Volver a ver ‘La edad de la ciruela’ es como volver a un lugar entrañable. Y también es como mirar por el retrovisor y caer en cuenta de todo lo que ha cambiado; y cómo lo que atañe a lo femenino se ve hoy de una manera distinta a la que se veía hace 15 años.
Cuando se puso en escena esta obra escrita por Arístides Vargas, la Convención de Pekín (1995), organizada por la ONU para hablar de los derechos de las mujeres, aún rondaba en el imaginario internacional y local. Es decir, la obra sintonizaba a la perfección con los ánimos del momento.
Hoy, después de haberla visto primero en Cuenca en el año 97 -con Pilar Aranda como parte del elenco-, la sensación es completamente distinta, pues ‘La edad de la ciruela’ convoca más a la ternura que al despertar de una conciencia de lo que significa ser mujer, algo que sí logró en un amplio público en un primer momento.
Definitivamente es la misma y otra obra a la vez. Una que se puede disfrutar más y pensar menos (esto con la condición de haberla visto antes); una en la cual la actuación de Rossana Iturralde aporta con las bondades que tienen las frutas maduras, en su punto; y también es una obra que deja espacio para la sorpresa, en la interpretación de Cristina Morrison, por ejemplo, y en todas esas frases inteligentes que Vargas supo poner en boca de las 9 mujeres que desfilan durante una hora y cuarenta minutos ante el público.
Es delicioso encontrarse otra vez con las abuelas María y Gumersinda y su amor/odio de toda la vida; sus largas charlas/reclamos acerca de la relación de cada una con Alfonsito el tímido sacan más de un sonrisa. También es fácil dejarse convencer de que Celina y Eleonora en realidad han detenido el tiempo, condenándolo por todas las cosas feas que les ha hecho a las mujeres de la casa; de alguna manera, venciéndolo.
Los inconvenientes del retraso de media hora con que comenzó la obra fueron subsanados con las risas que provocó Blanquita (Iturralde), la criada gruñona de la familia, que cuestiona el status quo. También con la ternura inmensa de la sonámbula Victoria y de la habilidosa Jacinta. La noche del estreno (el jueves pasado), el público se conectó inmediatamente con las actrices y con la trama.
La memoria es todo lo que queda de esa casa de “mujeres tristes, ridículas y solas”, que a veces da la sensación de oler a ciruelo en flor, y otras a vino de ciruela avinagrado. Entre las mujeres de esa casa, la soledad es un castigo, y la compañía de un hombre un imperativo. Todas tan distintas, sin embargo coinciden en algo: la necesidad de abandonar ese lugar donde han sido felices e infelices.
Con Iturralde en la dirección y también en el escenario, la pieza cobra un matiz distinto a sus reposiciones anteriores. Ella asegura que no ha sido fácil, pero también está consciente de que es un avance en su carrera en las tablas.
Antes de viajar a festivales internacional -que es uno de los objetivos de este nuevo montaje-, hoy es la última noche que ‘La edad de la ciruela’ se presenta en Quito. Una cita con 9 mujeres que ya son como de la familia.
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