La población ecuatoriana se divide en dos: los que hacen las leyes y los que tienen que cumplirlas, los que administran la justicia y los perseguidos, los controladores y los controlados.
La cosa es sencilla: los primeros injurian; los segundos tienen que defenderse de querellas por supuestamente haber injuriado. Pero este es solo un ejemplo, a estas alturas casi un cliché, de cómo son las relaciones en la sociedad ecuatoriana. Casos sobran, especialmente si se revisan los acontecimientos del último par de semanas.
Ahí está, como primera muestra, lo ocurrido con los despidos en el sector público. Los primeros, que proclaman su intransigente defensa de la estabilidad laboral, despiden a varios de sus empleados; los segundos, a comerse las uñas. Los primeros tildan de corruptos y negligentes a los empleados despedidos, basándose en una supuesta investigación de inteligencia policial, no en una sentencia judicial; los segundos, además de desempleados, quedan con su honra manchada. Los primeros, como consecuencia de los despidos, ocasionan una reducción del personal en los hospitales; los segundos, que a más de los trabajadores son los usuarios del servicio, tienen que sostener el mismo trapo alrededor del brazo apuñalado durante más horas en la lúgubre sala de espera del hospital.
Otro ejemplo ha sido el proyecto de reforma tributaria y su trámite legislativo. Los primeros proponen la creación de un impuesto exclusivamente para los vehículos de los segundos, con el propósito de supuestamente reducir la contaminación ambiental; los segundos tendrán que dar más plata a los primeros, mientras los medios de transporte de los primeros contaminan gratis. Los primeros esperan con paciencia de monje tibetano que concluya el plazo para la aprobación del proyecto de Reforma Tributaria, en lugar de debatirlo; los segundos, indefensos, tienen que seguir pagando puntualmente el sueldo a los primeros, aunque estos no hagan su trabajo.
Un caso más fue el enroque ministerial. Los primeros tienen que demostrar cualidades como la obediencia, la obsecuencia y la capacidad de soportar altos niveles de humillación para obtener un trabajo; los segundos deben probar conocimiento, experiencia en la materia y eficiencia.
Otra muestra fue el desafío de Fernando Alvarado a que César Ricaurte lo enjuicie si se ha sentido injuriado. Los primeros tienen las manos metidas en la justicia; los segundos saben que la ley es solo para los de poncho.
Aquí están solo unos ejemplos recientes de cómo la sociedad ecuatoriana se divide entre los vigilantes y los vigilados, entre los que gozan de derechos y los que tienen obligaciones. Cada uno podría hacer su propia lista. Pero la pregunta es: ¿por qué somos tan giles?