Si al Angelote, “hasta la risa le quitaron”, lo que no pudieron quitarle es el reconocimiento que tendría entre los lectores, más allá de cualquier casquivana frontera nacional. Es que en esa ‘Ciudad lejana’, publicada por Javier Vásconez, en1982, uno de los habitantes destacados fue Angelote, amor mío. Se trata sí, de un cuento que en su momento resultó incómodo y que ha sabido dar polémica y alegría a su autor.
Como la literatura bien escrita resulta atemporal, ahora, casi tres décadas después de ‘Ciudad lejana’ (primer libro de Vásconez), Angelote regresa a la vida editorial, en tan solo 500 ejemplares, que llevan valiosos añadidos: uno, el prólogo del escritor español Juan de Villena; dos, las ilustraciones de la artista quiteña Ana Fernández; tres, la traducción al inglés hecha por Wilfrido Corral.
La polémica en torno a la publicación de ‘Angelote, amor mío’ se dio por poner en escena un amor clandestino entre distintas clases sociales, con un lenguaje desenfadado y, sobre todo, por tratarse de una relación homoerótica (la homosexualidad estuvo penada por la ley en el país hasta 1997). Allí estaba Julián ante el ataúd de Jacinto, reclamándole una pasión que terminó una noche cualquiera de este Quito, entre lances de lujuria y puñaladas.
Si antes estuvo el narigón Ramírez, de Palacio, desde 1982 y la aparición de Angelote, mucha agua ha pasado bajo el puente arrastrando en su corriente a la Marilyn, de Huilo Ruales; al Caramelo, de Javier Ponce; a la Roxana, de Lucrecia Maldonado; al Roberto, de Raúl Vallejo; a la Niña Tulita, de Juan Carlos
Cucalón… y a textos como ‘Ondisplay 2.0’, de Fernanda Passaguay. Y si más nombres, referencias o posturas analíticas hacen falta está el estudio de Pedro Artieda, ‘La homosexualidad masculina en la narrativa ecuatoriana’.
Si lo gay marca un eje temático, la lectura no se puede desvincular de otros aspectos de la historia: la soledad y la decadencia moral de un hombre, embarrado de tanto conservadurismo y tanta alta sociedad. Aunque nada se sabe, en el germen del cuento podría hallarse la referencia a un pariente homosexual (y atormentado) del autor, como lo ha dicho en más de una entrevista.
Más allá de la temática y de las sábanas que pueda levantar, el relato incide por la forma en que está escrito, ese decir cargado de saña y rabia, que se proyecta en un monólogo interior, como si de un secreto se tratase. La voz narrativa, en la persona del amante de Angelote, se hace de un lirismo y un barroquismo exquisito para retratar a ese hombre de alta alcurnia, que gozaba besando culos de adolescentes y salivando excitado delante de La Dolorosa y del retrato de su madre. Crudeza o perversidad habrá para quien lea el cuento con esas lentes.
El espacio que envuelve al relato es un Quito montado como un retablo colonial, distorsionado, donde junto a columnas salomónicas, calles y parques, aparecen santos, demonios y ángeles fornicadores. Un retablo al cual se le reza en el mismo tono y lenguaje en el que se escribió el Angelote.
En el prólogo, De Villena apunta el barroquismo en el cuento de Vásconez y sin reparos lo califica de una pequeña obra maestra (lo de pequeña se comprende por la extensión del relato). Y ese barroco se hace más evidente con los caracteres Bookman Old Style y el papel opaco, donde danzan y reposan los adornados ángeles trazados por Fernández. Así, con Doble Rostro Editores, Vásconez resucita a Angelote y pone este libro en sus manos, como si fuera una carcajada de muerto (para entender el símil, está el cuento).
Del cuento
Dado que -según el autor- no cabe un lanzamiento de un cuento tan anterior, hoy se ofrece un coctel por la publicación, en el Centro Cultural Casa Nostra (Wilson E9-69 y Tamayo), a las 19:30.
‘Angelote, amor mío’ ganó en 1983 el premio de la Revista Plural (México) y en el 2001 fue seleccionado por El País, de España, como uno de los 24 relatos representativos de la lengua.