En 1638, en Malacatos, Loja, un misionero jesuita que habÃa enfermado de paludismo fue asistido por al cacique lugareño Pedro Leyva -como muchos indÃgenas habÃa adoptado el apellido de su encomendero-, quien le dio a beber una infusión de sabor amargo que a los pocos dÃas lo sanó.