Las inundaciones en Belet Weyne han obligado a miles de sus residentes a trasladarse a campos de personas desplazadas. Foto: EFE.
A la somalí Cadar Ibraahim los desastres le bailan en la memoria. Sabe que no es la primera ni la segunda vez que devastadoras inundaciones le obligan a abandonar la urbe de Belet Weyne (centro de Somalia), pero ya ha perdido la cuenta de en cuántas ocasiones ha sido desplazada por el clima.
“Huimos por las inundaciones que afectaron mi casa y mis cultivos y desde entonces no hemos recibido nada de ayuda sin contar un kit (de higiene) hoy”, explica en el campamento de Ceel Jaale esta madre de nueve hijos, cubierta en un bui-bui (velo islámico) de color dorado y aferrada a una garrafa amarilla para almacenar agua potable.
Somalia sufrió este 2019 su peor sequía desde 2011, con una cosecha fallida entre abril y junio que dejó a unos dos millones de personas en riesgo de inanición, según cifras de la ONU.
Ahora, intenta recuperarse de la peor inundación desde 1981, tras el desbordamiento del río Shebelle -que corta esta localidad en dos- a finales de octubre.
El desbordamiento del río Shebelle, causado por las fuertes precipitaciones en Somalia, obligó a los habitantes de Belet Weyne a instalarse en tiendas de campaña. Foto: EFE.
“Se trata de un año absolutamente inusual con precipitaciones récord tanto en Belet Weyne y sus alrededores como ya río arriba en el sur de Etiopía“, explica desde Mogadiscio el hidrólogo y asesor de tierras de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Chris Print.
“Y lo cierto es que detrás de esta intensificación global de las precipitaciones se halla la crisis climática“, continúa Print, quien sin embargo culpa al hombre -y a un Gobierno como el somalí mermado por el conflicto que sacude el país desde 1991- de la nula gestión de un río como el Shebelle, sin un sistema de diques o de canales capaz de almacenar o de desviar el exceso de agua.
Al igual que Ibraahim, un total de 230 000 personas se vieron forzosamente desplazadas de sus hogares cuando la vega en la que yace Belet Weyne fue repentinamente engullida por el agua. Familias enteras huyeron con lo puesto, sin nada o nadie esperándoles en las zonas más altas más allá de un sol de fuego.
El río Shabelle divide a Belet Weyne en dos partes. No cuenta con infraestructuras que ayuden a desviar el agua cuando el nivel de esta sube. Foto: EFE.
De ellas, al menos 110 000 del total de 400 000 vecinos que pueblan esta vibrante metrópoli -fronteriza con Etiopía- permanecen todavía hoy en campamentos improvisados, según las últimas cifras facilitadaspor la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
África, pese a su escasa participación en la emisión global de gases CO2 (un 3,7 %) es especialmente vulnerable ante desastres naturales. La combinación de pobreza, dependencia agrícola, instituciones débiles y alto crecimiento poblacional -con una proyección de 2 500 millones de personas para el año 2050- hace de este continente uno de los más amenazados por la crisis climática.
“El mayor problema que tenemos en África es el exceso o la falta de precipitaciones. Y la razón por la que sufrimos más que nadie no es solo nuestra exposición al riesgo sino nuestra vulnerabilidad ligada a la pobreza“, explica la experta en adaptación al cambio climático, Linda Ogallo.
Como consecuencia de las inundaciones, las personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Los niños han dejado de ir a la escuela. Foto: EFE.
“En el caso de Somalia, sabemos que no tenemos la infraestructura suficiente para evacuar a las personas en caso de una inundación, y en caso de sequías, tampoco conseguimos salvar al ganado del que dependen las familias“, añade esta científica keniana, quien confirma un incremento en la frecuencia de ambas anomalías climáticas en los últimos años.
En un mar de colores -camuflada entre mujeres vestidas en telas naranjas, moradas, azules y rojas-, Ibraahim recuerda la vida que dejó atrás hace apenas dos meses. Una vida modesta y sobresaltada por espirales de violencia entre clanes rivales, pero en la que al menos disponía de su propio techo.
