Mi cámara me llevó a contar historias. Al inicio para congelarlas en el tiempo. Miro una de mis imágenes capturada por mí hace 25 años y puedo volver a sentir lo que sentía en esa época. Es curioso, me atrapé a mí misma en ese recuadro.
Dejan de ser los carruseles de París, las calles del Centro de Quito, o los pájaros en Lugano. Para mí son Lorena sintiendo miedo, caos, soledad… detrás de mi lente, capturando a un hombre mayor solo, mirando a lo lejos un carrusel, blanco y negro.
Creyendo que lo he atrapado, me doy cuenta que solo me he atrapado a mí misma viéndome en él. Los pájaros en Lugano, de mi hoja de contactos escojo aquella imagen de dos pájaros contándose algo, en complicidad. Blanco y negro, muy alto contraste, de tal manera que solo quedan ellos en el blanco infinito del cielo que ya no se ve. Cuando creí que los había atrapado, me atrapé a mí misma en mi búsqueda del amor en ese momento. Cuántas imágenes capturadas que cuentan mi propia historia haciendo creer que es la de otros. Cada vez se me hace más evidente que no. Los extremos han sido mis compañeros; los opuestos, mis maestros; y el tiempo, mi equilibrio.
Cuando queremos contar la historia de una persona debemos estar dispuestos a contar la nuestra. Como lo dice Avedon: “Cada imagen que he fotografiado es más sobre mí que sobre las personas a quienes he fotografiado”.
Después de tantos años de nadar en las profundidades de mi ser, para conectar con mi laberinto interior y encontrar paz en mí misma, puedo afirmar que siempre se vuelve a cero, al inicio, a la nada. Cada crisis es un comienzo, no obligatoriamente nuevo, también puede ser un comienzo desgastado. En algún momento creí que cuando ya se había aprendido, solo se podía avanzar. No contemplé la posibilidad de la paradoja, de que también se avanza hacia los abismos. Se avanza a atravesar el Styx una vez más. Tal cual Perséfone, en el inframundo.
El estar frente a una cámara es totalmente confrontativo, es como traer a la consciencia, que la persona tras la cámara te está mirando desde la punta del pelo hasta la punta del pie. Y tal vez hasta con un macro. El retrato es confrontar. Si lo vamos a hacer es importante entender el significado. Es importante haber sido confrontado.
Con el tiempo me di cuenta que el retrato fotográfico se había convertido en una herramienta de sanación. Aprendí a atravesar mi laberinto interior exponiéndome a través de mis sujetos; quienes, a su vez, han compartido su propio
laberinto conmigo.
Cuando fotografié Ánima me puse yo también frente a la cámara, mi autorretrato lo realicé paralelamente al momento en que mi madre debido a su cáncer había decidido raparse la cabeza. Mientras ella era confrontada a su propio reflejo en el espejo, yo era confrontada a mi propia imagen de dolor frente a la cámara. Ese momento me conecté tan profundamente con mi interior, que nada alrededor importó. Me permití llorar desde el alma y logré descargar. La capacidad de mirarnos y mirar a los otros nos convierte en espejos los unos de los otros. El principio de una cámara está justamente en la imagen invertida en un espejo que refleje la realidad.
Tiempo después, Su Majestad la Reina también fue mi herramienta de sanación. De hecho, ‘La Mujer que habito’ es el nombre que di a las dos series como conjunto: ‘Su majestad la Reina’ y ‘Aura’.
Más clara no puede ser. Yo soy cada una de esas mujeres y diosas retratadas. Soy yo en el dolor, en la lucha, en lo profundo, en lo profano, en la bondad, en la ira, en el amor. La sanación está en hacer, en moverse, en actuar. Si mi medio es la fotografía, entonces por qué no; que sea completo, que sane, que se mueva, que transmita, que trascienda.
Mi construcción de conceptos está completamente ligada a la construcción de personajes. Cada detalle tiene una razón de ser. Con el tiempo, mis propuestas han ido creciendo. El vestuario y el maquillaje se han vuelto más laboriosos. Es una manera muy teatral, la cual disfruto enormemente.
Trasladar mis propuestas artísticas a otras superficies, como lo hago ahora en el mundo de la moda, es para mí una extensión de lo que he venido haciendo durante muchos años. Es expandir la posibilidad de que lo que hago se vea y llegue de muchas maneras.
Biofotógrafa Lorena Cordero
Nace en 1971 en Quito. Es fotógrafa y artista digital. Asiste a Parsons Nueva York y luego se transfiere a Parsons París. Regresa a su país antes de finalizar sus estudios universitarios. Estudia Desarrollo Humano durante cuatro años, lo cual le permite trabajar más íntimamente con las personas. Su fotografía se centra en el retrato artístico, proponiendo constantemente la polaridad en la emocionalidad humana.
Ha expuesto varias veces tanto colectiva como individualmente. Está por publicar su segundo libro, titulado ‘La mujer que habito’, que contiene dos series: ‘Su Majestad la Reina’ y ‘Aura’.