La gente de la localidad quiere impulsar un proyecto turístico que integre los atractivos de la zona junto con su historia. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.
Las mingas de limpieza en un antiguo camino de piedras son frecuentes en una comunidad Azuay, situada a 90 minutos de Alausí, en Chimborazo. Todos los habitantes participan, usan palas, rastrillos y azadones para retirar las piedras que se deslizan desde las laderas y las plantas silvestres que crecen en los bordes del camino.
Se trata de un subtramo del Qhapaq Ñan, el sistema vial andino construido por el Imperio Inca. En un tramo de al menos 4 kilómetros, que conecta a la comunidad con la laguna de Tres Cruces, se pueden ver piedras talladas, antiguas canaletas para desfogar el agua y hasta construcciones con muros de piedra.
“Presumimos que estos eran tambos: sitios de descanso del ejército inca o de los mensajeros reales. Pero nunca han llegado investigadores a mirar nuestras ruinas”, dice Ariolfo Camas, presidente de la comunidad.
Antaño, los comuneros usaban las ruinas como un establo para los cerdos, por lo que bautizaron el sector como Cuchi Corral. Hoy tienen la meta de convertirse en una comunidad turística, por lo que decidieron emprender un plan de conservación de su tesoro histórico por su cuenta.
“Pedimos ayuda en el Municipio y en el INPC, pero no tuvimos respuesta. Así que decidimos organizarnos”, afirma Camas.
En ese pequeño poblado habitan unas 300 familias que se dedican a la agricultura y a la ganadería, pero sueñan en convertirse en proveedores de servicios para turistas.
El primer paso fue sacar los ganados bovino y porcino de los sitios donde hay ruinas antiguas, para evitar daños en las piedras.
También se organizó un calendario de limpieza del camino para mantenerlo habilitado y libre de obstáculos.
“Este paso se conservó durante tanto tiempo, porque lo utilizamos a diario para movilizarnos hasta donde tenemos nuestro ganado. Ya sabíamos que era muy antiguo, porque los abuelos contaban historias, pero queremos saber más”, dice Luis Merchán.
La meta de la comunidad es mejorar el acceso a las ruinas para impulsar emprendimientos comunitarios. Por allí transitan unos 80 turistas cada año, aunque la gente cuenta que antaño, incluso hasta antes de la Declaratoria de la Unesco en el 2014, llegaban muchos más de lo contabilizado.