Quien ve a Tomatito al mando de la guitarra sabe inmediatamente –incluso sin haberlo visto nunca antes– que más que hacer música lo suyo, cuando toca el instrumento, va por la senda de la transfiguración. Las cerca de 1 200 almas que acudieron a su concierto en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura, el sábado pasado, pueden dar fe de ello.
Pocos minutos después de las 20:00, la noche arrancó con la melodiosa y particular voz de la ecuatoriana María Tejada, cuyas reinterpretaciones del pasillo, que insuflan de nueva vida al género, sirvieron para ir poniendo a tono a un público que se mostraba más bien frío y que, solo ya bien entrado el show flamenco de los españoles, daría vía libre a los aplausos y a la emoción.
José Fernández Torres, Tomatito, se fue ganando al público sin decir una palabra; junto a los cinco músicos que lo acompañaron en el cante, la percusión y el baile, entró y se tomó el esce-nario, llenándolo todo con su espectáculo Luz de Guía. La gente, en respetuoso silencio –en actitud de quien asiste a una liturgia–, escuchaba.
Acariciando la guitarra, Tomatito interpretó Andonda, Barrio Santiago, Puerta de Sevilla…; las voces desgarradas y poderosas y las palmas de Simón Román y Morenito de Illora lo acompañaron en algunas ocasiones, pues mayoritariamente la música se compuso en exclusiva del canto de las guitarras de Tomatito y de Cristóbal Santiago, El Cristi, y de la percusión de Lucky Losada.
El primer gran aplauso de la noche, podría decirse que hasta emocionado, lo logró Juan de Juan, el bailaor que acompaña al grupo y que con sus botas rojas y su brío se ganó a la gente tras un frenético zapateado. Sus arrebatos dancísticos que se apoderaban intermitentemente del escenario –el resto del tiempo Juan de Juan acompañaba solo con las palmas– contrastaban con esa especie de trance místico, a la vez intenso y delicado, que vivía Tomatito mientras interpretaba.
Solo una hora después de empezado el espectáculo, este mito de la guitarra flamenca hizo un alto para saludar con la audiencia y presentar a sus compañeros músicos; a partir de ese momento, el ambiente se prendió en el escenario y en las butacas, desde donde, cuando Tomatito y su corte se despidieron, los asistentes aplaudían de pie y pedían insistentemente un último tema.
Fueron complacidos: Tomatito se volvió a fundir con la guitarra –mostrando oficio, amor y respeto por la música–; el cante emocionó, por profundo; qué decir de Juan de Juan, que se metió más de un corazón femenino en el bolsillo. Y cerca de las 22:30, todos: músicos y público, abandonaron la sala con la sensación de haber entrado en comunión con un dios que se llama flamenco.