Buscadores del tesoro inca

‘El rescate de Atahualpa’.  José Alfonso Sánchez Urteaga. 1955. Foto: Ministerio de Cultura del Perú

‘El rescate de Atahualpa’. José Alfonso Sánchez Urteaga. 1955. Foto: Ministerio de Cultura del Perú

‘El rescate de Atahualpa’. José Alfonso Sánchez Urteaga. 1955. Foto: Ministerio de Cultura del Perú

“No se puede escapar de un tesoro una vez que se ha fijado en tu mente”, escribía en una de sus novelas Joseph Conrad, sentencia perdurable acerca de la obsesión que impulsa dicha búsqueda.

Curiosamente, en 1857, año de nacimiento del autor anglopolaco, se había publicado en la revista de la Royal Geographic Socety de Londres, un artículo del botánico Richard Spruce, que al tiempo se encontraba en Baños de Ambato, investigando sobre variedades de cascarilla o quina para combatir la malaria. El artículo daba cuenta, por primera vez, del Derrotero de Valverde, esto es, la breve guía que describe la ruta para llegar al Tesoro de Atahualpa, presuntamente escondido por Rumiñahui, cuando se produjo la conquista del Reino de Quito por parte de los españoles.No hay que confundir a este Valverde con el cura dominico que fue protagonista de la captura del inca-shyri, y que años después, al huir de la toma del poder de Almagro El Joven, a raíz del asesinato de Pizarro, terminó naufragando a orillas de la isla Puná, donde fue capturado y canibalizado por los lugareños. El del Derrotero era al parecer un modesto soldado o burócrata español que desposó a la hija del cacique de Píllaro, quien al tomarle confianza y afecto, le reveló dónde se encontraba el tesoro oculto.

Cuando se produjo el llenado del cuarto con objetos de oro y plata para pagar el rescate del cautivo en Cajamarca, hay que anotar que la mayor parte del botín provino del sur, de la parte del Tahuantinsuyo que acababa de ser conquistada por las huestes quiteñas.

Después de repartir el tesoro, cuya sola fundición tomó un mes y sumó 6 087 kilos de oro de 22,5 quilates y 11 793 kilos de plata, la codicia española seguía insatisfecha. El propio Atahualpa se había ufanado de su fabuloso tesoro real en Quito, que debía seguir intacto. Sin duda esta ambición movilizó a Sebastián de Benalcázar hacia el septentrión del imperio, valido además de la noticia de la llegada a territorio ecuatorial del Adelantado de Guatemala, Pedro de Alvarado.

Según el cronista Fernández de Oviedo, Rumiñahui llegó a recaudar 70 000 cargas de oro y plata que iban a ser transportadas a hombros por 15 000 porteadores, cuando llegó la noticia del ajusticiamiento del Inca, lo cual habría obligado a su inmediato ocultamiento.

Según el Derrotero de Valverde, el lugar escogido fue la remota y agreste zona de los Llanganatis, al oriente de Ambato, mitad páramo y mitad selva, que al decir del explorador-historiador Luciano Andrade Marín en su libro homónimo publicado en 1933, significaría “lugar de laboreo minero de los Atis”, patronímico de los reyes puruhaes. Uno de los accesos más comunes es por la población de Píllaro, de donde se supone era nativo Rumiñahui, cuya madre habría sido una princesa lugareña desposada con el inca Huayna-Cápac (de modo que era medio hermano de Atahualpa).

Acaso no es casual que la captura del caudillo indígena, conforme a las versiones más creíbles, se haya producido precisamente en sus inmediaciones, al caer de un desfiladero mientras intentaba fugar.

No hay acuerdo sobre el tiempo en que vivió Valverde. Unos lo ubican como un personaje de mitad del siglo XVI, es decir poco después de la conquista, mientras que otros consideran que su historia corresponde al siglo XVIII, esto es la parte tardía de la Colonia, lo cual sería más probable.

Lo cierto es que enriquecido volvió a España a disfrutar de la pequeña parte del tesoro que había sustraído, no se sabe si con o sin su esposa nativa, y cuando estuvo próximo a la muerte, años después, decidió revelar al Rey el origen de su fortuna, adjuntando a la carta correspondiente el famoso derrotero o guía.

El monarca Borbón -que sería Carlos IV- promulgó una Cédula Real ordenando a los corregidores de Ambato y Latacunga coadyuvar en la búsqueda, enviando como responsable al padre Longo, un religioso italiano de su confianza. Fatídicamente, durante la expedición, Longo se extravió en medio de las pesadas brumas del páramo-selva y sus compañeros jamás pudieron encontrarlo.

La increíble historia fue revelada por Spruce, quien consiguió en los archivos de Latacunga copia de valiosos documentos, incluido el Derrotero, que databan de 1827. Constaba un mapa del botánico español Atanasio Guzmán, quien conocedor de la ruta la había intentado sin éxito, hallando solo vestigios de antiguas explotaciones mineras indígenas.

