La faceta menos conocida de Lucho Silva es su lado jovial y bromista. Tiene la chispa para sacar una broma hasta de un estornudo. “Si todos los conciertos gratis que he dado hubieran sido pagados, y los pagados gratis, ahora manejaría tuco de Mercedes-Benz”, dice y suelta una carcajada enorme.
Por eso lo más difícil de estar junto a él es estar serio. Y lo curioso del caso es que se supone que hacer reír es de lo más complicado. “Mi padre me dijo una vez, tú vas a ser un gran músico o un gran payaso, o las dos cosas juntas. Y creo que acertó”.
Acertó por mucho…El pasado lunes 14 de febrero ofrecía un concierto en beneficio de la Casa de la Vida, organización que ayuda a las madres solteras. Ese día luce sonriente. En apariencia está relajado. Viste un saco sin corbata, con una camisa oscura, que además de elegante, es vistosa. “Nací para tocar saxofón”, dice antes de subir al pequeño escenario.
Ni bien pisa el escenario hace otra broma. Ya al tocar su saxo, pareciera un encantador de serpientes. Su manera de tocar y su forma particular de moverse como en ondas, hechizan al público, que lo aplaude sin parar.
El padre de Lucho Silva, Fermín Silva, fue profesor de violín y director de orquesta. Su madre se llamaba igual que la soprano guayaquileña Beatriz Parra. Está casado con Carmen Guillén, junto a quien procreó a Betty (+), Roberto, Medardo, Ángel y Luis.
“Mi padre nunca ha sido mal genio”, dice su hijo Luis, quien es además el subsecretario de Cultura del Litoral. “A él e gusta estar en medio de la naturaleza. Ese contacto le emociona mucho”.
Eso sí, él sabe que don Lucho es estricto y hasta fregado cuando se trata de música. Como le acompaña al piano en sus presentaciones, sabe que su padre puede llegar a ser perfeccionista al extremo. Y no solo en eso, también en sus deberes escolares; si estaban mal hechos, simplemente los tomaba y se los rompía.
Recuerda que en su posesión al cargo en el 2008, mientras tomaba el clásico juramento de “si no cumple, que la patria os demande”, su padre interrumpió el acto y dijo: “Nada de la patria, yo seré el primero en reclamarle”.
El flautista Carlos Prado reconoce que la trayectoria de Silva es única. Pocos son los músicos que a esa edad aún tocan, aquí y en el exterior.
De hecho, pocos conocen que Silva es en parte responsable de que Prado se haya convertido en músico. “Mi madre era fanática de su música. Así que para eso me puso en el conservatorio”.
¿Y los defectos de don Lucho? Responde que como dijo alguna vez Carlos Julio Arosemena “defectos masculinos como tenemos todos”.
Los nietos de Silva también se dedican a la música. Elaine toca saxo y Enrique Silva Gil el piano y la batería.
Es profesor de la academia de música Preludio, ubicada en la Kennedy Norte, que fundó su hijo Luis en 1994. Allí, el saxofonista se siente a gusto en su oficio de profesor.
Su salón favorito es el de iniciación musical. Sentado al piano, rodeado de dibujos para niños y adornos de ese estilo prepara a sus pupilos.
“Me gusta estar aquí”, confiesa. Sus estudiantes pueden ser adolescentes o gente de su edad. Miguel Arcos Martínez, de 70 años, es uno de ellos. Es economista y asegura que Silva tiene las virtudes que no le pueden faltar a un maestro: pedagogía, conocimiento de la materia y don de gentes.
Eso sí, tampoco se salva de las bromas. “Tas más perdido que un asambleísta…”, le dice Silva cuando Arcos se equivoca al entonar una nota.
Pero ni el buen humor de Silva pudo contener la tristeza de la muerte de su hija Betty, ocurrida hace casi cuatro años. “No quería saber nada, ni que le pregunten nada. Fue doloroso para él porque eran muy unidos”, dice su esposa, Carmen Guillén.
Lucho Silva tiene una máxima que practica y aconseja a todo el mundo. “Hagan música, porque es lo más lindo que puede haber”.