Quito entró a la cuarentena con mucha aprehensión, temerosa que se repitiera la tragedia de Guayaquil, donde ha habido unos diez mil muertos más de lo habitual desde mediados de marzo. Se cumplen dos meses, y se advierte un mayor impacto de la pandemia, con incremento en número de fallecidos incluso cadáveres recogidos en las calles; los hospitales están colmados de enfermos de covid-19, pero no han colapsado como fue el caso de Guayaquil. En suma no parecería que el azote de la pandemia en Quito sea distinta a la que viven Lima o Bogotá, y lejos de la tragedia de Guayaquil, candidata a ser la ciudad más afectada por la pandemia en el mundo.
Pero ya comienza a sentirse en la ciudad el estrago económico del confinamiento, y hay voces, cada vez más elevadas, que claman por cambio del semáforo. Es acertado que cada municipio decida cuando corresponde cambiar la luz del semáforo y aligerar las restricciones. Cada cantón es una realidad distinta.
Tras dos meses encerrados, la población cada día desobedece más el confinamiento. Sobre todo los informales que no reciben un cheque mensual. Continuar en rojo significa que habrá más movilidad, pero desobedeciendo las normas. Mejor, reconocer la realidad y hacer una gradual apertura controlada.
En uno u otro caso, apertura controlada o incontrolada, aumentarán los casos de covid-19. El punto no es impedir que la ciudadanía se contagie, sino que los contagios no rebasen la capacidad de atención de los hospitales. Habrá que aumentar las UCI.
“Tenemos que aprender a convivir con el virus” dice el alcalde, y esa es la realidad. El virus dejará de ser problema el día que una masa crítica de la población, no menos del 60%, tenga inmunidad, porque entonces cada portador tendrá menos opciones de contagiar a otros y la pandemia se irá extinguiendo.
Lo ideal es que pronto se descubra una cura, pero eso luce improbable. Una vacuna, en cambio, es muy probable, pero aprobar una vacuna es un proceso largo, ya que tiene que hacerse pruebas en humanos, monitorear su efectividad, y que no haya efectos secundarios. Una vez aprobada, tendrá que producirse en cientos de millones; hasta que nos llegue en las cantidades necesarias, pasarán al menos 18 meses.
Lo que sucederá es el gradual contagio de la mayor parte de la población. Cuando la economía esté en amarillo, si los casos de covid-19 aumentan de manera preocupante, habría que retornar al rojo. Habrá que hacer pruebas rápidas rutinarias para aislar infectados, aplicar medidas preventivas.
Para este año, y al menos hasta el último trimestre de 2021, lo probable es que el semáforo funcione pasando de rojo a amarillo y luego de vuelta a rojo, sin ponerse verde. La vuelta a la normalidad, no se dará en el futuro inmediato.