La guayaquileña Andrea Moreira pintó un mural de un niño soplando burbujas que se convierten en figuras geométricas. Foto: Alexander García/ EL COMERCIO.
La noche llena de constelaciones asume la silueta de un joven que luce la máscara del Sol de oro de la cultura la Tolita, un patrimonio precolombino del Ecuador. En un muro aledaño, en el mismo edificio de cuatro pisos, la artista urbana mexicana Eva Bracamontes llenó de colores la imagen de una muchacha de rasgos indígenas cuyo rostro se impone al de una máscara de diablo de las tradicionales diabladas de Píllaro.
La obra hace parte del proyecto Arte, mujeres y espacio público, con el que artistas y colectivos de creadoras intervinieron grandes muros de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Guayaquil. La guayaquileña Andrea Moreira y el colectivo local La Milpa, liderado por Victoria Bastidas, también participaron del programa. Se trata de una forma de promover el diálogo sobre el quehacer artístico de las mujeres en el espacio público.
Las constelaciones de una de las obras tienen forma de lagartos, peces y cangrejos, fueron pintadas a mano alzada por la propia artista con aerosol. En las intervenciones usó además pintura vinílica. “La idea fue trabajar con elementos simbólicos que refieran al Ecuador, porque creo que eso facilita la identificación con la obra”, dijo Bracamontes, quien es considerada una de las mejores artistas femeninas de arte urbano de la región.
La gráfica de la artista mexicana, invitada especial del proyecto, está marcada por el folclor latinoamericano y la simbología prehispánica -México cuenta con un rico pasado ancestral y además sus padres son arqueólogos-, por lo que la estética precolombina, sus símbolos, rostros y fisonomías marcan sus trabajos.
Los muros que legó a Guayaquil hacen referencia a los pueblos originarios del Ecuador y son también una forma de rendir tributo a los grupos afrodescendientes de la región, dijo.
El proyecto Arte, mujeres y espacio público tiene una perspectiva de género. “Pero no se trata de una competencia, simplemente de visualizar que hay mujeres que están trabajando, que se les puede dar un muro y provocan una explosión de forma y color”, indicó Bracamontes. Ella se inició en el arte urbano hace cuatro años, cuando comenzó a estudiar una maestría en diseño y decidió llevar su interés por la ilustración a un formato y a una escala superior, en una fusión con las prácticas del grafiti.
“No se trata de embellecer o decorar, hay que hablar del arte urbano como un dispositivo político”, indicó la curadora quiteña María Fernanda López, impulsora del proyecto y docente de arte urbano de la Universidad de las Artes (UArtes). También buscan entusiasmar a otras mujeres con una práctica en la que, a escala mundial, interviene un promedio de tres mujeres por cada siete hombres. En Ecuador la relación es aún menor.
La artista guayaquileña Andrea Moreira, de 24 años, una entusiasta del monopatinaje (skateboarding), se inició en el arte urbano hace un año, tras una intervención colectiva y una exposición en la que intervino con grabado y acrílico cuatro tablas de ‘skate’.
En un edificio de dos pisos de la Facultad de Arquitectura, 18 metros cuadrados de superficie, Moreira pintó un niño soplando burbujas que se van convirtiendo en elementos geométricos. Se trata de su propio hijo, Sebastián, de 6 años.
“Tiene que ver con el lado creativo y lúdico de la infancia, con jugar, imaginar y crear, una parte de la que nos desconectamos, impedimos que eso siga ocurriendo”, dijo Moreira, estudiante de artes visuales de la UArtes.
A finales de julio se realizaron conferencias, murales colaborativos en el centro, talleres teórico-prácticos y mesas de trabajo para dar una experiencia de aprendizaje completa. Además, la artista mexicana pintó otro mural en el parque cultural Garza Roja.