Entrevista del día a Fabián Luzuriaga, presidente de la Cámara del libro.
¿Se puede hablar de una industria del libro en el país?
Sí, hay una industria editorial que ha crecido, en parte por la demanda del sector público, en cuanto a la distribución de textos gratuitos y la compra de derechos a las editoriales nacionales y extranjeras. En el tema editorial y de impresión estamos a la altura de cualquier país, aunque nos falta un tanto de competitividad.
¿Esa industria se corresponde con la lectoría?
Hay que distinguir: hemos crecido en libros infantiles, juveniles, de texto, investigación, sociología… En narrativa y poesía habría que hacer un estudio de cuánto lee un ecuatoriano al año, esa información no la tenemos, no ha habido un censo ni desde el Estado ni desde el sector privado.
Entonces, ¿qué validez tienen las campañas de lectura o la gratuidad de los libros?
No comparto en el tema de la gratuidad, no por regalar más libros se crean más lectores; que los lectores tengan un mejor acceso económico o facilidades de ingreso a espacios con libros es diferente. Pero sí, el Estado es el principal actor para que en una sociedad se generen nuevos lectores.
Y las ferias, ¿ayudan en la formación de lectores?
La idea de las ferias es reposicionar al libro y hacer que el público se encuentre con él; que vea que los libros no están solo para el intelectual sino para todos. Además, las ferias tienen una carga de actividades para niños, quienes son los futuros lectores.
¿Por eso se prioriza lo didáctico a la literatura?
En lo infantil hay libros de gran formato, que se arman, con varias actividades y otros que van acompañados por el adulto para despertar el interés hacia el libro como objeto, no necesariamente por la lectura.
¿Cómo lee el caso de Norma, en la escena editorial?
Responde a un fenómeno mundial: las librerías y el libro, como objeto, tienden a desaparecer. Norma cierra sus ciertas líneas no por estrategia comercial, sino porque esa líneas no funcionan, pues hay una crisis de espacios para gestores de lectura o librerías que están cerrando, basta ver el caso de Borders en EE.UU.
¿Es preocupante?
Sí, pero nos obliga a reinventarnos. Un ejemplo: una cámara fotográfica de hace 50 años no es igual a una de hoy; la máquina de escribir tampoco frente al computador, ni este frente a las tabletas; pero el libro es el único que ha permanecido casi intacto en los últimos 400 años y ahora está mutando a otros soportes. Sin embargo, el libro no desaparece como concepto, en algún momento coexistirán el de papel y el digital.
¿Cómo vive ese proceso?
Algunas editoriales se están adaptando a un formato digital o en PDF, para hacer la descarga. Pero autores y editores tienen que volver a formarse en cuanto a la comercialización y a los derechos de autor; es un mundo nuevo.
¿Y las librerías?
Los grandes espacios en librerías desaparecerán, seguirán habiendo, pero más pequeñas, donde convivan el libro digital y el físico y el consumidor sea quien elija la forma de leer.
¿Cómo se ha desarrollado la Feria del Libro de Quito?
Ecuador está aprendiendo. Antes la Cámara las organizaba como espacios de venta de libros, pero no incluía actividades culturales, ni encuentros con autores de renombre. Con el Ministerio de Cultura estamos engranando labores, crecen los espacios para otras manifestaciones culturales, buscamos ingresar en el circuito internacional de ferias, aunque habría que revisar fechas. Crece.
¿Y el público también?
Sí, aunque Quito no tiene recintos feriales adecuados para estas ferias. No los tuvo el Eugenio Espejo, tampoco el Itchimbía, Cemexpo es muy lejos y ahora probamos, con mejor suerte, en el Centro de Exposiciones.
¿POR QUÉ ESTÁ AQUÍ?
Su experiencia. Está en la Cámara, en representación de Libro Express.
Su punto de vista. Las ferias reposicionan al libro y hacen que el público cautivo y potencial se encuentre con él.