De las tantas definiciones con que los europeos pretendieron blindar de la intervención directa del Estado la tarea de informar, la de ‘servicio público’ le ha servido a la BBC, por ejemplo, para contestar a la Sra. Tatcher su intención de usar sus canales de comunicación como vehículo de propaganda durante la guerra de las Malvinas. Aquella célebre intervención en el Parlamento inglés ha sido memorable porque permitió observar con claridad la barrera que los británicos habían construido con dificultad a lo largo de los tiempos entre el poder político y la necesidad de informar de manera objetiva que reclaman sus mandantes y sus aportantes: el público inglés. La BBC es un organismo público financiado por el dinero de los contribuyentes que pagan anualmente un porcentaje para sostenerlo. Desafortunadamente fuera del caso de los ingleses y los holandeses, las emisoras públicas europeas no han podido sostener su independencia del poder político como se esperaba. Pasa una situación similar en los medios públicos latinoamericanos donde el poder político se cree con derecho no solo a usarlos como vehículos de propaganda, sino que además pretende extender sus controles a los medios privados cuya función, tarea y propósitos son completamente diferentes. La reducción retórica de buscar adversarios a quienes derrotar con la lógica de las mayorías circunstanciales, no avala para nada la posibilidad de construir una sociedad democrática donde la diversidad, pluralidad y cotejo de ideas contrapuestas es fundamental para el desarrollo de este sistema político y como garantía del ejercicio de la libertad.
La tentación de controlarlo todo es de gobiernos autoritarios. Los verdaderos demócratas no le temen ni a la críticas injustas o exageradas. Conviven con ellas porque hacen parte del desarrollo y consolidación de sus propuestas porque finalmente se legitiman en ellas. No hay propuestas sin críticas ni gobiernos intolerantes a ellas que no hayan sucumbido en dictaduras. Si queremos sociedades abiertas aprendamos a tolerar a los críticos porque con ellos crecemos y en ellos encontramos justificación al accionar democrático.
El mandato de los votantes es para resolver la criminalidad, el desempleo, la exclusión social o la corrupción, pero generalmente cuando no se sabe qué hacer o cómo hacer se busca distraer a la sociedad inventando enemigos y creando molinos contra los cuales cargar en un delirio que excede la mejor literatura cervantina para hundirse en el lamento de las oportunidades desperdiciadas y la eterna caminata en círculos de pobreza y de exclusión.
Que la prensa critique cómo debe legitimar la confianza de la gente que lo lee, escucha o ve. Así de simple y así de claro es lo que la gente espera como ‘servicio público’ del Estado y de la prensa.