Sin preguntas no hay investigación posible. Las preguntas han motivado los grandes descubrimientos, en todas las épocas. La observación fue una de las fuentes de conocimientos, como el caso de Heráclito, científico griego, quien descubrió la ley del cambio –la dialéctica- mediante la observación de un río que bajaba de la montaña, mientras la familia disfrutaba de la naturaleza. ¿Por qué baja el agua, de arriba hacia abajo, y no al revés?, se preguntó. En las siguientes líneas algunas preguntas interesantes.
¿Por qué nos enamoramos?
Es una pregunta que siempre será actual, por sus repercusiones personales, familiares, sociales y culturales. El enamoramiento es explicado por los investigadores, entre los que se destacan los fisiólogos, los etólogos y los biólogos evolutivos.
La atracción es un fenómeno natural en el mundo animal. Responde a un instinto básico de perpetuación de la especie. La etología –ciencia del comportamiento animal-, según Konrad Lorenz, científico austríaco, Premio Nobel en 1973, estudia el proceso fisiológico generado tras el nacimiento, que garantiza el comportamiento maternal y filial, hallazgos que se integraron luego a la teoría del apego humano.
Los biólogos evolutivos, por su parte, descubrieron la razón por la cual la hembra elige al macho o que el macho haya competido por la hembra y hayan llegado a un acuerdo “mutuo”: el apareamiento.
Pero fue Charles Darwin quien colocó a la atracción sexual en un contexto evolutivo. La selección sexual varía según las especies en el mundo animal: un sonido especial, un color o plumaje extravagante, un olor característico. Y explica las diferencias entre machos y hembras. Estos elementos sirven no solo para atraer a sus parejas, sino para alejar a los depredadores. Para Darwin la selección sexual servía para competición –entre miembros del mismo sexo-, y la competición de los machos por una hembra.
En el caso de seres humanos, la selección de pareja pasa por procesos complejos y multifactoriales, que combinan aspectos internos y externos. La atracción sexual humana ha sido explicada por motivos biológicos y fisiológicos, por la condición cultural del ambiente, que es plural, e incluso por agentes químicos –las feromonas- y los genes.
Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos, desde el punto de vista antropológico, han luchado por el territorio, el sexo y la alimentación. Hoy, los escenarios son diferentes, pero, en fondo, prevalecen esos patrones bajo otros contextos, en donde se expresan diversos tipos de violencia, especialmente contra las mujeres y los niños.
¿Estamos solos en el universo?
Existen varias teorías al respecto. Algunos científicos –entre ellos, Imre Friedmann, de la NASA- sostienen que hay pruebas indiscutibles sobre la existencia de vida en Marte, sobre la base del estudio de un meteorito marciano caído en la Tierra conocido como ALH84001.
Las pruebas consisten en el análisis de los cristales de magnetita provenientes de Marte, que existen también en Tierra asociadas a bacterias que tienen origen biológico. Pero el debate continúa.
La búsqueda de inteligencia extraterrestre subyuga a los seres humanos. Y pese a los esfuerzos, la ciencia no ha logrado descifrar el espectro electromagnético del universo, en busca de señales no aleatorias que provengan del espacio exterior.
Recuérdese que el universo está compuesto por millones de galaxias, y la Vía Láctea que comprende más de cien millones de estrellas –donde se encuentra la Tierra- es apenas una dentro de esa inmensidad. En esa perspectiva la hipótesis sobre si los humanos estamos solos es solamente una probabilidad. Se ha intentado crear algoritmos para responder a la pregunta central, pero no han pasado de ser especulaciones interesantes.
¿Cuáles son las causas de la agresividad?
Erich Fromm, autor de la “Anatomía de la destructividad humana”, se pregunta: ¿cómo explicar el placer que la crueldad procura al hombre? Las respuestas ubican a los científicos en dos posiciones: la instintiva, conducida por Konrad Lorenz, que declara la destructividad del hombre como herencia de sus antepasados, los animales, y los conductistas, como Frederic Skinner, para quien la agresividad no tiene rasgos humanos innatos porque todo se debe al condicionamiento social.
Fromm reconoce que la agresión humana es de índole defensiva y está destinada a garantizar la supervivencia. También sugiere que la agresión humana maligna y destructiva, por la cual el hombre mata sin objetivo biológico ni social, es peculiarmente humana y no instintiva.
El autor propone que la destructividad forma parte del carácter humano y es una de sus pasiones, como el amor, la ambición y la codicia. Con el apoyo de la neurofisiología, la prehistoria, la antropología y la psicología del animal, Fromm estudia la destructividad defensiva humana.
Otro autor, de reciente data, el mexicano Luis Valdéz, considera que la agresividad es normal en los grupos y en las comunidades. Pero “los conflictos –hijos de la agresividad- nos regalan aprendizajes”. La pregunta clave es: ¿cuál es mi responsabilidad en el conflicto?
Valdéz sostiene que “todos tenemos un ego, que nos identifica con lo que no somos”. Dicho, en otros términos: en ocasiones pregonamos “yo soy mis ideas”, y esta es una fuente de conflictos. “Ninguna crítica que te han hecho –por injusta que sea- no te puede quitar tu esencia. Sigues siendo el mismo: tan valioso como eres, mientras el que ofende queda en desventaja. Hay que usar entonces la no violencia-activa, la asertividad (ser positivo)”.
Los conflictos nacen por la polaridad que ha impuesto la cotidianidad: luz, sombra; noche, día; alegría, tristeza; blanco y negro… Pero la vida es un arco iris de posibilidades, una diversidad. En ese sentido, el conflicto no es bueno ni malo; es la manifestación de las diferencias. Sin embargo, la educación tradicional nos ha hecho pensar y sentir que el conflicto es malo, negativo y pernicioso. El problema central es entonces el manejo de las diferencias. ¡Es que los diferentes son también buenos!
¿Cuál es el sentido de la vida?
Es una pregunta esencial. Viktor Frankl, psicólogo austríaco, neurólogo, psiquiatra y filósofo, fundador de la logoterapia, sobrevivió entre 1942 y 1945 en los campos de concentración nazis. Tras su liberación escribió un libro famoso: “En busca de sentido”.
En esas condiciones de deshumanización y sufrimiento extremos, Frankl describe la vida de un prisionero que busca la razón de vivir. Esta reflexión le llevó a construir la logoterapia, que es un sistema de supervivencia en escenarios difíciles. Esta teoría es considerada de gran relevancia, en el mismo nivel de los aportes de Sigmund Freud y Alfred Adler.
Viktor Frankl escribió 30 libros, fue escalador de montañas y a los 67 años obtuvo la licencia de piloto de aviación.
El mensaje de Frankl es positivo en este mundo de confusión e incertidumbre. Se opone al discurso cínico, indolente y resignado de muchas personas. Por este motivo, el libro “El hombre en busca de sentido” –que ha sido traducido a 26 idiomas- marcó a muchas personas por su análisis existencial profundo y la psicoterapia, por el cual ha recibido el reconocimiento de millones de lectores, después de su primera edición en 1946. El autor, que vivió la destrucción total de su entorno y el exterminio de sus seres queridos; que padeció hambre, frío, las peores brutalidades imaginables y que tantas veces estuvo cerca de la muerte, aceptó que la vida era digna de ser vivida. Su obra es revolucionaria precisamente por sumergirse en la esencia del sufrimiento humano llevado al límite, así como en los mecanismos psicológicos que nos llevan a manifestar lo mejor y lo peor de nuestra especie. Su aportación se caracteriza por un mensaje extraordinariamente positivo sobre nuestra capacidad para superar adversidades.