Es parte del paisaje. En Quito es común ver a personas, en especial hombres, que hacen de las calles un urinario público. Cualquier terreno baldío, poste, árbol, vereda, pared o incluso las puertas de las iglesias o casas patrimoniales ubicadas en el Centro Histórico se vuelven el lugar adecuado para orinar.
Exasperados por los escupitajos rojos de betel que ensucian los muros de sus administraciones, responsables indios decidieron apelar a los dioses para resolver el problema.