Diego Falconí: ‘Trato de mariconear los estudios andinos’

Diego Falconí ganó el Premio Casa de las Américas en la categoría ensayo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

Diego Falconí acaba de redondear uno de los semestres más importantes para la literatura ecuatoriana en la última década. El ensayista, abogado y catedrático quiteño ganó el Premio Casa de las Américas en la categoría ensayo por su obra ‘De las cenizas al texto. Literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX’. Una reflexión teórica sobre la visión de los gays, las lesbianas y los trans en la literatura de la región.
¿Por qué el interés de analizar el mundo gay en la literatura desde los estudios andinos?
La verdad hay un interés autobiográfico. Soy una persona gay que tuvo que vivir en el país durante mucho tiempo y puedo dar cuenta que fueron años difíciles y complicados. Pasando al ámbito académico tengo que decir que había una ausencia de escritos y de herramientas académicas sobre el tema. Cuando fui a vivir a Barcelona, hace diez años, me di cuenta de que el vacío era regional. Se había investigado mucho en los países del Caribe y del cono sur pero en los Andes muy poco.
¿Qué fue lo que encontró al entablar un diálogo entre los estudios andinos y los estudios de género?
En esta región es muy importante la reciprocidad, una práctica que implica relaciones de intercambio binarias que nos han permitido coexistir. En mi ensayo intento explicar cómo en las novelas aparece este término. Hago un juego de palabras y escribo reciprocidad con ‘s’ para hablar de una de las realidades más complicadas que han sufrido las personas sexodisidentes, sobre todo, los gays y los trans, que es el sida. Me interesa mucho conciliar los estudios andinos con los estudios de género.
¿Hay una nueva posición de la academia frente a los estudios de género?
Hay un cambio en la academia, antes se decía que daba igual quién fueses tú al momento de investigar, pero eso ha cambiado porque ahora se valora la experiencia. Si algo tiene el feminismo y en general los estudios de género es traer un modo de mirar y una metodología distinta. Creo que como individuo marica he tratado de 'mariconear' los estudios andinos. Respetar esa tradición pero al mismo tiempo ser irreverente en cuestiones como la complementariedad andina.
¿Por qué se autodefine como individuo 'marica'?
Porque la palabra gay tiene unas connotaciones de clase y de colonialidad muy fuertes, muchas veces es una palabra excluyente. Pareciese que el gay tiene buen gusto, que es más elegante y que el maricón es cualquier cosa. Prefiero reivindicar la palabra maricón en el sentido de que tal vez eso es lo que he sido, un maricón. El gay es un endulzamiento a esta palabra que es incómodo y que es muy del norte.
El mundo andino tiene una fuerte presencia indígena. ¿Su ensayo es un intento de desmitificar esa creencia de que en esta culturas no existen lo gay?
De algún modo pareciese que la complementariedad como la hemos estudiado, desde hace mucho tiempo, no tenía cabida para personas trans, tortilleras o maricones. Sin embargo, como abordo en mi ensayo, muchos de los habitantes originarios del Abya Yala tuvieron prácticas nefandas y sodomitas, prácticas protohomosexuales que fueron exterminadas.
¿Cómo abordan los escritores ecuatorianos de inicios del siglo XX, el mundo gay?
Al final del siglo XIX y principios del XX, cuando empieza a escribir Pablo Palacio, había esta noción de que la prostitución y la homosexualidad eran mecanismos de conquista por parte de Europa. La referencia a lo gay en la literatura de este tiempo está marcada por la tragedia. Por ejemplo, en ‘Un hombre muerto a puntapiés’, al final, el homosexual muere.
¿Esa visión trágica cambia en los escritores de la segunda mitad del siglo XX?
En la región tenemos varios escritores gays y lesbianas. Está Jaime Bayly en Perú, Fernando Vallejo en Colombia y Julieta Paredes en Bolivia. Paredes es una indígena aimara y qué más legitimidad para abordar el tema que una persona que habita tanto una etnia como un deseo sexual. Ella aborda este tema desde el contexto político boliviano. Además propone una corriente de feminismo comunitario, uno de los pocos aportes del feminismo latinoamericano de los últimos años.
¿Hay escritores que fueron más allá de lo gay y lo lésbico?
En Ecuador está Adalberto Ortiz, un escritor mulato que vivió en Esmeraldas y que propuso dentro de su literatura formas de sexualidad más juguetonas que de algún modo descolocan está noción médica legal que es tan fuerte en Pablo Palacio. Ortiz tiene un cuento que se llama ‘La Tunda’, cuyo protagonista es un personaje que no se sabe si es un hombre o una mujer. Un ser mixto que le demuestra a la comunidad trans que sí tiene referentes locales.
¿Tiene la sensación de que en el país en ensayo ha sido colocado como un género de segunda línea?
La teoría y el ensayo literario son dos géneros que no han sido abordados como deberían. Tenemos referentes gigantescos como Agustín Cueva, Wilfrido Lucero y Bolívar Echeverría. En el caso de estudios sexo genéricos, que era lo que me interesaba, hay una ausencia enorme. Creo que es necesario que se escriban más ensayos.