Las Venus de Valdivia, las sillas manteñas en U y los chamanes de la cultura Jama-Coaque y Chorrera no pasan desapercibidas en las tiendas de La Mariscal, donde las venden.
Los artesanos de La Pila y de Aguas Blancas, en Manabí, hacen piezas tan llenas de detalles que parecen originales.
Con el tiempo se han convertido en diestros imitadores de las propias figuras prehispánicas. Las copias se ven en casas, confundidas con los muñecos de resina de los bautizos, carritos de colección o barbies.
Contemplar las sensuales Venus -que simbolizan la fecundidad- es como rendir homenaje a una deidad de 6 000 años (la edad de la cultura Valdivia), en las vitrinas de La Mariscal, centro-norte de Quito.
El circuito de venta de las venus y de las sillas, en la capital, es sencillo: los artesanos de La Pila y de Aguas Blancas vienen -cada dos o tres meses- a ofrecerlas a los comerciantes.
Ellos las adquieren a un costo de USD 2 y 2,50, las primeras, y desde 4, las segundas. En las tiendas las venden al doble.
La primera parada: el concurrido almacén Sombrero Montecristi’s (Amazonas y Jorge Washington). Una imagen de tamaño natural, rojiza y café, se halla junto a la puerta. Parece un guerrero que custodia la tienda.
El vendedor Julio Albán cuenta que la figura fue solicitada a los artesanos de La Pila.
El almacén se ve repleto de artesanías de varias regiones, como los caballos tallados en madera, de San Antonio de Ibarra, y las quiteñas vírgenes de Legarda.
¿Cuáles son las artesanías que más salida tienen? Albán no demora en contestar: los sombreros de paja toquilla, de Montecristi, y los de Cuenca; y las réplicas prehispánicas.
Un grupo de extranjeros ingresa y pasa revista al mesón en el que se muestran decenas de figuras. Las miran. Las palpan y se animan a comprarlas.
Según Albán, alumnos de varios colegios son clientes fijos; comparan las piezas con las que ven en sus libros de clase.
A la vuelta, en las calles Juan León Mera y Carrión, se halla La Bodega, un almacén que abrió en 1974. Es un típico chalet de La Mariscal. Hay poco espacio para caminar, ya que la artesanía es variada -importan hasta cinturones con hebillas de plata de Afganistán-.
En la primera grada que conduce al segundo piso de este sitio multicolor hay una cesta llena de Venus de Valdivia.
En un estante, las blancas sillas manteñas; en una ventana, una fila de chamanes y guerreros, dispuestos a partir a un ilusorio combate.
“Las figuras prehispánicas se venden, al igual que las quichuas amazónicas, es una bella artesanía”, dice Beatriz Valladares, de La Bodega.
María, su hermana, reconoce que en la factura que dan a los extranjeros consta la palabra Réplica para evitar líos en aeropuertos, porque una original es imposible sacarla del país.
La Bodega es un sitio variopinto. En un estante aparece un grupo de copias de guerreros de la cultura Jama Coaque.
Su seña de identidad: el cuello, el torso y los brazos están emplumados. Como si hubiesen volado desde el cielo de su remoto tiempo a la bulliciosa Quito. Los sellos cilíndricos de esta extraordinaria cultura de navegantes -que creció al filo del mar en las costas manabitas- componen el cuadro.
María Valladares confirma que las venus y las sillas son los objetos más solicitados por ecuatorianos y extranjeros. Una silla pequeña, de ocho centímetros de alto, se vende en USD 9; y una de 12 cms., en 15.
A su vez, Epsidon Beltrán, dueño de Galería Beltrán (Reina Victoria y Washington), creció entre figuras coloniales quiteñas, antiguas guitarras, arpas arcaicas y fuelles.
Su padre, Nelson Beltrán, era anticuario. Epsidon, de 42 años , museógrafo por la UTE, recuerda que viajaban, en los ochenta, por Riobamba, Alausí y Chunchi buscando antigüedades. Dice que al cliente hay que hablarle con transparencia: vende copias de diversas culturas desde hace ocho años.
“Así promuevo nuestra identidad; compro, cada dos meses, a los artesanos alrededor de 500 figuras, venus en su mayoría, y apoyo su tarea”. También oferta cuadros de conocidos artistas como Ronquillo, Villacís, Gualsaquí y otros.
Iván Cruz, galerista y conocedor del mundo prehispánico, explica que las figuras se han convertido en íconos populares y la gente las adquiere como recuerdos o ‘souvenirs’.
Es un hecho positivo -dice- que los vendedores las ofrezcan como réplicas. “Es difícil sacar del país una pieza original, pues los objetos de valor que yacen en el subsuelo le pertenecen al Estado”.
Los usuarios reconocen la belleza de las copias. Por ejemplo, Eugenia Olivo, ama de casa de Tumbaco, luce en su cuello un collar con 12 mínimas valdivias. “Lo llevo porque es un símbolo muy nuestro”.
Sofía Páez, de San Pedro Claver, adorna la biblioteca con sillas en U.
La Pila, el sitio de los alfareros
En Manabí, la elaboración de artesanía precolombina en barro se mantiene en el poblado de La Pila, cantón Montecristi.
Existen 20 talleres, donde todos los días los artesanos dan forma a la cerámica. Uno de ellos es Raúl López. Trabaja a un kilómetro de la vía que comunica al pueblo con Manta, Portoviejo y Jipijapa.
Ahí moldea la arcilla hasta crear figuras de la cultura Manteña. Sobre una vasija de 15 centímetros de diámetro diseña dos cuerpos con cabezas grandes y narices pronunciadas. Trabaja sin descanso para entregar 200 copias a comerciantes de Quito y Guayaquil. “Nos piden Venus de Valdivia y sellos de Jama Coaque”. El material lo extrae de la zona montañosa de Jipijapa.
Varios clientes traen libros como referentes. Ángel Bailón afirma que otros llevan revistas de arqueología, para elaborar las piezas. Los talleres son familiares. En la Pila viven 3 000 personas, el 50% es alfarero. Redacción Manta