Los dibujos de ‘BoJack’ son de la estadounidense Lisa Hanawalt, quien concibió personajes antropomórficos en convivencia con humanos. Foto cortesía: Netflix
La frase “No puedo seguir preguntándome si soy feliz, porque solo me hace más infeliz. No sé si creo en la verdadera felicidad” bien pudiera haber salido de un texto de Jean-Paul Sartre, Albert Camus o incluso de un filme de Woody Allen. Pero no. Reflexiones como esa provienen de la serie más existencialista de este siglo.
‘BoJack Horseman’ se terminó luego de seis temporadas en que pasó de ser un programa animado que contaba la triste vida de un actor olvidado a algo más profundo: una punzante indagación de la condición humana con el foco tenazmente puesto en la parte cruel del postestrellato. Sí, un caballo nos enseñó durante 77 episodios y seis años que ser un humano puede ser horriblemente… ¡inhumano!
Quedarán para el recuerdo, y para las maratones televisivas de quienes lo extrañen, las desventuras de BoJack Horseman, un caballo antropomórfico que vive en permanente frustración desde que se canceló el programa en que era la máxima estrella. Su existencia se consume en acciones autodestructivas y en ‘flashbacks’ de su época brillante, con fiestas y aplausos, mientras se sueltan frases dolorosas.
“Tengo que meterme en la ducha para no saber si estoy llorando o no”, dice BoJack Horseman en el undécimo episodio de la primera temporada , y entonces el espectador ya no sabe si reír o llorar.
Justamente ese es uno de los ingredientes de este éxito, la mezcla de comedia y drama propia de los ‘dramedy’, impulsados en esta década gracias a la acogida que tuvieron series como ‘Desperate Housewives’ y ‘Six Feet Under’.
‘BoJack Horseman’ es la creación de dos personas. Una es la dibujante californiana Lisa Hanawalt, hoy con 36 años, quien se encargó de crear la línea gráfica por pedido de su amigo y paisano Raphael Bob-Waksberg, hoy con 35 años, escritor y director de la serie.
Bob-Waksberg también fue el que convenció al productor Michael Eisner de financiar sus ideas a través de su firma, The Tornante Company, y quien porfió para que Netflix le diera una oportunidad. ‘BoJack Horseman’ es la primera serie animada para adultos de esa plataforma de ‘streaming’.
Bob-Waksberg impuso otra cualidad que es la continuidad, es decir que los episodios no son autoconclusivos, como se estila en los ‘sit-coms’, sino que conforman un hilo narrativo que ha sido mostrado con pausa y naturalidad. Esta decisión permitió desarrollar a los personajes, la gran mayoría antropomórficos y que viven en Hollywoo, parodia de Hollywood, la capital de la hipocresía.
La serie se vuelve amena gracias a las referencias a artistas como Botticelli, Matisse o Klimt, y también a los ‘flashbacks’ con momentos históricos.
El atractivo mayor está en el personaje central, imperfecto y autodestructivo, un cascarrabias narcisista que se halla inmerso en una enorme soledad.
También es un erudito y puede citar a Sartre, en una referencia al espíritu existencialista del guión, aunque es incapaz de prepararse su comida: “¿Soy responsable de mi propia felicidad? ¡Si no me hago responsable ni de mi propio desayuno!”, reflexiona Bojak.
Este caballo anhela ser feliz (¿y quién no?) pero toma pésimas decisiones (otra vez, ¿y quién no), está incapacitado para reconocer sus errores y su vida personal es un desastre porque tampoco se compromete en una relación.
Busca el amor, pero trata mal a las mujeres con las que tiene sexo. A veces inspira pena, pero la mayoría de ocasiones provoca ganas de lanzarle el control remoto contra la crin.
El gran mérito en el diseño del personaje BoJack es reflejar que las personas son muchas cosas a la vez, lejos del maniqueísmo. Pero los demás personajes lo acompañan en sus desventuras, con el desdén mutuo como la norma. Está Tedd, un amigo que vive de arrimado en su casa. Está Diane, una estadounidense-vietnamita que escribe la biografía de BoJack. Está Peanutbutter, un rival del protagonista.
Pero sobre todo está Princess Carolyn, una gata agente de actores y exnovia de BoJack. Ella representa a la amistad en sentido puro, pero también a la trabajadora que sacrifica su vida personal por la realización personal. Su presencia sirve para criticar el nepotismo, la precariedad y el machismo de la industria del espectáculo.
Princess Carolyn dice esto sobre sí misma: “Despéjame la agenda, que tengo que empujar un pedrusco en una colina y después hacerlo rodar por encima de mí una y otra vez sin ninguna consideración por mi bienestar”.
Obviamente, es una referencia al mito de Sísifo que también fue abordado por el escritor existencialista Albert Camus, y que expresa lo mismo: la inutilidad del esfuerzo de la humanidad.
Quizás todo esto es demasiado denso para una serie animada, o incluso para una serie. Bob-Waksberg no incluyó roles positivos y el tono general es oscuro. Su éxito se debe a que refleja la vigencia del trastorno de ánimo que aqueja a la sociedad de ahora y sus derivaciones como la tristeza, la soledad en medio de tanta gente, la normalización de la angustia y la disminución de la autoestima. Sartre estaría orgulloso.