Los martes y los jueves se presenta en la Plaza del Teatro. Los domingos en la Plaza Grande. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
En la casa de Juan Sánchez suena la música de Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Tararea las canciones sentado frente a su computadora. Sus tres perras Mackenzie, Vergüenza y Merluz aprovechan para entrar a la sala y curiosear un poco.
Está nervioso y no lo disimula: come un caramelo de tamarindo, enseguida otro más y guarda algunos en sus bolsillos. A pesar de llevar 19 años de ‘juegos’, sigue sintiendo ansiedad antes de cada presentación. Quizás un poco más que de costumbre porque no lo acompañará su fiel amiga desde hace nueve años Merluz; está enferma.
Cataloga a sus intervenciones como un juego con todo y todos, calle, personas, buses, carros, en las que “manda un poco de mensaje”. Un mensaje de resistencia y de amor. “El payaso está todo el tiempo interpretando la sociedad”, señala. Mi trabajo es ser obrero de las artes, “vivo 24 horas payaseando”, agrega.
Es hora de maquillarse. Se pinta el rostro con tres colores los ojos y la boca blancos, la nariz, frente y pómulos rojos y la barba y las cejas negras - “es para que se me vean”, bromea-. Mientras coloca la pintura en su rostro comenta que históricamente el payaso ha ejercido un rol político; “el juglar ha estado ahí siempre para parodiar a las formas de poder”.
Mientras se maquilla, algunos niños se acercan, también viejos y nuevos conocidos. A todos trata con cariño. Para él es fundamental amar a todos, aclara que es un principio anarquista de solidaridad.
Después de 20 minutos de maquillaje y preparación, Do Pingüé Terapia Festiva, uno de sus nombres artísticos, está listo para hacer locuras. El payaso es un loco que dice la verdad –señala con una sonrisa-. “No la plantea de ladito, te golpea. El chiste es una verdad fundamentada”.
El payaso de por sí va en contra de la sociedad. “La sociedad te obliga a no fallar, a ser un sujeto exitoso”, el payaso se acepta con sus defectos y sus virtudes y les saca provecho, se muestra sincero, comenta al tiempo que espera que sus compañeros terminen su acto, ante unas 70 personas.
Llega su turno, tiene poco tiempo, pronto se pondrá el sol. En sus actos participan varios espectadores. Incluye un poco de magia y mucho movimiento corporal, las palabras –“solo las justas y necesarias”, indica. Su juego estrella es con un cubo -cada lado mide un metro-, el payaso lo mueve, lo hace volar en el aire, los espectadores están hipnotizados, los movimientos son veloces.
Un día con Do Pingüé Terapia Festiva
Juan Sánchez tiene 36 años, 19 los ha dedicado al arte. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
Su perra Merluz trabaja junto a él, desde hace nueve años. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
Do Pingüé Terapia Festiva se prepara para su rutina cuando llega al lugar de su presentación. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
A pesar del maquillaje sostiene que el clown siempre es sincero y dice la verdad. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
Se considera un obrero de las artes. Autodenomina a su mensaje como de amor y resistencia. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
Para él, el payaso es un personaje libre y por excelencia está en contra del poder. Foto: Gabriela Vivanco/ EL COMERCIO
Parece que va a terminar. “Hagan el amor en las calles y en las plazas (…) y en solo nueve meses tendrán hijos locos, bendítamente locos y por locos libres, y por libres bellos, que harán un paraíso de este maldito infierno, donde las banderas se pudren patrióticamente y las madres amamantan para que sus hijos se vayan a la guerra”, así culmina el acto, mientras los espectadores se quedan estupefactos. Un aplauso rompe el silencio.