A las 13:00 sale presurosa desde su casa y se dirige al frente, al parque San Sebastián, en el Centro Histórico de Cuenca. Lleva en sus manos una fuente con arrocillo (maíz amarillo pequeño) para cumplir con su ritual diario: desde hace 10 años alimenta a un centenar de palomas.
El parque de San Sebastián es vital para la artista cuencana Eudoxia Estrella, de 85 años. Está pendiente de cada planta, árbol e, incluso, de la pileta. Al frente también se levanta el Museo de Arte Moderno, del cual fue directora durante 30 años. Hace dos semanas renunció a ese cargo.
La acuarelista y promotora cultural vive en la Casa Azul, un inmueble que conserva su fachada vistosa, un gran balcón y un patio central lleno de plantas. La casona es una muestra del encantador pasado colonial de la ciudad.
En su amplia sala conserva sus acuarelas y dos retratos. Uno grande, de ella (2,5 metros de alto por 1,5 de ancho). Fue pintado por su esposo, Guillermo Larrazábal, un destacado vitralista español, quien falleció en 1983.
El otro es pequeño y es un aurretrato de Larrazábal. Ambas imágenes están en medio de una decena de obras pictóricas. Desde los grandes ventanales de madera de esa sala, Eudoxia observa el parque de San Sebastián.
En el piso de esta plaza están recreadas en cerámica la iglesia del barrio, el Museo de Arte Moderno y su casona. En el parque su ritual mañanero no pasa de los 30 minutos, y se cumple con religiosidad, pese a que Eudoxia haya dejado el Museo de Arte Moderno y la enseñanza de la acuarela.
Esta última labor la hacía en la buhardilla de la Casa Azul. Lo que la ex directora no dejó es la galería de arte Larrazábal, que funciona desde 1989 en la planta baja de su vivienda. En un espacio amplio se exhiben sus coloridas obras y de los artistas que le pidan, como Jorge España y Jorge Chalco.
A 10 cuadras de la casa de Estrella está el Museo de Las Conceptas. Su directora, Clara Jaramillo, es su amiga desde hace 26 años y estuvo seis años al frente de la Galería Larrazábal. “Abrió este espacio en honor a su esposo. Allí han expuesto artistas de diferentes tendencias; el objetivo es difundir el arte”, dice Jaramillo, quien despacha desde su oficina, donde se destacan dos cuadros. Uno es del Corazón de Jesús (siglo XIX) y el otro de la Virgen de La Asunción (siglo XVII).
Para Jaramillo, su amiga acuarelista deja un vacío en la gestión cultural. Lo mismo piensa Sánchez, uno de los guías del Museo de Arte Moderno. Él trabajó con ella durante 27 años y dice que Estrella recibió una edificación vacía. Su responsabilidad fue transformarla de Casa de la Temperancia (lugar de reposo para los alcohólicos) en centro de arte. Lo cumplió. Y abrió el Salón Andino de Escultura, el Salón Femenino de Pintura, entre otros logros.
Sánchez es robusto por eso se encargaba de montar las obras que Eudoxia escogía. “No le importaba si tenía que alzarle la voz a algún concejal o al Alcalde de turno con el fin de conseguir los recursos para las exposiciones”.
Incluso se dio modos para concretar uno de sus sueños más grandes: que Cuenca tuviese su Bienal Internacional de Pintura; la primera. Eso fue en 1985.
La artista quiteña Pilar Bustos, quien acoge a Eudoxia en su casa cuando viaja a la capital, dice que los artistas del país -gracias a la gestión cultural de esta azuaya- han podido relacionarse con artistas internacionales como Jesús Soto, Karen Schulze, Leonardo Nierman’ sin necesidad de viajar al exterior, sino por ser parte de la Bienal Internacional de Pintura que ya tiene renombre.
Bustos destaca sus acuarelas. Su obra ha sido reconocida en el exterior y consta en el libro estadounidense ‘Woman Gaze Latinoamérica’ (‘Una mirada de mujer’), donde es parte de las artistas de trayectoria de América Latina.
El historiador de arte José Arias, quien llegó a Cuenca hace 12 años desde España, la considera única en la acuarela. “Tras fusionar los colores con el agua logra obras singulares y maravillosas”.
Arias también se refiere al cariño que ella siente por los niños, su paciencia y afición por enseñarles a pintar. Ha acogido a niños y adultos desde 1971. Uno de ellos es Santiago Guillermo, quien pinta con la boca porque tiene un problema congénito de artrogriposis (brazos sin movimiento).
Él asegura que su maestra le ayudó a desarrollar sus habilidades, porque gracias a su paciencia y comprensión logró pintar retratos a pesar de su discapacidad.
Eudoxia reconoce su carácter fuerte y entre risas admite que a veces es “una bruja mala”. En 1984, cuando organizaba la primera Bienal de Pintura, más de un empleado escuchó un grito.
Hoy, ella arranca sus labores a las 08:00 visitando su galería para saber si hay alguna petición para exponer o un interesado por algún cuadro. Pero no se encarga del valor de sus obras, eso lo hace su asistente, Rita Pérez. No sabe de precios, ni le interesa’
Su pasión es pintar la naturaleza, también retratos; y descubrir la fusión del agua con la acuarela que plasma en las cartulinas.
No todos están de acuerdo con su labor. Oswaldo Páez Barrera, crítico de arte, escribió una carta de seis hojas cuestionando su paso por el Museo de Arte Moderno. La presentó el 22 de diciembre.
Según él, durante el período de la acuarelista no hubo una visión clara de renovación política y cultural del museo. Dice que ha recogido testimonios de los empleados del museo y que según ellos durante su gestión existió “elitismo, falta de planificación en las exposiciones y actividades, carencia de iniciativa respecto a proyectos propios de la entidad”. Ella prefiere no referirse al tema.
Si la vida no le tiene preparada ninguna sorpresa, quiere permanecer hasta sus últimos días en la Casa Azul, en la que la nació un 9 de julio de 1925. Las paredes de esta casa fueron sus primeros lienzos. Daniel Ordóñez, su abuelo materno, miró sus garabatos y le regaló una pizarra de piedra que le duró poco, pues se rompió en una de sus travesuras.
Al poco tiempo le dio una de cartón, pero ella quería saber a qué sabía y la masticó. Finalmente, le compró otra en la que empezó a dibujar sin pausa. Él insistía en esos regalos para cultivar su habilidad y para evitar que las paredes siguieran manchándose.
En esa época también le encantaba jugar a los trompos y a los volantines, por eso su madre Eudoxia Ordóñez le puso pantalones, una prenda que no ha dejado de usar hasta esta época de su vida.