“Antes de las inundaciones nuestra vida era muy dura. Mi marido trabajada de vez en cuando en el sector de la construcción y yo vendía verduras en el mercado, pero ahora todo se ha detenido”, explica, “ahora no tenemos ningún ingreso y los niños han dejado de ir al colegio“.
Las familias salieron de sus hogares con la ropa que vestían y ahora viven en improvisadas tiendas de campaña. Foto: EFE.
Según datos de la organización suiza sin ánimo de lucro Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IDMC), el número de migrantes climáticos podría abarcar un rango de entre 140 y 1 000 millones para 2050, sobre todo, en las regiones del sureste asiático, América Latina y África subsahariana.
“Hoy en día, tienes siete veces más probabilidades de ser desplazado internamente por ciclones, inundaciones e incendios forestales que por terremotos y erupciones volcánicas, y tres veces más probabilidades que por un conflicto“, detalló la ONG Oxfam en un informe a principios de diciembre.
No muy lejos de Ceel Jaale, en el área de Burjada Caynta a las afueras de Belet Weyne, centenares de nuevos desplazados se mezclan con quienes desde hace años sobreviven en el desarraigo, en la resignación, en el olvido de todos salvo de algunas ONG y agencias de la ONU; que operan con extrema dificultad en un país que sufre casi a diario los ataques del grupo yihadista somalí Al Shabab.
Al menos 110 000 personas tuvieron que abandonar sus hogares como consecuencia de las inundaciones en Somalia. Foto: EFE.
Intentándose proteger de un sol de mediodía, Beela Ahmed Abdullah permanece sentada a los pies de su tienda, a la que se ha visto obligada a llamar hogar durante siete años pese a no ser más que una volátil estructura de lonas y palos.
Madre, suegra y abuela, esta somalí divide su tragedia en tres actos y un único protagonista: “En la primera sequía se murieron algunas (cabras), en la segunda se murieron más y en la tercera nos quedamos sin ninguna”, relata sobre el vacío de perder, año tras año, un total de 500 reses, cruciales para su sustento.
“Es imposible alcanzar el riesgo cero, sino que lo que necesitamos es aumentar la capacidad de adaptación de la población. Si las comunidades locales son capaces de adaptarse, de prepararse ante la llegada de una sequía o de una inundación, entonces el choque climático no será tan fuerte”, reflexiona Ogallo.
Especialistas coinciden en que los extensos periodos de sequía, que afectan a la cosecha y al ganado de los pobladores, y las fuertes precipitaciones, que causan inundaciones, son consecuencia del cambio climático. Foto: EFE.
Hasta que eso ocurra, millones de desplazados como Ibraahim y Ahmed -sus hijos e incluso sus nietos- seguirán engrosando las filas de los despojados por el clima. Solo en 2017, al menos 18,8 millones de personas fueron desplazadas dentro de sus países debido a incendios, inundaciones, derrumbes, ciclones y sequías, según datos del IDMC.
“Cuando se seque todo el agua en mi casa, espero regresar. Es una casa alquilada, yo no poseo nada. Quizá en un futuro pueda comprarme una”, medita Ibraahim sobre sus anhelos de sumarse a los 120.000 desplazados que ya han conseguido retornar. “Cuando se vaya todo el agua, volveré. Pero, mientras tanto, seguiré aquí”, repite.
Para Ogallo, la lucha por el presente y el futuro del planeta engloba mucho más que la urgencia de reducir las emisiones de dióxido de carbono o las interminables negociaciones en cumbres del clima como la COP25.
África es una de las regiones más afectadas por la crisis climática, a pesar de que produce menos del 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Foto: EFE.
“Estamos preocupados por el futuro, pero en África ni siquiera hemos descubierto el presente. Todavía no contamos con buenas infraestructuras, con suficientes instrumentos para predecir el clima, con un acceso adecuado a la información satelital“, se lamenta esta experta.
“La crisis climática a nivel global, sí, es un riesgo real, pero en África el sufrimiento es ahora. Una vez descubramos cómo mantenernos de pie sobre nuestros propios pies, podremos abordar cómo luchar (juntos) mañana”, sentencia.