La prostitución es quizás una de las actividades más rechazadas socialmente. Revisemos el porqué de este rechazo desde nuestra mirada occidental, no puedo hacerlo de otra manera. La percibimos como la venta temporal y exclusiva del cuerpo, de la sexualidad, de la intimidad. Es la forma más fácil de hacer dinero, diría la mayoría. Sin embargo, estoy convencida de la dificultad que resulta optar por ello. Muchas trabajadoras sexuales lo hacen llevadas por la necesidad de criar hijos, de sobrevivir. Pensemos en el consumidor occidental, aquel que paga para hacerlo de la manera que a él le plazca, sin conmiseración, imponiendo salvajemente su propia fantasía, a diferencia de otras culturas en donde la figura de la geisha, por ejemplo, exige respeto, el encuentro con esta está enmarcado en una cita más integral, sin denigración. Leer ‘Plataforma’, la extraordinaria novela de Houllebecq, me hizo reconsiderar estas diferencias de trato. Cuando Tailandia se vio invadida por el turista sexual occidental, las mujeres sufrieron los peores vejámenes. El macho occidental consumista y explotador por esencia, llevaba su propio prejuicio sobre lo que significa la prostitución.
En Estados Unidos, una de las culturas más conservadoras y mojigatas del planeta, la prostitución está penada; en Holanda, Francia o Inglaterra, en cambio, sucede lo contrario.
El aceptar su práctica en las casas de cita permite que el Estado prevenga las consecuencias de estas prácticas, particularmente la infección de sida o VIH. De otra manera supone un alto riesgo para la salud de los habitantes y favorece la creación de verdaderas mafias de trata de mujeres y otras atrocidades. El Ecuador afortunadamente pertenece a este segundo grupo. Existe una Red de Trabajadoras Sexuales desde hace unos 5 años.
La inglesa Alianza Internacional, a través de ONG nacionales, ha logrado ir introduciendo guías de protección laboral; Acnur, organización de Naciones Unidas para refugiados, auspicia talleres en la zona fronteriza para prevención del sida y enfermedades de transmisión sexual, y así otros organismos.
A pesar de todos los esfuerzos por visibilizar una problemática compleja, la situación en nuestro país es aún precaria, nos comenta la consultora en temas de sida y VHI, Ana Cordero.
Personalmente creo que reflexionar profundamente sobre este tema, sin anteponer prejuicios sobre todo religiosos, nos puede llevar a cuestionar cuánto y cómo usamos y comercializamos no solo la sexualidad, sino nuestras propias mentes y afectos.
El término ‘head hunter’ (cazador de cerebros) dice mucho sobre ello; las exigencias brutales a estos nuevos “cerebritos” nos pone frente a una nueva disyuntiva, ¿es esta venta despiadada de otra parte de nuestro cuerpo, muy diferente a la venta de nuestros órganos sexuales?