Eran niños de la calle; allí se hicieron y se formaron. Hoy comparten la casita, como llaman al Centro de Atención Integral en Adicciones para el Adulto, al pie del antiguo cuartel de la Policía Metropolitana de Quito. Llegaron al lugar por un sentimiento común: “no quiero más”.
Son 24 hombres, de entre 18 y 65 años, quienes comparten el espacio en el Centro de la ciudad y siguen un proceso de acompañamiento. La capacidad es para 30 y la jornada empieza a las 07:00. La mayoría llega tras una vida en las vías, con un historial policial a cuestas y de consumo de una diversidad de drogas.
El Municipio levantó una encuesta hace un par de meses y contó 800 personas en situación de calle. Solo basta salir del establecimiento para palpar esa constante, en los alrededores de San Roque, la 24 de Mayo, las orillas del río Machángara, etc.
Pero son muchas más, como da fe Giovani Toscano, coordinador de los centros de atención impulsados por el Patronato Municipal San José. Hay otro sitio en La Armenia, para adolescentes de entre 12 y 17 años, que acoge a siete jóvenes internos y a otros en actividades ambulatorias.
Una forma de recuperación
En la casita, el lema no es la negativa a las drogas sino un sí a reconstruir vidas, a la reconexión con el mundo, con un sentido. Es una oportunidad para “volver a empezar”, como se escucha al ritmo de una guitarra, en una sala donde los hombres comparten sus experiencias, con la guía de Wilson Rodríguez, terapeuta ocupacional.
Las miradas se pierden, como buscando el camino que los ha llevado consumir o recaer y volver al centro en repetidas ocasiones.
Para Patricio es la tercera vez. Tiene 53 años y 24 de ellos los pasó en la cárcel. Desde los 12 ya conoció un centro de rehabilitación social, aunque para él son sitios de perfeccionamiento para delinquir.
Su madre se marchó cuando él tenía 5. Son 12 hermanos. Su hermana y su padre lo criaron. Cuando estaba en quinto grado ya probó marihuana, que tomó de uno de sus hermanos. Empezó robando golosinas en las tiendas y luego se topó con personas que lo encaminaron a delitos de grueso calibre.
Se convirtió en padre de tres. La progenitora se marchó. Una fundación acogió a los pequeños, quienes ya son adultos y “aprendieron a trabajar honradamente”. Patricio sale los fines de semana para visitarlos.
El ingreso y la permanencia son voluntarios. En principio, se considera una atención por seis meses. No obstante, no hay un plazo tope para esta, que incluye guía psicológica, trabajo social y más.
Cuando Patricio sale, las personas que continúan en las calles son su espejo, repite. Sabe de dónde salió y no quiere regresar. “Volví a sentir y a llorar. Hay que ser duro, si no te acaban”. El problema no son las drogas y es tajante en esta premisa. Pero, ¿qué pasa en las familias? Todo parecería estar bien y el fin de semana “se lanzan a beber”.
Juan Congo, jefe de la unidad del Patronato, hace un recuento: en los espacios de atención han identificado que al menos dos de cada cuatro adolescentes registran algún tipo de consumo de sustancias sujetas a fiscalización. Y cuatro de cada 10, cigarrillo y alcohol. Jóvenes y adultos pasan por evaluaciones y, de ser el caso, se derivan al sistema de salud pública. Los casos de mujeres se encaminan a otras instancias.
La pandemia fue un nuevo detonante. Ante el estrés por el encierro buscaron medios para enfrentarlos y uno fue el alcohol.Ycuando empezaron a disminuir las restricciones, la “gente salió a matarse”.
Antes de la pandemia, atendían a menos de 15 personas. Ahora, la demanda está en aumento. De ahí que el Patronato lanzó la campaña Acción contra la adicción.
Va enfocada a los jóvenes a través del arte. Incluyó un concurso musical en el que se escogió una canción para impulsar la cruzada. Participaron usuarios de las Casas Metro, con la canción No consumas más; el Circo de Luz, con Mantén viva la esperanza (la ganadora), entre otros.