Vista aérea de la Central Hidroeléctrica Teles Pires, en Brasil. Foto: Cortesía CHTP / IPS.
El incendio del bosque local, el 29 de junio de 1979, fue el acto inaugural de la ciudad de Paranaíta, un municipio que ahora intenta superar el estigma de un gran deforestador del Brasil amazónico y que pasó a autodenominarse ‘La Capital de la Energía’.
Dos grandes centrales hidroeléctricas, una todavía en construcción, alteraron la vida en Paranaíta. Pero aún no se define su futuro entre los bosques amazónicos, la ganadería extensiva y los monocultivos de soya y maíz que avanzaron desde el sur, deforestando el Mato Grosso, estado del centro-oeste de Brasil y portal suroriental de la Amazonía.
La Central Hidroeléctrica de Teles Pires (CHTP), 85 kilómetros al noroeste de Paranaíta, empleó 5 719 trabajadores en su mayor apogeo, en julio del 2014.
Su construcción comenzó en agosto del 2011 y terminó al final del 2014, cuando ya empezaban las obras de la central São Manoel (antiguo nombre del río Teles Pires), menor y más alejada de la ciudad, a 125 kilómetros río abajo.
São Manoel sufrió interrupciones judiciales y la casi quiebra de su constructora, por escándalos de corrupción, con consecuentes atrasos y despidos masivos en el 2016.
La hotelería, venta de dragas, motores y otros equipos mineros les aseguraron el éxito comercial a los pobladores de la zona. El ‘garimpo’ hizo surgir 11 hoteles en la ciudad, entre 1982 y 1989, y sustituyó los frustrados intentos de sembrar tomates, café, cacao y frutas amazónicas, como el guaraná, contó Francisco Karasiaki, otro pionero que vivió 37 de sus 53 años en Paranaíta y heredó el hotel construido por su padre.
La minería decayó en los años 90 y la crisis se superó por la intensificación de la extracción maderera y la proliferación de aserraderos en la ciudad. “Pasamos a vender motosierras como agua, unas 12 cada día”, contó Ster Petrofeza.
Ese ciclo concluyó la década siguiente, ante la represión ambiental. La construcción de las centrales hidroeléctricas “permitió un renacimiento”, reactivando el mercado local, pero “no dejaron nada de permanente para nosotros”, lamentó la empresaria, viuda desde 1991.
“La agricultura es la esperanza”, coinciden Karasiaki y Petrofeza, cuyos dos hijos se dedican a cultivar soya y maíz.
Paranaíta ejemplifica la alternancia ‘boom-colapso’ que afecta a una economía que se basa en la explotación de recursos naturales de la Amazonía brasileña, explicó el economista João Andrade, coordinador de Redes Socioambientales en el Instituto Centro de Vida (ICV), que actúa en el norte de Mato Grosso.
Minería, caucho, madera, ganadería y monocultivos se suceden de forma insostenible en distintas áreas, algunas recién atropelladas por los proyectos hidroeléctricos.
Las centrales no cambian el modelo de ocupación de la Amazonía, sino que pueden inaugurar un nuevo ciclo, al facilitar energía para la minería y la expansión agroexportadora con mejores carreteras, teme Andrade.
Paranaíta, con 10 684 habitantes según en el censo del 2010, decretó un estado de emergencia en noviembre del 2013, ante el colapso en los servicios públicos, porque la población había aumentado en dos tercios en los primeros años de construcción de la Central Teles Pires, según la Prefectura de la ciudad.
Aumentaron las enfermedades contagiosas, como malaria,
y las transmisibles sexualmente, en el apogeo de las obras en los municipios afectados, dijo Carina Sernaglia Gomes, analista de Gestión Ambiental Municipal de ICV.
Las visiones negativas contrastan con las millonarias inversiones sociales y ambientales hechas por las empresas. En ese tipo de proyectos, las compensaciones y medidas mitigadoras llegan tarde, después que ya ocurrieron los peores impactos de las obras.
En relación con los indígenas, la CHTP los compensó con 20 programas específicos, principalmente de donación de vehículos, embarcaciones, combustibles y casas comunitarias. Sin embargo, se inundó un sitio sagrado para el pueblo Munduruku.