Hasta 800 metros de altura alcanza esta zona de la cordillera Chongón-Conlonche. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Una sinfonía de trinos se adueña del espeso bosque. Algunos sonidos agudos surgen entre las ramas de los espigados laureles. Otros, más potentes, resuenan junto a un rústico sendero de lodo amelcochado.
Las aves dominan en la Reserva Ecológica de Loma Alta, una comuna situada en medio de la vegetación que recubre a la parroquia Colonche, en Santa Elena. Entre el follaje surcan horneros y tangaras, mirlos y mosqueros, matorraleros y el martín pescador.
Eleodoro Rodríguez las reconoce con facilidad. Él es uno de los guardabosques de esta área protegida por los comuneros desde 1987. En ese año comenzaron a custodiar su entorno hasta alcanzar 3 218,19 hectáreas en la actualidad, para preservar las fuentes de agua que nacen en las alturas de la cordillera Chongón-Colonche.
Por esos cerros desciende el río California, que abastece a otros poblados aledaños de esta zona peninsular, como Sinchal y Barcelona. El serpenteante caudal cristalino abre paso a los senderos en las montañas, donde habitan cerca de 300 especies de aves.
“Somos el AICA (Área Importante para la Conservación de Aves) número ocho en el mundo, declarada por la organización BirdLife International. Hay aves migratorias, que llegan en época de apareamiento”, cuenta Rodríguez.
Cada año, en julio y diciembre, investigadores de distintas nacionalidades visitan la reserva para monitorear las aves. En el último conteo observaron 100 especies.
El entorno también acoge a 37 especies de mamíferos, entre murciélagos, monos, ardillas y venados. Su verdor es teñido por 37 especies de árboles, como guayacanes, palmeras, guasmos y cañas.
De sus ramas cuelgan las bromelias de flores coloradas. El néctar dulzón que destilan es un manjar para los inquietos colibríes jaspeados, inca pardos, pico de hoz, ermitaños, entre otras especies. Aquí sobrevuelan, silenciosamente, tres de las especies más pequeñas del mundo.
Loma Alta es uno de los pocos rincones del planeta donde se puede observar al colibrí de esmeraldas. La organización Aves y Conservación destaca además algunas especies amenazadas y endémicas tumbesinas, como el mosquero pechigrís y la guacharaca colorada.
La comuna es reconocida como la primera de Santa Elena en apostar por la conservación de su entorno. Sus pobladores se aferraron a ella como una barrera para frenar la migración, que empezó a avanzar hacia esta zona a finales de los años 80, cuando una fuerte sequía afectó el sur de Manabí.
Benito De la A, vicepresidente de la comunidad, recuerda que 1 000 hectáreas fueron devastadas. “Empezaron a deforestar para construir carreteros.
Entonces nos dimos cuenta que por la falta de árboles perdíamos 500 000 galones de agua al año”. Desde entonces la tala está prohibida en esta zona.
Quienes se dedican a la siembra se están inclinando por la agricultura orgánica para cuidar tierra. Otros dependen de las 300 hectáreas de paja toquilla, que convierten a esta zona en un referente de la materia prima para los sombreros tejidos y otras artesanías.
Entre junio y octubre la neblina se adueña del bosque. Sus capas descienden en forma de una garúa menuda, que cubre las hojas de los árboles con un brillo escarchado. En ese ecosistema siempre húmedo resuena continuamente el refrescante cántico de sus habitantes alados.