En una ocasión su esposa, Ángela Salazar, le pidió que vaya al mercado de víveres para hacer las compras semanales. Carlos Calderón Chico casi lo logra. Salió de su hogar y tomó el camino correcto. De hecho, llegó al destino, pero olvidó que su misión era comprar legumbres y frutas. En vez de eso, regresó a casa cargando un paquete de libros de segunda mano adquiridos, a buen precio, en los quioscos aledaños. A su juicio, también eran productos de primera necesidad.
Las editoriales y los escritores, conscientes de su influencia en la escena cultural ecuatoriana, le obsequiaban libros ‘recién salidos del horno’ para que los comentara en medios impresos. Luego de leerlos, guardaba algunos, precisamente, en su horno. En su anterior hogar ya no había espacio para más libros y tuvo que reinventar el uso habitual de ciertos artefactos domésticos.
Otras importantes adquisiciones las hizo a través de intelectuales fallecidos que le dejaban en calidad de herencia sus bibliotecas. Así, durante 30 años, fue ensanchando su archivo bibliográfico. Según Ángelo Calderón, su hijo, tiene cerca de 30 000 obras. Se basa en un inventario que realizó semanas después de la muerte de su padre (hace un año).
Un año después, el objetivo de que alguna institución pública adquiera la biblioteca, aún no se cumple. Hasta el momento, han tenido acercamientos con la Universidad de las Artes. El ministro de Cultura y Patrimonio, Paco Velasco, confirmó el interés. Hace seis meses, un delgado de esa institución -Pablo Lee- fue al sitio para inspeccionarlo y hacer fotos de la bibliografía.
Velasco, contactado por este Diario, aseguró que el material con el que cuenta Calderón es “valioso” y que aún están en espera de un informe para llegar a un acuerdo. Los hijos del historiador cotizaron la biblioteca en USD 200 000.
Los libros se encuentran en buen estado, gracias a las fundas humidificadoras ubicadas estratégicamente. Cada cierto tiempo, se fumiga el sitio con el rigor con el que lo hacía Calderón, que no descansaba hasta fulminar hasta la última polilla.
¿Por qué esta biblioteca es tan relevante? Las colecciones que armó Calderón incluyen libros que desarrollan ideas en áreas tan variadas como la ficción literaria, el ensayo, la historia, la política, el derecho o la medicina. Como historiador que fue, le gustaba hilar datos y situar los hechos en contexto, para ampliar el espectro de sus conocimientos.
Saltan a la vista primeras ediciones raras, como los ‘Escritos y discursos de Gabriel García Moreno'(1923) o las ‘Obras de Fray Vicente Solano’ (1892). En un sector conviven las biografías de Carlos Marx y de Lenin, junto a libros como ‘Al diablo con Picasso’, de Paul Johnson. También hay ediciones conmemorativas de la RAE, como la ‘Antología general de Pablo Neruda’ o ‘En verso y prosa. Antología de Gabriela Mistral’. Y cómo no mencionar ensayos ineludibles del estilo de ‘La nueva novela hispanoamericana’, de Carlos Fuentes.
Cerca de un diccionario de americanismos, consta otro de términos jurídicos, que a su vez tiene muy próximo a uno titulado ‘Historia de los Estados Unidos’, de William Miller.
Pero hay detalles que le dan un valor más humano a la severidad de los contenidos académicos. Por disposición del historiador, unos traviesos monos de peluche aún cuelgan en algunos sectores de las repisas.
Y en donde reposan los libros que él escribió, también están sus cenizas, en un cofre marrón. Están ubicadas de tal forma que parecería que están custodiando sus obras.