Una luz fucsia ahuyenta a la oscuridad del escenario. Los micrófonos ya han sido probados y las imperativas órdenes del director han atravesado el espacio del Teatro Nacional de la Casa de la Cultura. 35 bailarines ensayan movimientos y piruetas.
Más allá de la fatiga que se expresa en sus rostros, más allá de las tensiones por una prolongada gira, más allá de algún conflicto migratorio, más allá de algún enfado… siempre está la tradicional danza georgiana.
Y con 17 números que la representan, el Ballet Nacional de Georgia llegó al Ecuador para cumplir con las funciones de su gira latinoamericana. El grupo actuó el fin de semana en Guayaquil y ayer estaba previsto que lo hiciera en Quito, donde repite función esta noche; luego irán a Loja, Cuenca y Ambato. Guatemala, Costa Rica, Colombia y Argentina también son sus destinos.
El choque intenso de dos espadas anuncia el inicio de una pieza. Entonces, los simbólicos y llamativos trajes que utilizan hombres y mujeres colaboran en el movimiento de los cuerpos que se elevan y que giran por los aires; mientras el golpe de los metales produce chispas, fulgores que se reflejan en el espacio escénico.
Esta danza folclórica se construye como una mezcla de agilidad, fuerza y destreza. Durante el ensayo, un pequeño fallo en la coordinación de los movimientos se traduce en lesión o herida.
Las acrobacias dan cuenta de relatos y ritos ancestrales, son coreografías que surgen o rescatan las tradiciones del Cáucaso, de campesinos galantes, de bravos guerreros, de sencillos artesanos, de sutiles mujeres…
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A esos movimientos acompaña una música que, desde flautas georgianas, tambores y acordeones, lleva en sí aires de monte, de batallas, de romance. Cada una de las coreografías del Ballet Nacional de Georgia hace referencia a una parte de su pasado, y a esa historia de monarquía o a los años que vivió bajo el régimen soviético. Las piezas también se relacionan con las actividades cotidianas, con sus formas de entender el mundo y celebrar la vida.
Así, el ‘Khorumi’ habla de las luchas de resistencia contra invasores turcos y mongoles, o el ‘Samaia’ lleva al espectador a los años del reinado de Tamara. Mientras que el ‘Karachokheli’ o el ‘Kintouri’ son danzas en homenaje a los artesanos. Otras piezas hablan de festejos y alegrías como el ‘Partsa’ o el ‘Acharuli’. El ‘Zekari’, por su parte, es una danza que representa el cruce entre el pasado y el futuro.
En todas ellas es visible el preponderante rol de la mujer, a quien se la trata delicadamente. Las coreografías pueden ser interpretadas en solo, parejas o grupo.
Además de las piruetas y los veloces giros ejecutados con limpieza, otra marca característica de estos bailes es que se realizan en puntas de pie, sin las zapatillas previstas para ese fin. Es decir que cada movimiento y gesto busca el equilibrio entre gracia y fuerza. Para llegar a tal nivel de destreza y coordinación, los integrantes del ballet georgiano deben completar por lo menos seis años de formación intensa y seguir un riguroso proceso de entrenamiento.
Esta agrupación cuenta con más de medio siglo de historia y se inició tras la unión de Iliko Sukhishvili y la coreógrafa Nino Ramishvil; así se juntaron el deseo de dar a conocer la cultura georgiana y la experiencia con el ballet clásico. Sus descendientes por tres generaciones han sido parte del elenco del ballet.
Tanto por su historia, como por el trabajo que realizan en la formación de danzantes folclóricos y en la difusión de la cultura caucásica por el mundo, la Unesco los reconoció como patrimonio Cultural de la Humanidad.
Poco más de tres minutos han transcurrido del ensayo, la música se detiene, los cuerpos también, solo queda en ellos la respiración agitada, la energía que fluye, la historia de Georgia… una historia que vivirá hoy desde las tablas.
Del show y el grupo
La presentación en Quito será esta noche, a las 20:00, en el Teatro nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Los precios de las entradas van desde los USD 20 hasta los USD 60.
El Ballet Nacional de Georgia fue fundado en 1945 por Nino Ramishvili e Iliko Sukhishvili, cuyo hijo, Tengiz, es el actual director.
Esta agrupación es embajadora cultural de Georgia, y para su existencia mantiene un subsidio del Ministerio de Cultura.