Se oye el jazz y Quito se abre a esos sonidos. Un año más, el festival Jazz in Situ promueve un sentimiento de comunidad en la capital, desde la música. La cita se inició el domingo pasado y se extiende hasta el domingo próximo, con jornadas que ocupan buena parte del día: conciertos al aire libre, clases magistrales, ‘jam sessions’.
Durante estos ocho días el jazz se vive en distintas atmósferas y con diferentes matices según el sitio donde se toque. Puede ser la Plaza del Teatro con la brisa de la tarde y la ciudad en pleno; la atención desde las butacas en el Teatro Variedades para aprender más sobre el género; o algo íntimo para la noche en Casa Bigas, un rincón de la Plaza Foch.Por el primer escenario ya pasaron los Nuages; sus divertimentos musicales abrieron esta edición: risas, baile, buena vibra. Acto seguido sonó la flauta del español Jorge Pardo (ver recuadro), sus sonidos apasionados y de fusión cultural enriquecieron la tarde. Frente al escenario, el público sentado o acostado sobre la piedra de la plaza, niños correteando y algún anciano marcando el ritmo con su pie.
, la música no dio chance a la lluvia. La plaza fue de los conjuntos Mashi, con la sonando entre la batería y el bajo; Papaya Dada, tocando tradición y modernidad desde la fuerza de sus saxos y trompeta; y el FIU Jazz Faculty Quartet (EE.UU.) con el saxofonista Gary Campbell. Su interpretación fue fiel a lo que expuso en su clase antes del recital.
En ella, con melodías de Duke Ellington y temas de Thelonious Monk o Charlie Parker, Campbell señalaba que “el jazz es un juego de sensaciones; que no puede ser puro intelecto sino pierde su esencia; que en él siempre pasa algo diferente y eso es lo bonito”. Las clases conectan con el espectador formado o novato, y así crea nuevos públicos.
Públicos como los que llegan a Casa Bigas, pasadas las 21:00, para ver las ‘jam sessions’. Los músicos suben al pequeño escenario con su instrumento, conociendo un amplio repertorio y buscan acoplarse a la banda base, se escuchan, improvisan, crean… en esencia, viven el jazz. Así como el género mismo, estos experimentos escénico-musicales van tomando forma en la marcha. Entre la gente que llega al bar y llena sus espacios, están los otros músicos invitados, siguiendo el ritmo, esperando la llamada del jazz o el empujón desde su interior.
No solo es el disfrutar de un sonido profundo, emocionante y sentido; sino la posibilidad de encontrarse con los músicos, de charlar con ellos, quizá de compartir una cerveza. Justamente de lo que un festival se trata: de hacer del arte una fiesta, de potenciar el encuentro entre los músicos y el público, de salir de los circuitos, de llegar más…
Además de los ya mencionados, la cartelera presenta interesantes nombres. De afuera están el holandés Yuri Honing, el argentino Adrián Iaies y su paisano José María Taviera, el suizo Frank Salis, el brasileño Pascoal Meirelles y los colombianos del ensamble F 15. Los nacionales suenan con el Cuarteto de saxofones, con Mainstream, Dror, Pies en la tierra, Meru, la Big Band de la USFQ; con Morocco, Desdibujo, Rita María, Claudia Martínez y Pablo Ochoa.
Teclados, vientos, percusiones, cuerdas, la música y la gente… El jazz suena en Quito.
Un españolito que acoge al mundo desde su flamenco jazz
Jorge Pardo (1955) tiene un aire de españolito de a pie. Con su melena al viento sube al escenario y repite en su flauta los vientos de las regiones ibéricas. Las alegrías, los tangos, los soleares alcanzan una dimensión universal cuando juegan con el jazz.
Si bien el flamenco es lo que trae desde sus orígenes, lo común para este madrileño es la mezcla. En su música, las notas recorren y acogen el mundo, desde África hasta América.
Llegó a los instrumentos de viento siendo aún “pequeñajo”, porque con la guitarra no era igual de bueno que sus amigos mayores, quienes siempre se llevaban a las chicas. Pero así llegó a la flauta y, a través de ella, a comprender la inmensidad del flamenco y del jazz, proponiendo siempre un diálogo entre lo tradicional y lo actual.
En sus tocadas, se le ha visto acompañando a Camarón de la Isla, a Paco de Lucía, a Chick Corea, pero los nombres -para él- son lo de menos. “Hay maestros que no son tan conocidos; con ellos he aprendido y disfrutado más”.
Y se ve que disfruta. En su presentación, el domingo, invitó a sus amigos del Ecuador y se hizo acompañar por un percusionista venezolano y un guitarrista mexicano. Le gusta conocer a otros artistas, tocar con ellos, hablar con la música.
El jazz muestra esa especie de comunidad de músicos que huyen de la competencia. Pardo dice que hay competencia, pero en el buen sentido; no en cuanto a las imposiciones de la industria y el comercio.
Con hondura y sencillez se refiere a su creación, algo que parte del trabajo constante y a conciencia; al hablar de inspiración cita a Picasso. Los motivos para crear le llegan de lo que le da el día a día, del viaje, de la vida…