El problema de la guía es que resulta fácil seguirla en la zona de páramo entrando por Cocha Huasi, al noreste de Píllaro, siguiendo por el río Milín el altiplano de Ainchibilí, teniendo por referentes el Cerro Hermoso y el Sunchu Urco, los puntos altos de la zona, para luego cruzar por las lagunas de Anteojos y Yanacocha; en esta última nace el río Golpe, que desagua con pendiente pronunciada hacia el río Pastaza.

Durante los primeros tres días no hay dificultad alguna, pero el comenzar la zona selvática, en las dos o tres jornadas restantes, resulta difícil orientarse en función de las indicaciones anotadas. Según Valverde, al final se llega a un socavón que tiene una entrada parecida a un portal de iglesia, que está cubierta por vegetación, encontrándose en el interior una laguna excavada por la mano del hombre, donde se encontrará como seña una vasija ancha de forma redonda cargada de pepas de oro. No ofrece detalles adicionales sobre la magnitud o composición del tesoro.

De regreso en Inglaterra, Spruce, junto con su promotor Alfred Rusell Wallace, el mismo que compartió con Charles Darwin la gloria por la Teoría de la Evolución, contrataron a un par de marineros, el holandés Barth Blacke y un compatriota de apellido Chapman, para que se encargaran de encontrar el tesoro.

Luego de adentrarse en los Llaganatis, en medio de las privaciones de un ambiente tan inhóspito, este último falleció. Y cuando su compañero intentó darle sepultura se topó accidentalmente con un tesoro del que extrajo 18 piezas de oro.

Desde Panamá, Blacke escribió a Spruce sobre su hallazgo, destacando que apenas había tomado una muestra, porque era de tal magnitud que “tanto ni cien hombres podrían cargarlo”; precisaba que estaba compuesto por objetos pequeños y grandes esculturas de oro y plata. Daba testimonio de que el Derrotero era bastante preciso, exceptuando el sitio que codificó como “4PL”.

Lo misterioso es que el holandés en su travesía de retorno, en medio de una gresca en cubierta cayó por la borda y nunca más se supo de él; tampoco de las piezas de oro, ni del nuevo mapa del tesoro que había trazado. Cuando llegó la carta a su destinatario, Spruce había muerto por causas naturales.

Muchos años después, un nieto del científico se interesaría en el enigma, contratando al aventurero comandante George Dyott, para que se ocupara de retomar las pistas dejadas por Blacke. En una de sus sucesivas expediciones a los Llanganatis se quebró una pierna, optando por retirarse a una propiedad que había adquirido en Santo Domingo de los Colorados. “Aunque creo que el tesoro existe, un hombre puede ser más feliz y vivir en paz sin encontrarlo,” reflexionaría filosóficamente.

En 1965 se produciría una sorpresa al revelar diarios de Lima y Quito la noticia de que habían aparecido documentos que acreditaban a Don Antonio Pástor y Marín De Segura, Marqués De Llosa, corregidor de Latacunga en 1794, quien se encontraba en funciones cuando llegó la citada Cédula Real con la copia del Derrotero de Valverde, como poseedor de una inmensa fortuna en oro, piedras preciosas y vasijas incas, valorada en 460 millones de libras esterlinas, que había legado a sus descendientes de quinta generación.

De la investigación correspondiente se puso en claro que el tesoro había sido embarcado en 1803 en el puerto de Lambayeque, actual Perú, con destino al Banco Real de Escocia, en Edimburgo, y registrado a nombre de Narcisa Martínez, segunda cónyuge del corregidor. Sin embargo, para entonces la entidad bancaria había desaparecido e igualmente sus archivos se habían quemado hace muchos años, de modo que no había forma de rastrear, menos aún, de recuperar el tesoro.

Lo cierto es que desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la presente fecha, han sido muchos los aventureros nacionales y extranjeros que han buscado el Tesoro de Atahualpa siguiendo el Derrotero con alguna variante interpretativa o intuitiva; solo Valverde, Pástor y Blacke habrían tenido éxito.

El listado incluye nombres como Thour de Koos, Erskine Loch, Richard D’Orsay. Mr. Brooks, Eugenio Brunner, Rolf Blomberg, Luciano Andrade Marín, etc. Entre los contemporáneos se destaca Andrés Fernández-Salvador Zaldumbide, quien en 2011 reconocía en una entrevista a la Revista Diners haber dirigido 61 expediciones a los Llaganatis, y que estaba seguro de encontrarse a apenas 700 metros del tesoro, que encontraría en su próximo intento.

Leyenda o fábula, los buscadores no se cansarán, vendrán otros a tomar su lugar, convencidos de que hay sueños que se tornan realidad. 

*Tomado del libro ‘Crónicas de la historia’, presentado hace pocos días en Quito.

La obsesión por hallar el tesoro de ­Atahualpa, presuntamente escondido por Rumiñahui en los Llanganates, ha motivado durante siglos a una serie de empresarios y exploradores. Solamente Valverde, Pástor y Blacke habrían tenido éxito.

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