Es la nieve y la roca, la luz del alba o los colores del crepúsculo, el silencio apenas roto por el jadeo del esfuerzo físico, por el silbido de la ventisca y por el disparo de una cámara fotográfica… Sí, la cámara fotográfica captando el paisaje natural de los 6 000, los 7 000, los 8 000 metros sobre el nivel del mar.
Las imágenes de alta montaña son todo un tema en cuanto a la fotografía se refiere. Esta tiene sus propias técnicas y exigencias. Viendo las 30 fotos a color que el expedicionario ecuatoriano Patricio Tisalema exhibe en el Patio Norte del Centro Cultural Metropolitano, en Quito, cabe la reflexión sobre esta labor y el asombro ante la dimensión del logro.
Vale hacer una diferenciación entre el fotógrafo que quiere trabajar las imágenes en la alta montaña y el ascensionista que llega a la fotografía para registrar esos escenarios. Entre los primeros, el caso más cercano al Ecuador sería Jorge Juan Anhalzer; entre los segundos, los más renombrados serían Marco Cruz, Iván Vallejo y Tisalema. El ser un país anclado en las montañas y punto referencial para las expediciones andinas ha hecho que las fotografías de los mencionados aparezcan en libros y revistas especializadas internacionales, con reconocimiento a escala mundial.
Galo Paguay, fotógrafo de este Diario con un amplio trabajo en montaña señala que el fotógrafo como tal va a buscar la imagen paisajística y que el ascensionista aprovecha los períodos de convivencia con la montaña para documentarla en fotos.
Eso sí, ambos requieren de una enorme condición física para afrontar la travesía, además de con el equipaje imprescindible, con las 20 libras del equipo fotográfico. Un equipo que debe ser resguardado de las condiciones climáticas de las alturas. Algo básico –dicen– es guardar las baterías junto al cuerpo para mantenerlas en calor.
Patricio Terán, también fotógrafo de EL COMERCIO, confirma la dificultad de llevar un peso extra, la necesidad de conocer aspectos de la naturaleza de la montaña y comprender las realidades del temporal. Cuenta que en montañas ya conocidas se puede prever qué lugar y en qué momento se realiza la fotografía; cuando no, hay que jugar con la batería y estar siempre listo a las sorpresas del paisaje.
A eso se suma el pensar en los elementos compositivos y la concepción misma de la imagen, sea en primer plano o panorámica. Las de Tisalema son panorámicas, lo que le significó tomar varias fotos y juntarlas como en un rompecabezas para conseguir imágenes de 180° o más.
‘Desde las cumbres más altas del mundo’ es la exposición que Tisalema presenta como parte de un proyecto que lo llevará a subir al Everest, en un día, solo y sin oxígeno. Algo que le vino dando vueltas en la cabeza desde que se propuso ascender las montañas, en su primera escalada al monte Fuya Fuya, en las cercanías de la laguna de Mojanda, y que se concretó cuando estuvo en las siete cimas más altas, una por cada continente. A medida que crecían sus sueños y ambiciones, también se formó en la fotografía.
Su suerte de trotamundos, sus estadías en Japón, Nepal, Europa, África y las Américas le han permitido tener un archivo de alrededor de 16 000 imágenes.
Cuando está en expedición, a Tisalema se le despierta la memoria visual que adquirió viendo revistas y libros con crónicas e imágenes de alta montaña, mientras era un estudiante politécnico; pero en esos momentos poco importan los nombres de fotógrafos referentes, lo que motiva al ascensionista es llevarse un registro de las alturas para mostrarlas a quienes no las conocen. Fotos con la firma de un ecuatoriano.
Insiste en la cuestión del país; para él es importante como ejemplo de conseguir las metas. La superación del ser humano es un aspecto que le concierne, lo confiesa mientras muestra un calendario con sus fotografías y sus relatos; le han dicho que es un verdadero manual de motivación. Si el lector no accede al calendario es recomendable ir a la muestra y conquistar, por lo menos con la mirada y la imaginación, esas alturas. Un día, quizás, quién sabe…