Los lunes, miércoles y viernes son días tediosos, incómodos para Freddy Sevilla, de 32 años.En esas jornadas está conectado a una máquina de diálisis que por cuatro horas seguidas filtra (limpia) su sangre, pues sus riñones están afectados de manera irreversible. Es una rutina demoledora que lo deja fulminado el resto del día. Es su hábito desde hace nueve meses, cuando empezó las terapias de diálisis. Sevilla es uno de los 4 500 pacientes del país que dependen de ese tratamiento para vivir.
1 350 personas -incluido Sevilla- esperan por un donante cadavérico para poder recibir un trasplante de riñón y terminar su agonía. Es el segundo órgano más requerido en el país, después de las córneas y el hígado.
Esos datos son del Organismo Nacional de Trasplante de Órganos y Tejidos (Ontot). Aunque no hay una estadística única, 800 enfermos esperan por un trasplante de córnea, 1 350 de riñón, 200 de médula, 100 de hígado y 25 de corazón.
Sevilla –empleado bancario- sufre de insuficiencia renal luego de padecer una hipertensión arterial que dañó su riñón. Ante esa dolencia, por el momento su única opción es la diálisis. La máquina a la que se conecta cuatro horas seguidas, tres días a la semana, reemplaza a ese órgano.
Este joven no conoce su lugar en la lista de espera para recibir un trasplante. Pero más allá de un donante cadavérico (persona declarada con muerte cerebral), Sevilla busca un donante en su familia. “La diálisis es durísima. Hay días que estoy aniquilado”.
“Con esta enfermedad no podemos salir de la ciudad y se trabaja a medias porque hay que cumplir de forma estricta la diálisis, cuenta Jorge Parra, de 27 años, quien también padece la misma dolencia.
Él espera por un trasplante desde hace tres años. Su rostro envejecido y delgado delata su enfermedad. Cuenta que hace un año fue intervenido su compañero de terapia Carlos Pazmiño, quien recuperó su salud. Ellos son parte de los 300 pacientes que se tratan en el hospital José Carrasco Arteaga del IESS de Cuenca. 70 son de Azuay, Cañar, El Oro, y esperan un donante.
El nefrólogo de este centro, Franklin Mora, precisó que no todos los pacientes son candidatos a un trasplante. Este hospital introdujo el programa en el 2007 y prioriza a sus afiliados jóvenes (menores de 45 años) con insuficiencia renal aguda, que no padezcan enfermedades graves.
En diciembre pasado practicaron el primer trasplante con donante cadavérico y hasta el momento se han beneficiado 34 pacientes renales: unos con donantes vivos y otros cadavéricos. Cinco fallecieron por el trasplante u otras causas. Esa estadística –que está dentro de la tasa internacional- preocupa a la gualaceña Hilda Fajardo, de 49 años. Tiene tres hijos y lleva nueve años en diálisis. Sus hijos Claudio, de 28, y Verónica, de 26, se ofrecieron como sus donantes, pero ella no lo acepta. “Temo que yo quede bien y ellos mal y eso me pondría peor el resto de mi vida”.
En el caso de un donante vivo debe tener parentesco directo: padres, esposa, hijos, hermanos… Según Frank Serpa, médico del programa de la Ontot, cada año aumentan unos 300 nuevos pacientes que necesitan trasplante renal y 100 hepáticos. En el 2007 no pasaban de 2 000 los pacientes con insuficiencia; para el 2010 serán 7 000.
Los más vulnerables son los campesinos de Manabí, El Oro y Azuay que tienen mayor contacto con pesticidas, elementos agroindustriales y químicos. Aparte están la hipertensión y diabetes, principales causas de la insuficiencia. Según Ontot, unas 100 personas mueren al año esperando un trasplante.
Pero las cosas mejoran. Mientras en el 2007 un paciente esperaba tres años por un trasplante, en el 2010 bajó a 1,4, informa Wilson Altamirano, coordinador del Comité para la Donación de Órganos en Azuay. Para Altamirano, las campañas que fortaleció el Estado en el último año dan resultado. En el 2009 existían 1 500 donantes carnetizados; actualmente llegan a 12 900.
Pero aún falta mucho por hacer, pues la demanda es mayor. Solo de personas con problemas renales hay una lista de espera de 8 000 pacientes que maneja el ONTOT, a través del Ministerio de Salud. A esto se suman los miles que esperan otros trasplantes.
Hilda Fajardo confía en que un día llegará su donante cadavérico porque no aceptará el riñón de ninguno de sus hijos. Freddy Sevilla, su compañero de diálisis, también reza por un donante. “No nos quiten la posibilidad de seguir viviendo o mejorar la calidad de vida si Dios y la ciencia nos han puesto este avance no debemos desaprovecharlo”.