Sobre una mesa hay 72 objetos. Entre ellos flores, pinturas, plumas, hojas de papel en blanco, una cámara Polaroid, pan, vino, miel, azúcar, jabón, clavos, un martillo, una navaja, un cuchillo de cocina, una bala y un revólver. La consigna es simple. Durante las próximas seis horas, los asistentes pueden usar cualquiera de estos objetos en el cuerpo de la mujer que está en la sala.
En las primeras tres horas las personas que se acercan a la mujer, la acarician con una pluma, le dan besos, le toman fotos o le regalan flores. Después llegan los momentos dantescos. Alguien toma las tijeras y corta toda su ropa, un hombre le hace un corte en el cuello y chupa su sangre, otro clava el cuchillo a pocos centímetros de su vagina y el más atrevido carga el revólver y lo coloca en su sien, durante varios minutos. Ella llora y sangra, pero no se mueve hasta que se cumplen las seis horas.
La mujer en aquella sala es Marina Abramovic (Belgrado, 1946) y esa serie de objetos dispuestos, de forma aparentemente aleatoria, son parte de ‘Ritmo 0’, performance que realizó en 1974, en Estudio Morra de la ciudad de Nápoles. Con los años, esta pieza se convirtió en una de sus obras más conocidas -ahora una de las más viralizadas-, pero al mismo tiempo fue la más arriesgada de su dilatada carrera.
Abramovic es una de las pioneras en usar el cuerpo como parte de la obra artística. Antes de ‘Ritmo 0’ había presentado ‘Ritmo 10’, ‘Ritmo 5’ y ‘Ritmo 2’, este último un experimento para probar si un estado de inconsciencia puede ser incorporado en una performance: término que estaba en ebullición dentro de los círculos artísticos europeos y estadounidenses, pero aún lejano para el resto de personas.
Su idilio con la performance comenzó en la Academia de Bellas Artes de Belgrado, donde estudió entre 1965 y 1969. Por esos años, su trabajo se concentró en la pintura y el dibujo. El giro llegó cuando entró a formar parte del Grupo 70, un puñado de creadores que analizaba el trabajo de artistas conceptuales como Lawrence Weiner o Joseph Kosuth, autor del famoso manifiesto ‘Art After Philosophy’.
Después de un lustro de hacer performance en solitario -de ese periodo son piezas icónicas como ‘Lips of Thomas’-, llegó un trabajo, de más de una década, en el que hizo equipo con el alemán Frank Uwe Laysiepen, más conocido como Ulay, que falleció el año pasado, a los 76 años de edad.
Entre sus numerosas acciones conjuntas se cuentan la serie ‘Relation Works’, 14 piezas en las que exploraban las diferencias entre la resistencia física y emocional de hombres y mujeres. Uno de sus performances más famosos se titula ‘Relation in time’, en el que los dos se ataron del pelo, mirando en direcciones contrarias, durante más de 16 horas. Su último trabajo como pareja artística y sentimental ocurrió en 1988. Abramovic y Ulay caminaron por la Gran Muralla China desde los extremos opuestos para unirse en el centro y desde allí separar sus caminos; lo último que dijeron fue adiós.
La pareja se volvió a encontrar en 2010, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa). Abramovic presentaba ‘La artista está presente’, una performance en la que estuvo sentada inmóvil en una silla por 700 horas, a lo largo de tres meses, mientras miraba a los ojos de todo el que se sentaba en frente suyo. La única vez que se movió fue cuando Ulay apareció en escena. El registro, que se puede ver en YouTube, evidencia la conexión que siempre mantuvieron
Desde los años 90 en adelante, el trabajo de Abramovic se expandió a otros géneros como las instalaciones, la ópera, el video y la realidad virtual, sin perder ese carácter transgresor de los primeros años. En ese camino, su obra no estuvo alejada de las críticas y de epítetos que iban desde exhibicionista hasta loca.
Una de las críticas más fuertes las recibió en el 2005, tras presentar ‘Seven Easy Pieces’ (Siete piezas fáciles), en el Museo Guggenheim. Durante siete noches consecutivas recreó los trabajos de artistas pioneros de la performance en los años 60 y 70, además de dos obras propias, entre ellas ‘Lips of Thomas’. En esa ocasión, muchos apuntaron sus dardos en defensa del carácter único que en principio tiene todo performance.
En el 2012 su obra llegó al cine, a través de ‘La artista está presente’, una cinta basada en la muestra retrospectiva que montó en el MoMa. El filme fue nominado a mejor documental en los premios Spirit. El éxito de esta película la impulsó a crear el Marina Abramovic Institute, un centro relacionado con las prácticas del arte contemporáneo.
El miércoles pasado, Abramovic recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, por su arriesgada pero fructífera carrera artística, que tiene como bandera haber logrado que la performance trascienda los círculos culturales y se integre a la cultura popular.