Tema harto polémico en su ascendente ético, que ciertas parcelas sociales no capacitadas para opinar con suficiente conocimiento de causa, limitan su análisis a consideraciones religiosas. Entendemos por “eutanasia” el provocar la muerte de un ser humano con el propósito de dar fin a una vida que ha dejado de ser digna, ante una dolencia física grave e irreversible.
El origen de su tratamiento filosófico está en los pensadores clásicos. Cicerón, por ejemplo, la conceptúa como “muerte digna, honesta y gloriosa”. Platón afirma que “quien no es capaz de desempeñar las funciones que le son propias, no debe recibir cuidados… por ser una persona inútil tanto para sí mismo como para la sociedad”. Séneca sostiene que “el sabio” está llamado a apartarse de la vida cuando le agobian dolores demasiado crueles o una enfermedad incurable.
Tomás Moro, santo católico canonizado por el papa Pío XI y reverenciado también por los anglicanos, sin llamarla tal, aboga por la eutanasia. Afirma que el hombre privado de funciones vitales no debe dudar en aceptar la muerte, en liberarse a sí mismo o permitir que otros lo liberen, siendo que la muerte no lo apartará de las dulzuras de la vida, sino del suplicio. A esta muerte la considera honorable. Puede, entonces, apreciarse que la problemática no es una religiosa, sino principalmente otra… moral y ética.
Al referirnos a la eticidad debemos remitirnos a dos pilares de la eutanasia, cuales son la libertad y el no sufrir. La libertad es la condición básica de la moralidad… soy dueño de mis actos. Por cierto, esta “libertad” no puede identificarse con la decisión patológica (mente culpable, que los juristas la llamamos “mens rea”) que es el suicidio, sino con la causa superior que es la muerte decorosa ante la indecencia de una vida que ha dejado de ser vida. La “evasión” del tormento, para cualquier comprensión lúcida, no cabe supeditarla a la inconcebible enseñanza católica del “sufrimiento meritorio” a la espera de la vida eterna en tanto que gozo inmortal.
En 1974 se publica el Manifiesto sobre la Eutanasia, suscrito entre otros por tres Premios Nobel. Los intelectuales llaman a superar tabúes tradicionales, y tener compasión de los sufrimientos inútiles en el momento de la muerte. Agrega que la dignidad se deriva de reconocer al hombre el derecho a decidir sobre su destino, siendo que es cruel negar la liberación cuando la vida ha perdido toda belleza, significado y perspectiva de futuro. Ninguna “moral racional” es convocada a impedir el poner fin a la vida del hombre si está enfermo de un mal contra el cual los medios conocidos carecen de efecto.
No se trata de ser creyente o ateo, pero de racionalizar. La materia es controvertible… nos obliga a someterla en debate inteligente, que no místico, propio éste de mentes cortas en reflexión.