A pocas semanas de cumplirse 40 años desde el 11 de septiembre de 1973, el país comienza a rememorar esos hechos con visiones divergentes. Si bien se han dado numerosos pasos para acercar las posturas de los diversos grupos políticos que se enfrentaron entonces, subsisten puntos de vista encontrados que crean cierta tensión y desconfianzas entre las dos principales corrientes políticas del país. Pese a los avances y a una transición pacífica y civilizada, que ha sido calificada de ejemplar, subsisten diferencias que, según algunos, revelan que el país aún no se ha reconciliado.
Dos dirigentes políticos de bandos opuestos, el senador Larraín (UDI) y el ex senador Núñez (PS), han editado un libro titulado “Las voces de la reconciliación”, en el que se recogen las impresiones e interpretaciones de varios dirigentes políticos, académicos y sociales. Encabezados por el presidente Piñera, junto a los ex presidentes Aylwin, Frei y Lagos plantean enfoques acerca de la reconciliación, su significado y sus logros en estos últimos decenios. Si bien para muchas personas los problemas ya están superados, otras siguen esperando. Algunas aguardan más información; otras, signos de arrepentimiento, y algunas, que les pidan perdón. El problema es que para muchos son los otros los que deben pedir el perdón, pero jamás ellos mismos, que mantienen una opinión favorable acerca de su comportamiento.
Si la reconciliación se entiende como un ideal, tal vez sea poco realista esperarla en un país en que el enfrentamiento llegó a límites extremos. Para muchos de quienes reflexionan sobre estos temas, la aceptación de una verdad común es un factor que contribuye decisivamente a dar por superados los problemas y, por tanto, para ello se necesitaría primero establecer la verdad del quiebre democrático, de las reacciones que produjo y de lo que sucedió más tarde con tantas personas que desaparecieron sin que se cuente con información fidedigna de lo que les ocurrió. No parece fácil conseguirlo, y para quienes vivieron en esos tiempos y tengan una memoria directa de lo vivido, es posible que nunca se llegue a una auténtica pacificación, perdón y restablecimiento de la confianza.
Pero, a medida que va transcurriendo el tiempo, las nuevas generaciones enfrentan nuevos dilemas, libres de esa pesada carga que tuvieron sus antepasados. Ese curso es natural, y en su momento la historia se encargará de dejar atrás las odiosidades, como las que otrora ardieron entre o’higginistas y carreristas, o entre los bandos de la guerra civil de 1891. Entretanto, para sustentar una democracia sana, en la que los chilenos se sientan unidos y representados, quizá no sea necesario esperar esa solución, ni aspirar a que todos abriguen afectuosos sentimientos de hermandad. Siempre existirán conflictos y miradas diferentes ante las dificultades, y no cabe extrañarse por ello.
Para una convivencia armónica, bastaría que todos los sectores sientan que son respetados, que su voz cuenta y que efectivamente tienen iguales posibilidades de participación en los asuntos públicos. Esa meta no parece tan distante, y podría estar perfectamente al alcance de la actual generación de políticos. De ellos se espera grandeza para restaurar sin más dilación la convivencia después del trágico quiebre nacional.