No debería, pero resulta paradójico que una de las más recientes publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana sea dos tomos en los que se condensa la ensayística de Benjamín Carrión, el intelectual que pensó, fundó, presidió y dio nombre a la institución. La publicación de ‘Ensayos escogidos’ y ‘Cartas y Nuevas cartas al Ecuador’ es paradójica porque el escándalo politiquero que vive la CCE, por las polémicas del último proceso electoral, dista tanto del ideario que la constituyó, que palabras como vergüenza, tristeza o pena abundan en los comentarios sobre la situación actual de la institución.
Si lo que busca el binomio que resulte ganador (hasta hoy no se ha dado un pronunciamiento oficial) es levantar esa Casa en ruinas -por su anquilosamiento, por las cuestionables gestiones que por ella han pasado, por el mal uso de los recursos, entre otros argumentos- bien vale evocar el pensamiento de su fundador y reflexionar sobre la teoría que sostuvo la creación del órgano, del espacio y de su significado.
El pensamiento de Carrión cuenta con varias publicaciones, algunas en ediciones inscritas en campañas de lectura y otras como compilaciones de su correspondencia, con el fin de que se divulgue su ideario y se susciten nuevas cavilaciones. Por ello, si más de uno tiene los dientes y la ambición puesta en la CCE, sería bueno que, antes de gritar proclamas y proceder con mañas, echara una revisión de lo que la motivó y del anhelo con la que surgió.
Los escritos de Benjamín Carrión se desarrollan en las vías de la política y en el camino de la comprensión y proyección cultural. “Una visión cosmopolita y aún aristocrática de la cultura se articula -según apunta Alejandro Moreano- con una apasionada adhesión al proceso de formación de una cultura nacional-popular; un pensamiento sustentado en una matriz ideológica liberal-humanista que funda empero una profunda simpatía y apoyo a los movimientos revolucionarios y el bloque socialista”.
Además, la escritura de Carrión se nutre de la historiografía del país, tomando por referencia a personajes trascendentales (su idea de nación se prefigura en Eugenio Espejo) y al relato de los procesos y las luchas sociales, que por estas tierras han sido. Sin embargo, junto a las fechas y a los nombres de los prohombres, Carrión ubica los de los artistas y los artesanos, menciona a la Escuela Quiteña y a la plástica de Samaniego, Egas o Mideros, así como a las macanas, tapices y alfombras.
Por esta senda, llega a formular, en dos palabras, el estatuto sobre el que se sostiene su ideario: Cultura y Libertad. Un estatuto que cobró vigor tras el cercenamiento del territorio ecuatoriano después de la guerra contra Perú y la firma del Protocolo de Río.
La pérdida del espacio físico fue vista por Carrión a través de la metáfora del ‘sauce podado’ (idea de Arnold J. Toynbee): a pesar de que su crecimiento se vea truncado por el golpe del hacha, el árbol, dotado de la voluntad de vivir, se adaptará a las condiciones impuestas y crecerá. Carrión señaló: “La Casa de la Cultura Ecuatoriana es la ‘respuesta’ a la ‘incitación’ producida por la poda que el país sufrió en 1941-1942. Respuesta positiva, ajena a toda clase de sentimientos vengativos”.
Como un acto de fe de la nación pequeña surgió la CCE, para apoyar efectiva, espiritual y materialmente la obra cultural. La CCE nació“para ennoblecer y rectificar los itinerarios de la patria. No es una institución cultural más (…). No. La Casa de la Cultura, cuya raíz arranca de la definida e irrevocable vocación nacional tiene como misión profunda, y alta a la vez, desentrañar las esencias de nuestro destino por medio de la indagación de su geografía y de su historia , de su potencial de suelo y de hombres. (…) Porque la cultura -aunque se haya hecho un lugar común, ha de repetirse sin embargo- no es simplemente lo especulativo. La cultura lleva consigo, sustancialmente, la pragmasis, la realización”.
De ello, ya poco o nada queda. Basta atestiguar la pugna por el poder que se ha dado desde diferentes intereses, o visitar los espacios subutilizados, o revisar la falta de rigor en muchos casos en la rama editorial, o el escaso apoyo para jóvenes creadores.
Si Carrión propuso rehacer la patria, después de que ésta quedara desecha; en su mismo pensamiento está la respuesta al desgaste y descomposición de la CCE. En su momento fue necesario “volver a tener patria”, ahora lo es volver a tener casa, una que funcione y se actualice, que se integre con las nuevas manifestaciones culturales y con sus hacedores, que se empeñe en su proyección por el territorio nacional y allende las fronteras. Es decir, que cumpla, nada más, con lo dicho en su decreto fundacional.
Y en este proceso cabe reparar en lo que la Casa de la Cultura Ecuatoriana no puede ser. “No es un empeño vanidoso y falso de decir que tenemos ‘clásicos’ y que sabemos hacer ‘ediciones críticas’ de los mismos que nadie lee, que no llegan a nadie. (…) La Casa de la Cultura no era para cambiar un nombre con otro nombre, para hacer, en laboratorios recoletos, erudición barata y pretenciosos estudios arcaizantes. (…). Porque la Casa de la Cultura Ecuatoriana fue fundada (…) para decirle al Ecuador que no es hacienda grande, con dueños, mayorales, capataces”.
Para que el pensamiento de Benjamín Carrión no se quede anquilosado, como la estatua manchada por las palomas, que recibe al visitante en el edificio de la av. 6 de diciembre. Hay que volver a él, evocarlo, promoverlo, también cuestionarlo y repensarlo. Así, tal vez con ánimo, se vislumbrará una nueva Casa a pesar de las contradicciones.