Vivir en condominio no es tarea sencilla. Es como meter todos los pollitos en un mismo canasto, sin hacer una previa selección de convivencia o afinidad, para que no armen el despelote.
Quienes habitamos en un edificio de departamentos o en un conjunto sabemos lo que representan las administraciones y su correlato mensual, las expensas. Expensas que, a veces, penden sobre nuestras cabezas como espadas de Damocles.
El pago de estas alícuotas es el mayor problema que tienen los administradores, quienes tienen el carácter templado y una paciencia a prueba de inconformes extremos.
Otros contratiempos recurrentes de los administradores llegan de la mano -o de la cola- de las mascotas; del mal uso de las áreas sociales; o por los excesos de algunos condóminos cuando festejan algo.
Aunque muchos conjuntos nombran administrador a alguno de sus condóminos que se distinga por servir al prójimo, ante la explosión inmobiliaria que se registró en los últimos tiempos, la demanda de servicios de administración de edificios y condominios se vuelve una necesidad, especialmente en los conjuntos triple A, llenos de amenities (áreas destinadas al confort y la calidad de los inmuebles).
Los administradores profesionales son, entonces, la solución más lógica para que un condominio funcione de forma armónica, eficiente y legal, lo que no siempre sucede.
Obviamente, por esta tarea cobran un sueldo que, casi siempre, está relacionado con la categoría del emprendimiento. Pero no es un dinero malgastado.
Un botón basta de muestra: son expertos en cobrar las expensas atrasadas -a veces atrasadísimas- y hasta de iniciar las acciones judiciales para cobrarlas, lo que es más común de lo que parece.