De por sí el edificio tiene historia. Un hospital, acaso la obra civil más importante del s. XVI, fue administrado por el Cabildo y por órdenes religiosas, hasta caer en el abandono y resurgir con la restauración como un museo: el Museo de la Ciudad.
Ya son 13 años de esta entidad, hito en la museología del país. Al menos tres aspectos, que van de la mano en la propuesta, se pueden evaluar para ello. Primero, el contacto con la comunidad; segundo, la forma de presentar y participar al visitante de un relato, más que historiográfico, vivencial; y, tercero, toda la cuestión museográfica, lograda con la optimización de recursos y creatividad.
Si el Hospital San Juan de Dios abría sus puertas a todo aquel que lo necesitase, el museo también tiende puentes con los vecinos.
Andrés Rueda, uno de los mediadores (sí, mediadores, aquí se evita la idea del guía), acompaña el recorrido por la muestra permanente. Hay fechas y otros datos de la historia de Quito, pero la relación con el visitantes es, ante todo, una charla abierta, una experiencia significativa.
Entre las explicaciones y preguntas de Rueda, y lo que dice Andrea Moreno, coordinadora del museo, se comprende la propuesta en cinco puntos: social, político, ambiental, económico y cultural.
Todo ello buscando las varias lecturas del visitante sobre la historia, desmontando la presencia individualista del héroe y hablando más bien de las colectividades y su cotidianidad, ya sea desde la religiosidad, lo culinario o la moda. También interrelacionando los procesos del pasado con la situación presente; evitando una lectura lineal y fomentado el diálogo, la comunión en lugar de la diferencia, ya en cuestiones de clase, de etnia o de género: “Sin poner escalas de valor, de bueno o malo. No pensar en el ‘otro’, sino en el ‘nosotros”.
Eso a pesar de las fuertes rupturas o continuidades en los procesos históricos, en las formas de ver el mundo y en el ordenamiento social. En el Museo de la Ciudad se busca conocer la realidad, mediante el aporte de todos los sujetos que construyeron la quiteñidad. No hay el blanco barbudo malo, el indígena victimizado, el negro invisibilizado; el reivindicado es uno: el visitante.
La muestra no se centra en el objeto de colección, sino que se abre a la relación del público con escenas y ámbitos que le permiten reconocerse. La vinculación se da mediante la representación de calles y viviendas, a través de recorridos teatralizados o de una museografía que lo mismo pone un cuadro atemorizante o un traje de fiesta. Paredes, pisos y techos, maquetas, escenografías, videos y sonidos, todo el espacio es ocupado para que el visitante viva y reflexione su pasado, su presente, su identidad, su proyección…
Además de la muestra permanente, se da valor a la memoria del edificio, mediante la investigación y la puesta en escena de ca da uno de los rincones del inmueble. Y están también las muestras temporales, producciones complejas que buscan detonar emociones y pensamientos en el público, desde las artes visuales o las manifestaciones populares.