Jaime Guevara es el cantautor y trovador urbano más popular de Quito. Por décadas, su música no solo ha sonado en escenarios de todo el país, sino que ha acompañado a numerosos colectivos sociales.
¿Cómo era la escena musical rockera de los años 70?
El que impulsó la escena musical rockera en Quito fue Ramiro Acosta y su grupo La Tribu. Algo que marcó a nuestra generación, y que se convirtió en una especie de evangelio, fue que acá se estrenó la película de Woodstock. Esa cinta fue un impulso para nuestras utopías. El movimiento nació en el contexto de la dictadura de (Guillermo) Rodríguez Lara. En esa época, la gente tenía ideas absolutamente conservadoras y los melenudos nos convertimos en objeto de persecución y de burla.
Usted cantaba ‘covers’ en español cuando la moda era cantarlos en inglés , ¿por qué?
Mi bandera de lucha siempre fue que se cante en español y que se toquen más canciones propias. Comencé como solista y luego me uní a un grupo de músicos y formamos la Banda Azul. Con ellos, toqué versiones en español de temas de Black Sabbath, Led Zeppelin y The Who. Recuerdo que traduje Imagine de John Lennon y Ne me quitte pas de Jacques Brel.
Hablando de John Lennon, ¿fue fan de The Beatles?
La verdad no mucho. Los que me marcaron fueron Bob Dylan, por su imaginería poética, Arlo Guthrie y Joan Baez. Eran músicos de la onda folk, pero apegados al mundo rockero. Unos de los grandes aportes de Dylan fue juntar el mundo poético y político del folk al del rock. Eso fue visto como una blasfemia para los puristas de los dos géneros. De Baez me marcó su interpretación de Joe Hill, un músico fusilado en Estados Unidos por ser anarco sindicalista.
¿Qué recuerda de la dictadura de Rodríguez Lara?
Que ahí empezaron las redadas a los melenudos. Fue la única vez en este país que, por decreto presidencial, se prohibió el uso del pelo largo y la barba en los hombres. En una de esas redadas me llevaron preso y fui a parar al Retén Sur, que quedaba en la calle Maldonado. Ese sitio tenía un halo terrible. Pasé ahí solo una noche, pero recuerdo que en la madrugada escuché los gritos y los llantos de las personas a las que torturaban. El espíritu represivo llegó a tal nivel que nos llevaban a las plazas del Centro Histórico y sacaban los sillones de las barberías y en medio del disfrute de la gente conservadora nos rapaban.
¿A usted lo torturaron?
Sí, en el gobierno de Osvaldo Hurtado. Fui apresado varias veces y en una ocasión me torturaron. Usaron un método que se llamaba el trípode, que consiste en ponerte las manos atrás y amarrarte los pulgares, luego te abren las piernas y te ponen la cabeza en el suelo. En esa posición me golpearon con palos y con toletes, me lanzaron patadas y escupitajos.
¿En qué momento el anarquismo se cruzó en su vida?
En abril de 1978. Conocí a un amigo argentino que era trotskista. Él me habló de Bakunin y Kropotkin. Anoté esos nombres y me fui a buscar libros. Encontré ‘Dios y el Estado’, ‘Campos, fábricas y talleres’ y ‘Pensamiento y activismo’ de Errico Malatesta. Después de esas lecturas me di cuenta que esa era mi opción de vida.
Más allá de las teorías, ¿qué es para usted el anarquismo?
Los anarquistas anhelamos una sociedad en la que haya un equilibrio exacto entre libertad y solidaridad, Ahora es más complejo , pero siempre hay formas de aplicarlo, una de ellas es generando una mayor horizontalidad en las organizaciones a las que uno se vincula. En mi caso, la mayoría han estado relacionadas a la defensa a los derechos humanos. Para mí, el caos y el anarquismo no son sinónimos, pero para los que detentan el poder decir eso es conveniente.
Su música y la historia de la protesta social, desde la vuelta a la democracia, se han convertido en inseparables.
La música me llevó al activismo político y por eso es que he participado tanto en una diversidad de organizaciones como colaborador, no como miembro. La protesta social me ha inspirado para crear un montón de canciones, como Crónicas de Abril, y a que mi canto esté adherido a causas como la lucha de los desaparecidos, la lucha de los pueblos indígenas, la de los ecologistas, o la de las personas de la comunidad Glbti.
¿Cuál ha sido el momento más duro de este acompañamiento de la protesta social con su música?
Todos los gobiernos, en distinta medida, cuando han necesitado han sacado las garras. No ha importado ideologías de izquierda o de derecha. Pero, sin duda, León Febres Cordero fue el que más frontalmente se mostró dispuesto al uso de las armas contra el pueblo y al uso de la tortura. Una de los métodos de tortura que se suprimió gracias a la lucha del caso de los hermanos Restrepo fue la cama china, que era un somier al que conectaban electricidad y que se usó muchísimo durante ese tiempo.
Pero en su vida no todo ha sido la música contestataria.
También he hecho canciones de amor e incluso canciones para niños. Durante varios años fui profesor de escuela y colegio. Ahí descubrí que me llenaba compartir la algarabía de la música con los chicos . También influyó la presencia de mis hijas. La ternura que te inspiran los niños es tremenda y eso me llevó a escribir canciones de cuna, de juegos, de consuelo. Algo que tengo pendiente es sacar un par de discos de canción infantil.
¿Se arrepiente del ‘yucazo’ al ex presidente Rafael Correa?
En lo absoluto. A veces se relata ese hecho como un momento de euforia de mi parte ante la presencia de la caravana presidencial, y no es así. Cuando su ‘Majestad’ se bajó del carro, haciendo gala de su patanería, me dijo literal: ¡marihuanero, borracho ven acá, si quieres algo conmigo! Después de un tiempo y en respuesta a ese hecho escribí unos textos sarcásticos y compuse ‘El yucazo del adiós’.
Trayectoria
Es un cantautor que ha vinculado su carrera musical a la defensa de los derechos humanos. Interpretó el papel de un poeta suicida en la película ‘Entre Marx y una mujer desnuda’, de Camilo Luzuriaga. Es autor del libro ‘Lo que escribí en las paredes’.