Delia Fiallo quedó debiendo el libro de sus memorias. En enero del 2018 dijo al diario español El País que ya había recreado lo que fue su vida hasta los 12 años de edad, cuando todavía vivía en Cuba y no podía imaginar que su nombre iba a formar parte hasta de la historia de los Balcanes.
A finales de los 90, en pleno combate entre serbios y albaneses -conflicto en el que incluso intervinieron tropas de la OTAN- la televisora local difundía una de sus telenovelas más conocidas, ‘Kasandra’, en el horario de la tregua bélica, porque se dio cuenta de que ambos bandos dejaban de usar sus armas para seguir el drama de la joven gitana separada de su verdadera familia al nacer y que solo encontró la felicidad 150 capítulos después. Además, el investigador y periodista Ramón Salgueiro resaltó en el 2004 que su argumento mejoró la imagen de la comunidad romaní en países como República Checa, Hungría y Eslovaquia, donde sufría gran intolerancia ciudadana.
Pero ese fue un efecto colateral que Fiallo nunca se propuso, al igual que los demás escritores de la época dorada de los teledramas latinoamericanos, comprendida según varias revistas de comunicación entre los inicios de la década de los sesenta y finales de los noventa. Entre ellos se puede contar a la mexicana Yolanda Vargas Dulché (1919-1999), conocida por muchos como la creadora de la famosísima tira cómica Memín Pingüín, pero que también concibió guiones que no tenían problema en saltar de la radio a la televisión y hasta permitir varias versiones, luego de cinco o diez años, con ligeros cambios de nombres y situaciones, recurso de las grandes cadenas para asegurar el ‘rating’.
Los nombres de estas dos mujeres y otros como el del venezolano José Ignacio Cabrujas (1937-1995) se vuelven imprescindibles en los documentos académicos que buscan una explicación al gran éxito de lo que los españoles bautizaron como ‘culebrones’. Así, Susana Herrera Guerra reflexiona en un artículo de la revista Telos, de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias Sociales, que esa gran aceptación “no se relaciona solo con la mercadotecnia y la producción especializada, es necesario buscar respuesta en una red de emociones y fantasías, sentidos de vida y una gama de elementos culturales, construcciones y representaciones sociales, que atan a los televidentes con las historias”.
¿Especie extinguida?
La muerte de Fiallo el pasado martes, a cinco días de cumplir 97 años, pudiera sellar el fin de una época que cronológicamente ocurrió como máximo seis décadas atrás, pero por momentos parecería que forma parte de un período histórico muy lejano.
En el actual entorno multipantalla y multiplataforma de contenidos ‘on demand’, sonaría inconcebible que la autora de la serie de moda terminara de escribir hoy el capítulo que se va a grabar mañana para transmitirse el día después. Argumentos tan polémicos como el de ‘Leonela’ (1983), donde la mujer violada termina la novela felizmente casada con su agresor, habrían suscitado polémicas de gran magnitud, con opiniones polarizadas y miles de memes y ‘hashtags’.
Y, a lo mejor, esa completa libertad respecto del desarrollo y desenlace de sus obras fue una de las fortalezas de los creadores de las telenovelas que traspasaron las barreras del idioma y las diferencias culturales -no hay que olvidar que hasta ahora son vistas en algún lugar de Rusia y Oriente Medio- por medio siglo.
Delia Fiallo y sus contemporáneos nunca escribieron varios finales para complacer a todos ni se animaron a escribir la secuela de ninguna de sus obras, por muy exitosas que hayan sido.
Los melodramas que todavía tienen como eje conductor un ir y venir amoroso han sufrido variaciones en su temática, siendo las narconovelas lo más representativo desde inicios del siglo XXI, con millonarios presupuestos de producción y guionistas dispuestos a escribir terceras, cuartas y quintas partes, según la aceptación del público.
En Colombia, el canal RCN produjo 27 años después una nueva versión de su legendaria telenovela ‘Café, con aroma de mujer’. De la mente de su creador, Fernando Gaitán, fallecido en el 2019, salió también la famosísima ‘Betty, la fea’. En Brasil, país reconocido por su originalidad para concebir novelas con temáticas no convencionales, también se hizo un ‘remake’ de su recordada ‘Esclava Isaura’ y hasta grabaron hace cinco años su propia versión de ‘Carita de Ángel’, producción infantil mexicana escrita por el argentino Abel Santa Cruz (1915-1995), y que fue grabada por primera vez en Buenos Aires en 1973, con el nombre de ‘Papá Corazón’.
El fallecimiento de una de las más famosas exponentes de un género que movió masas, a pesar de toda la crítica sociológica por ser un supuesto instrumento para mantener la estructura patriarcal, abre la pregunta respecto de si, como ella misma declaró hace casi tres años a la agencia France Presse, “la telenovela murió como género”, al menos en Latinoamérica, cuyas pantallas están inundadas de novelas turcas.