, aunque en medios reducidos, lo cual alienta la esperanza de conocer más de la historia de Emilia Ribadeneira como artista y, con la de ella, la de tantas otras, hoy desconocidas, que tuvieron un lugar y un nombre en el Quito del pasado.
Veinte impresiones han revivido la figura de Ribadeneira en estos días. El tesón del investigador Gustavo Salazar es el responsable de esta exposición en la cual se muestran reproducciones de la grabadora quiteña. Se conoce que hay 41 grabados de su autoría. Las obras que Ribadeneira creaba tenían diferentes destinos: libros y hojas sueltas, principalmente; quizá también afiches. Y como se lanza a especular otro investigador, el historiador del arte Eladio Rivadulla, talvez algunos de esos afiches hayan servido para propaganda electoral.
La idea de Rivadulla no es antojadiza. El padre de la artista, el impresor Manuel Ribadeneira, desde la imprenta La Nación-como registra Páez Terán- imprimía también hojas volantes y periódicos de cariz político; uno de ellos -lo confirma Salazar- en sociedad con Gabriel García Moreno, para dar guerra a José María Urbina. La intuición nace del hecho de que Emilia Ribadeneira hizo retratos de personajes como el propio García Moreno o de Luis Cordero Crespo, entre varios otros personajes de prestancia política y/o cultural, como Quintiliano Sánchez, por ejemplo.
La cercanía de su familia con García Moreno y la especie de mescenazgo que los estudiosos aseguran que él practicó con la artista podría haber hecho natural que ella lo retratase; sin embargo, sobre los demás faltan explicaciones.
Una podría seguir en la misma línea: la relación de amistad que su padre o ella entablaran con personajes ilustres. Así se podría explicar, según el investigador Patricio Muñoz, el grabado que hizo de Juan Montalvo, personaje ubicado en las antípodas de las filias de Ribadeneira, quien al parecer era una férrea conservadora. Para Muñoz es casi lógico que Ribadeneira, al pertenecer a una familia activa en la imprenta y el periodismo, tuviera alguna cercanía con Montalvo, con quien su padre, además, compartía la lucha contra Urbina.
Otra pudiera ser que, dada la fama que Ribadeneira había adquirido en la ciudad, como lo aseguran Páez Terán y ella misma en una parte del anuncio de las clases de grabado: “(…) deseosa de ser útil á su Patria y á petición de muchas personas honorables de esta Capital”, las personas en capacidad de pagar un retrato o un trabajo hecho por ella la buscasen.
No en vano fue la encargada de grabar la imagen del primer sello postal impreso en Ecuador (en la imprenta de su padre, en 1864). De hecho, esta es la razón por la cual su nombre ha trascendido en la historia, entre unos pocos entendidos en filatelia, principalmente.
Del resto de su obra o de otros aspectos de su vida, se sabe muy poco, como que se casó con Pedro Héguy Wanderberg y que con él tuvo una hija.
Con una investigación que comenzó en 1995 luego de que se encontrara con un grabado de la artista en un libro, en La Merced, Salazar ha arrojado algo más de luz sobre ella. Así, por ejemplo, se ha podido determinar que varias de sus obras eran de corte religioso; beatas, santas, vírgenes conforman buena parte de su iconografía. Pero también grabó mapas: el de Andrés Baleato, de 1792, realizado por ella en 1902, y el mapa de la Real Audiencia de Quito de Francisco de Requena, de 1779 ( 1903), según la investigación de Salazar.
Y talló para la Casa de la Moneda de Quito, de acuerdo a Rivadulla. No fue cualquier pieza, sino una “muy bella” de 5 francos, con la cual se pretendía introducir el sistema decimal francés en el país; pero el intento fracasó. Pasaron muchos años para que finalmente con el sucre aquello sucediera.
En esa pieza, que actualmente se puede ver en el Museo Numismático, Ribadeneira dejó puestas sus iniciales. Al firmar la moneda-gesto inusual, según Rivadulla-, la grabadora adjudicaba valor a su obra. Esa misma conciencia de su valía puede leerse en el anuncio ya mencionado cuando indirectamente se autodenomina artista al decir: “(…) del bellísimo, delicado y entretenido arte de grabar”; se estaba ofreciendo a compartir los secretos de su arte.
Pero no solo ella se consideraba artista, sus contemporáneos también. En una resolución del Senado, de 1887, Mariano Bustamante dice de ella: “después de aplaudir, como es justo, el genio artístico de nuestra compatriota”, a propósito de una solicitud de Ribadeneira para que el gobierno “la prefiera en la compra de timbres y sellos nacionales”.
Por todo lo expuesto, se puede inferir que a Emilia Ribadeneira no le faltaban ni talento ni decisión, pero mientras no haya un estudio ampliado todo queda en especulaciones. Por eso la exposición organizada por Salazar y Leonardo Loaiza, encargado de la biblioteca del Ministerio de Cultura, para conmemorar los cien años de la muerte de Ribadeneira (1839-1916), es tan importante.
Con ella se abre una grieta que pudiera resquebrajar el, hasta ahora, casi impenetrable muro que oculta a las ecuatorianas artistas anteriores al siglo XX.