Preguntar al “pueblo soberano”, pero bajo el supuesto y la seguridad de que la respuesta popular será la que el preguntante quiere que sea, ha sido una máxima política incuestionable. Estrategia esencial y fundamento del populismo.
Además, certeza de los caudillos. Es un recurso del poder para transferir responsabilidades, legislar como convenga y sacar las castañas del fuego por mano ajena. El problema está en que, alguna vez, el cálculo falla y la gente dice NO. Entonces, cae el telón.
Lo que ocurrió en Colombia, más allá de las enormes razones y urgencias que rodean a los temas de justicia y paz, rompió la lógica de la “democracia plebiscitaria”, cuyos promotores nunca se plantean la posibilidad de un no. Lo que ocurrió en Colombia deslegitima al sistema de sondeos y pone en graves aprietos a las encuestadoras; desmiente la tesis de que la gente vota siempre en función de la propaganda, sin capacidad crítica.
Nos guste o no, los colombianos le dieron una lección al poder, a los poderes más bien, y a partir de allí, debería replantearse la democracia, la participación y el populismo.
El hecho del no, su enorme, peligrosa e inesperada repercusión, y el ausentismo generalizado en Colombia; el referéndum inglés que obliga a Gran Bretaña a salir de la Unión Europea; el entrampamiento de España; la posibilidad de que Donald Trump sea presidente de los Estados Unidos; el deterioro de Venezuela, asolada por una autocracia depredadora; el descrédito irreversible de Lula y del Partido de los Trabajadores; la situación en que quedó Argentina tras la corrupción sistemática y la persistencia de ese mal endémico que se llama peronismo; la curiosa sucesión de poder por vía conyugal que propicia Ortega en Nicaragua, y la sui géneris monarquía indígena que gobierna Bolivia, indican que la democracia está en crisis, que el recurso plebiscitario puede resultar un tiro por la culata para los hombres que calculan, que la voluntad popular puede llevar a situaciones extremas y ser, al mismo tiempo, una lección que el poder debe asimilar.
La democracia puede confirmar o desmentir las tesis de las izquierdas o de las derechas, y eso choca con los dogmas y las verdades absolutas. Y entonces la democracia ya no es tan buena.
A partir de tantos hechos que confluyen en la parodia y en la tragedia del mundo, y para salvar a la democracia en la sociedad de masas, será preciso pensarla desde una perspectiva distinta; habrá que mirar al populismo como la gran anomalía del sistema; habrá que asociar el plebiscito con la responsabilidad política y moral de sus convocantes, y replantease el concepto de pueblo, entendido, no como objeto político maleable, sino como sujeto que decide y que se equivoca o acierta, más allá de los cálculos de sus dirigentes.