Everardo González cineasta mexicano. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Everardo González es director, productor y fotógrafo de cine documental, egresado de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Autónoma Metropolitana, y de la carrera de Cinematografía del Centro de Capacitación Cinematográfica. Sus obras abordan temas sobre el territorio, la migración y las fronteras, y sus víctimas y perpetradores. Su última cinta es ‘La libertad del diablo’.
En ‘La libertad del diablo’, su último documental, usted da la voz a víctimas y victimarios del conflicto mexicano. ¿A qué responde la decisión de dar la voz a los victimarios?
La decisión fue tomada a partir de los diálogos con la organización Mexicanos en Exilio. Muchas de las víctimas que aparecen en esta película me dijeron que querían escuchar lo que los otros tenían que decir. Creo que valía la pena escucharlos para entender que ese otro al que se mira como un monstruo que comete actos atroces también puede ser un humano vulnerable y frágil, y que nos incomoda saber que podemos tener algo de aquel que está frente a nosotros.
¿Pensó en las reacciones que podía tener el público al ver a los victimarios?
Sabía que podía ser muy cuestionado. Por eso tomé la decisión después de escuchar la opinión de las víctimas organizadas. Sentí que los únicos que tenían autoridad moral de cuestionarme eran ellos. El resto cuestiona desde posturas ideológicas pero no desde el dolor de haber perdido a alguien o de vivir aterrado.
¿Cambió en algo la visión que tenía de los victimarios después del documental?
Más bien se reafirmó. Creo que el entorno te condiciona. Detrás de muchos criminales, no de todos, hay obediencia, miedo, pobreza y hay mucho barrio. Cuando no se entienden los códigos del barrio se puede juzgar muy rápido y no comprender por qué alguien puede matar a sangre fría por unas zapatillas.
En esta idea de monstruo en relación a los victimarios, ¿cuál es el papel que juegan las máscaras que cubren los rostros de los testigos?
Las posibilidades reveladores que ofrece una máscara son mayores a las posibilidades de ocultamiento. El anonimato permite mucha libertad de discurso y de hurgar en las emociones porque no se sabe a quién juzgar. También rompe con la idea clasista que tenemos en América Latina sobre el rostro de la maldad. La máscara anula ese clasismo.
¿Por qué en sus documentales es importante reivindicar al testimonio?
El testimonio en mi trabajo ha sido muy valioso. Quizá por la idea de generar documentos que algún día serán abiertos y que se convertirán en la crónica de este tiempo. A veces el cine se va más por la estética y los juegos autorales, y eso no necesariamente es lo más importante. Esas voces son las que nos conectan con lo que está pasando en la actualidad. Muestra lo que le sucede a una sociedad no a partir de mis ideas, sino de sus testigos.
¿Cuál fue el trabajo de investigación que realizó para ‘La libertad del diablo’?
Hubo un trabajo bibliográfico que incluyó la lectura de los tratados sobre el miedo de Noam Chomsky. Discutimos mucho sobre cómo funciona la tortura en la sociedad actual y sobre la obediencia de vida que ofreció muchas amnistías en dictaduras como la de Argentina y Chile. Esas charlas nos permitieron tener claro que no queríamos testimonios de sociópatas, de personas que nunca se cuestionaron sobre sus actos.
¿Cuál es el papel que está jugando el miedo en la sociedad actual y en el trabajo documental?
Es el miedo ha provocado obediencia y en ocasiones la mezcla de miedo y obediencia es lo que empuja a que las personas cometan actos atroces. En el documental hay el testimonio de una niña que quiere venganza. Su visión no es distante de la de otro muchacho que entró al sicariato porque quería lo mismo. El error está cuando se convierte a la violencia en un espectáculo. Eso tiene más implicaciones éticas que darle voz a un criminal. Lo único que provoca es la indolencia como pasa en México.