El libro es algo indefinible. Para el diccionario Larousse, el libro “es el conjunto de folios impresos y reunidos en un volumen encuadernado en rústica o pasta dura”. El libro es el pensamiento escrito.
No podría concebirse el conocimiento sin el libro, que vendría a ser la expresión más elevada de la modernidad, y gracias a la imprenta, fue el camino por el cual transitaron la ciencia, el arte y la literatura en los últimos setecientos años. El libro se considera, hoy en día, como una expresión de la libertad humana.
Orígenes
Se cuenta que en la tierra de Elam –actual Irán– hace más de 6 000 años apareció un sistema de símbolos impresos en ladrillos. Había nacido la escritura denominada cuneiforme, que fue desarrollada después por los sumerios, en Mesopotamia. En estos ladrillos se informaba, mediante cuñas, sobre la vida cotidiana, las cosechas, las guerras, la vida hogareña, etc.
Más tarde, floreció la escritura pictográfica; es decir, las imágenes –de seres humanos, plantas y animales- que representaban situaciones de la sociedad y de la cultura de entonces. Esta escritura se halló en las pirámides de Egipto y sus alrededores. Pero con el tiempo surgió la escritura ideográfica que dio origen a la fonética y la silábica. Con la creación de la escritura se dio un salto cualitativo sobresaliente, que hizo posible la expresión de los pensamientos en signos con significados. Terminó así la prehistoria y nació la historia.
Revoluciones
Los historiógrafos registran que en la humanidad han existido tres revoluciones: la revolución del lenguaje, la revolución de la escritura y la revolución de la imprenta. Otros añaden la revolución del libro.
El lenguaje significó el comienzo de la revolución cultural nunca antes conocida, al producirse, en el homínido más evolucionado, el pensamiento o capacidad cognitiva. La escritura, en cambio, implicó el registro del pensamiento en tablas y ladrillos, y la imprenta hizo posible la producción en serie de un invento maravilloso: el libro.
Primeros escritores
Desde el punzón y las tablillas de barro, que dieron origen a la escritura cuneiforme, pasando por la escritura jeroglífica e ideográfica y la invención del papiro en Egipto, del papel en China y del pergamino en Grecia, los primeros escribanos dieron rienda suelta a su imaginación mediante signos o letras, que se relacionaban con sonidos.
Los mayas, según investigadores, también tuvieron escritos mixtos porque combinaron los ideogramas con significados fonéticos. Se cree que la escritura con alfabeto tiene unos 4 000 años de antigüedad.
Las famosas tablas de la ley fueron los antecesores de los libros junto con los papiros, donde se registraron las sagradas escrituras. El código de Hammurabi –escrito en piedra entre 1792 y 1750 a. C.- contiene 282 reglas sobre la justicia; el Ayurveda o el libro de la ciencia de la vida para los hindúes es también un referente, así como Nel Ching, el libro de la medicina china. Pero fueron los romanos los que comercializaron los libros, a partir del año I a.C. Eran copias realizadas por escritores esclavos.
El libro no morirá
Cuando hablamos de los libros hay que referirse a las bibliotecas. Y la biblioteca más antigua -330 años antes de Cristo- fue la de Alejandría, en Egipto, que preservó las culturas clásicas ateniense, románica y bizantina. Esta famosa biblioteca se perdió para siempre, a raíz de un voraz incendio.
Con 700 años de vida, aproximadamente, el libro tiene vida para rato, aunque los agoreros del desastre anuncian su muerte con el advenimiento del libro digital. La experiencia ha dado razón a los amantes de los libros físicos, por lo que representan, por lo que contienen y los afectos que llevan a recuerdos de lecturas inolvidables.
El libro en el Ecuador
En tiempos de la Colonia, Quito se destacó por sus bibliotecas con libros traídos del Viejo Mundo. Entre los primeros frailes franciscanos que vinieron a Quito se encuentran los flamencos Fray Jodoco Ricke, primo del emperador Carlos V, y Pedro Gosseal. Con los libros traídos por los eclesiásticos desde Europa se inicia la biblioteca del convento de San Francisco.
Las bibliotecas de los monasterios de Quito fueron provistas de libros de obras públicas en España, Francia e Italia. Después varios monasterios establecieron talleres caligráficos donde los frailes copiaban y adornaron manuscritos. A pesar de que en Quito todavía no existía imprenta, las bibliotecas de esta ciudad atrajeron la admiración de los visitantes extranjeros del siglo XVIII, y no solamente la de los conventos, sino también las bibliotecas privadas.
La primera imprenta fue traída por los jesuitas al Ecuador y se instaló en Ambato. El primer tipógrafo de esta imprenta fue Juan Adán Schwartz, nacido en Dilligen – Alemania, quien llegó a Ambato a fines de 1754. El jesuita José María Maugeri fue el iniciador de la primera imprenta en el territorio nacional. La razón de su establecimiento en Ambato y no en Quito fue porque el padre Maugeri fue nombrado Superior de la Resistencia y del colegio de la Compañía de Jesús en Ambato. Esta imprenta fue trasladada a esa ciudad el 22 de febrero de 1750, según Wilson Hallo (1992).
Por qué leer libros
El amor a la vida comienza con el amor a las palabras, desde que una persona nace. Las ilustraciones, los dibujos, los sonidos acercan la literatura a los niños.
Leer, por eso, es una aventura fantástica, a través de mensajes simbólicos: el viaje -todos somos viajeros en el tiempo y en el espacio-; la felicidad -vocablo indescifrable que podría equivaler a sonreír con espontaneidad; el mundo -los paisajes interiores, personales y únicos, y los exteriores, la naturaleza-; las imágenes y sonidos -que son textos maravillosos-; las historias -lo cercano y lo lejano que nos llevan a las raíces, mitos, leyendas y tradiciones-; los misterios -la lucha sempiterna entre el bien y el mal, lo sagrado y lo profano, los pasadizos secretos, sus vampiros y duendes-; los animales y sus sorprendentes enseñanzas -y en primer lugar, el animal humano; los héroes y heroínas de siempre…
Y mucho más, porque el libro es el poder de la seducción por su encanto incomparable. Por su olor a tinta, y a polvo y ceniza. Corresponde, sin lugar a dudas, al amor sin límites, en palabras de Fernando Pessoa: “Amo -al libro- como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?”
Leer equivale a comer el potaje más sabroso; bailar con la mujer más linda; viajar por los lugares fantásticos, y pintar el mural más visto del mundo. Con razón Jorge Luis Borges dijo que “si existe cielo mi encuentro sería con los mejores libros leídos de mi historia”.